1. La flor de la decadencia

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Busco el camino que más me aleje del Instituto Bourg y sus oscuras paredes grises. Miro el cielo, observando a la luna haciéndose su lugar en él e intento no perderme en la luz del día que desaparece a medida que avanzan los minutos para dar espacio a la noche.
No conozco estas calles pero recuerdo haber estado viajando más de una hora la tarde de mi secuestro, así que probablemente no esté en la ciudad en la que solía vivir hace casi cuatro años atrás. Extraño mi vida anterior a las horas eternas de sangre de las cuales me liberé.
Fui criada para no hacer daño alguno, había comenzado con el vegetarianismo. Tenía tantos sueños por cumplir que a veces no creía vivir en el presente.

Varias luces de la calle se van encendiendo y pocas de ellas parpadean. Es una zona de muchas casas pero sin embargo el silencio que las rodea es bastante tenebroso. Sigo caminando por una vereda rota por las raíces de grandes y viejos árboles, la sangre por la que estoy cubierta no está secándose tan rápido por el viento fresco que recorre las copas de los árboles, tirando algunas hojas hacia las alcantarillas.

Mientras más camino más autos a la distancia puedo ver, cruzando una calle que puede ser una avenida. Estoy temblando y no será de mucha ayuda si empiezo a correr pidiendo socorro. Un coche pasa a una velocidad media por el asfalto y no me nota por la sombra de los árboles.

No logro llorar, temo que mi llanto sea oído por alguien más que no quiero volver a ver jamás, aunque el dolor en mi interior no me deja conciliar una sola palabra siquiera. Solía disfrutar una vida de mucha alegría hasta el momento en que conocí que tan oscuro el mundo puede ser y cómo tuve que formar parte de esa oscuridad.

Giro hacia el porche de una casa cuya iluminación es parecida a la que había en mi casa. Siempre me he apegado a las cosas que lucen similares a mi antiguo hogar y dudo que Rousseau lo haya notado en algún momento. En cada paso que hago me fijo de no dejar rastro de sangre en las baldosas frías y tal vez luzca como Carrie pero yo no tengo ni poder, ni energía, tampoco alma. No queda mucho de lo que fui. Vi el horror y a éste me hicieron adorar.

Levanto el brazo, hago de mi mano un puño para golpear la puerta pero pienso cómo la sangre quedaría pegada sobre la pintura blanca de la puerta y creo en lo cuán sospechosa que sería esa marca para quien viniera después de mí. Así que simplemente busco un parte de ropa limpia para tocar el timbre y esperar. 

Mis piernas tiemblan, el frescor del atardecer no ayuda, el castañeo de mis dientes podría ser igual a un terremoto y los nervios en mis venas cooperan con la ansiedad mientras espero por quien abra la puerta y se horrorice al ver mi aspecto sangriento.

Oigo un par de voces despreocupadas, hablando sobre un programa de televisión de cachorros y gatos bebés. ¿Cómo enfrentar el horror que represento luego de tanta ternura? Quisiera reírme pero mi apariencia es más que suficiente. La luz sobre el marco se enciende y el sonido de llaves se oye detrás de la puerta. El sonido de la traba libera una lágrima mía.

Una mujer de cabello rubio, cuyo largo alcanza los hombros, abre la entrada mostrando una sonrisa, la cual se desvanece tras sus manos al verme. Mis lágrimas se multiplican por su reacción. Intento hablar pero un gemido de dolor sale de mi garganta.

—Roberto llamá a la policía. —Dice en voz alta la señora, dirigiéndose a su marido.

—¡No! ¡A la policía no, por favor! —Comento casi en un grito.— Me van a llevar de regreso al lugar de donde me escapé, y no es un buen lugar...

Un hombre se acerca a nosotros con un teléfono inalámbrico a punto de marcar 911, me observa atónito y el aparato cae de su mano. Sus ojos marrones me escanean, quizá intenta encontrar un motivo lógico para mi estado pero solamente logra sacudir su cabello castaño lleno de canas. 

—No lo hagan por favor. Sólo necesito que me ayuden a encontrar a mi familia. —No puedo mantener el llanto por tanto tiempo, así que sollozo.— Por favor, es lo único que quiero.

Ambos se miran, sé que dudan muchísimo, sus rostros no muestran más que una gigante incógnita. Ella se acerca a él y le susurra un par de palabras al oído, el hombre asiente, ella se acerca a mí, pasa por mi lado para aproximarse a la calle y observa ambos costados, como si estuviera vigilando los alrededores.

Realmente no me importa si son mala gente, no creo que superen la mente dañada de Rousseau y todo lo que él pensaba para lastimarnos. Me sostengo a la posibilidad de que por lo menos me echen mañana de su casa, no me interesa si me obligan a dormir en una cucha o bajo el cielo nocturno, cualquiera de esas cosas es mejor que dormir en una habitación en el Instituto Bourg.

Me abrazo para aplacar el viento frío de esta tarde mientras observo como la señora regresa caminando a través de las baldosas claras. Trata de no mirar en mi dirección, pero no lograr ignorarme por completo al oler la sangre que me cubre. 

—Ven, báñate, come algo y luego veremos cómo resolvemos tu situación. —Añade al girar hacia adentro.— Me comunicaré con un médico...

—¿Un médico? ¡No, él puede saber también de dónde vengo! —Casi se me escapa un grito pero sé que debo calmarme.

—¿Cuál es tu nombre? —Dice el señor, colocando su mano en el hombro de su esposa.

—Agnes, Agnes Ouro. —Digo temblando.

—Agnes, es un amigo nuestro muy cercano, le confiamos la salud de nuestros hijos todo el tiempo que llevamos viviendo aquí, no te hará daño algo.

Sus palabras suenan sinceras, se sienten como una vacuna para prevenir la peor de las enfermedades pero más allá de que mi confianza no sea fuerte, afortunadamente poner un rato mi vida en sus manos no se sentirá como una eternidad. Ingreso detrás de ellos y la calidez del ambiente me hace extrañar mi verdadero hogar. 

Agnes [Normales Spin-Off #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora