Capítulo 36. Un regreso diferente al planeado.

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  Los dos días siguientes, fueron los mejores. Mañanas llenas de sonrisas y miradas cómplices, tardes de juegos o paseos junto al resto por la residencia y noches de caminatas por el jardín. Ahora, podía vérselos abrazar delante de sus anfitriones, se los podía escuchar bromear entre sí y, por primera vez, se los podía oír hablar sobre el venidero festejo con gran ansiedad. Alin se informaba sobre todo lo que hubiera querido saber cuando habían llegado. Entonces, se daba cuenta de que Jareth había puesto al tanto a Sarah en muy corto tiempo sobre los preparativos de los cuales no había estado enterada hasta el momento. Y también se encontraba con algunos baches en dónde él le había asegurado que eran "sorpresa". Sir Erwin se sentía muy feliz por su sobrino; de seguro, de ahora en adelante, su reino prosperaría más de lo que ya lo había hecho. Y sonrió pensando que sólo le quedaba uno de sus pichones por encauzar; estudió a su primogénito discutiendo con Sir Medardo.


  Finalmente, llegó la última noche, a la mañana siguiente, partirían temprano. Los criados ya había seleccionado los atuendos que usarían durante el viaje el rey y su prometida y guardado el resto.

  —¡Oh, voy a extrañarlos mucho! —clamó Alin.

  —Yo también. —Sonrió Sarah—. Yo... quiero agradecerles por toda su generosidad y... ayuda.

  —Eres muy bienvenida, Sarah. —Erwin le sonrió—. Y pronto, serás parte de la familia, de manera oficial. Porque, por afectos, ya lo eres. Y agradecemos que no hayas huido como el resto —bromeó.

  —¡¿Por qué dice eso?! ¡Usted tiene una maravillosa familia y un bellísimo hogar! No puedo imaginarme a alguien huyendo de todo esto o de ustedes.

  —Bueno, eso es hasta que conocen a Conrad —Alin siseó y este le hizo un gesto despectivo. Medardo suspiró. ¡Imposible!

  —Su Majestad, en verdad, me alegro mucho de que usted haya encontrado a esta magnífica mujer. Y nuevamente, les deseo todo lo mejor para esta nueva vida que emprenderán juntos.

  —Gracias, Sir Medardo. —Le sonrió.

  —Bueno, jóvenes. —Sir Erwin se puso de pie—. Suponiendo que, hoy, irán a dormir temprano, no haremos más larga esta sobremesa. Estoy seguro que querrán dar un último paseo por los jardines. —Sonrió.

  —Eso sería encantador. —Jareth observó a Sarah a quién se le dibujó una sonrisa—. ¿Milady? —La instó a ponerse de pie junto a él ofreciéndole su brazo. Sir Medardo se los quedó viendo complacido.

  —¿Usted ve, joven Conrad? Ojala fuera la cuarta parte de caballero que es Su Majestad. —La respuesta del joven fey fue una irrespetuosa carcajada.

  —¡Por las barbas que no tengo! —se mofó palmeando la mesa ante sus desconcertados compañeros. Su padre se pasó una mano por el rostro y dejando esta sobre sus labios se lo quedó viendo. ¿Eternamente sería así? ¿Alguna vez, maduraría?

  —¡Sir Conrad, está hablando de Su Majestad! —le retó el pobre tutor.

  —Sí, de Jareth —afirmó despreocupado, llevándose una manzana a la boca y mirando al resto con una satisfecha sonrisa.

  —Al menos, agradezcamos que... mi hermano tuvo un heredero y que, por ende, el reino no quedará en manos de él —su padre suspiró.

  —Sí, muy cierto —concluyó Gontran con maldad.


  En el jardín, Jareth y Sarah permanecían sentados en la misma hamaca en la que, hacía tres días atrás, Sarah había revelado, sin querer, que gustaba de Jareth para, luego, huir hacia el establo. Él estaba recostado sobre el brazo de la misma, un brazo alrededor de la cintura de la chica y el otro sobre sus hombros de manera posesiva. Ella tenía apoyada su espalda en su pecho, su castaña cabeza debajo de su barbilla y, en sus manos, un cristal en donde podía ver a su pequeño hermano, ya convertido en un revoltoso chiquillo rubio. ¡Para ella sólo había pasado casi un mes y él ya casi tenía tres años! Ciertamente, el tiempo en el Underground era muchísimo más lento.

Dulce como un durazno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora