2. Las marcas en la piel

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Sigo los pasos de la señora mientras subimos la escalera, ella camina firme y yo tiemblo. El calor dentro de esta casa no sólo da cuenta de que el verano está cerca, la calidez que se siente es particular, es de un ambiente familiar. No sé si lo siento así por mi necesidad de regresar con mis seres queridos y abrazarlos para aliviar mi dolor interno, pero no veo otra razón para justificarlo.

Chequeo de vuelta de no dejar ningún rastro de sangre en los escalones de madera, observo la mirada fija del señor en mi apariencia y sólo logro percibir confusión y desconfianza. Lo entiendo, cualquier sería capaz de dudar sobre mí por la forma en que luzco, totalmente cubierta de sangre.

En silencio continúo observando cada objeto a nuestro alrededor y percibo elementos que parecieran pertenecer a un adolescente ó joven de alrededor de 25 años, me resulta casi imposible descifrar los gustos buenos que tiene la gente en este mundo, en esta otra realidad. Tengo que pedir que me enseñen lo que es ser una persona normal otra vez, con mentiras blancas, con errores típicos que pueda cometer hasta tres veces seguidas y quiero besar sin tener que hacerlo por obligación, simplemente para seducir al otro hasta su muerte.

Me rasco la nuca e inmediatamente recuerdo mi tic nervioso, hasta eso extrañaba. No dudo que todo lo que pase por mente durante mi recuperación no sean más que anhelos, lamentos y llantos desesperados por obtener de vuelta todo lo que perdí tras mi secuestro.

—Agnes, no llores. —Dice la mujer mientras ingresa al baño, enciende la luz y prepara la bañera.—Intenta pensar que ya eres libre, que realmente tienes esa libertad para, quizá no regresar el tiempo atrás, sino para hacer del presente, el mejor futuro posible.

—¿No van a avisarle a la policía, verdad? Ellos seguramente saben, casi todos los políticos deben conocer los crímenes que me obligaron a realizar. Son los principales espectadores... —Sus ojos lucen un terror peculiar, el terror por lo desconocido.— Hay tantas cosas que el mundo no sabe por estar siempre buscando la felicidad.

Bajo mi mentón y entro en el mediano cuarto blanco que tiene adornos en verde y azul, además hay una ventana por donde ingresa la luz restante del día y mi mirada se pierde allí, en el mundo exterior. La señora pasa su palma cerca de mi nariz para llamar la atención. Me acerco a ella quien intenta no tocarme para ayudar a quitarme la ropa sucia y poder ducharme.

Se da cuenta que no me muevo porque está la puerta abierta, mis manos tiemblan hasta el segundo en que dejo de ver el pasillo. Me observa desde la corta distancia que nos separa, lo hace con miedo, es evidente, piensa que puedo matarla, pero sin embargo se equivoca. No la voy a culpar.

—Tranquila. —Agrego y alzo una mano. —No perdí la noción de la realidad y tengo diecinueve años, puedo hacerlo sola. —Giro en mi eje, mirando la bañera y comienzo a quitarme la ropa, ignorando su presencia.

La oigo respirar, debe estar confundida y asustada al ver todos los nombres que tengo marcados en la espalda. Probablemente no fue una buena decisión desnudarme delante de ella. Observo la expresión de su rostro y sus labios están separados, tratan de hacer la pregunta que hicieron todos.

Miro como mis brazos y el resto de mi cuerpo lucen como si alguien haya pasado una esponja con tempera roja sobre mí, debo ser la más terrorífica escultura humana viva. Con delicadeza ingreso mis pies en la bañera, la cual contiene agua tibia dentro de sí. La transparencia del agua inmediatamente cambia a el tono rojizo de la sangre, haciendo que parezca la misma bañera que tenía en mi habitación en el Instituto Bourg.

—Los nombres son de las personas que pasaron por el lugar donde estuve, algunas de ellas están muertas y del resto no sé nada. Tampoco quiero saberlo. —El silencio que reina después de mis palabras es de curiosidad, pura y extrema.— No me ha dicho su nombre. ¿Cuál es?

—Malena. —Responde con una sonrisa.

—Hermoso nombre, felicitaría a su madre. —También sonrío, simplemente para brindarle calma.

Cierro mis ojos para olvidar el color del agua y lograr relajarme lo más que pueda hacerlo en presencia de Malena. Intento pensar que estoy cubierta por un manto hecho con pétalos de rosas viejas que quieren acariciarme hasta el infinito y regocijarse en mi sufrimiento. Suena muy disparatado, pero hasta hace años solía soñar con unicornios todas las noches. La diferencia es que desde ese momento maduré en un lugar oscuro y perturbador.

—¿Quieres que te lave el cabello? —Pregunta Malena calmada.

—Se lo agradecería. Lo quiero totalmente limpio, sin rastros de mi tan reciente pasado.

No agrega más palabras, no sé si es porque mi hablar la enmudece o porque no sabe qué decir. Quizá tengo mucho para contar y ella demasiado para escuchar. No dudo que suceda lo mismo con su esposo pero si dudo sobre cuánto diré acerca de lo que hice allí dentro. Desconozco si ellos perciben mi miedo, mi necesidad de libertad pero tampoco puedo permitirles sentirse de semejante manera, es horrible la conjunción de todos estos sentimientos y sensaciones. 

Las manos de la mujer pasean con suavidad a través de mi cuero cabelludo, tantean mi cabeza buscando alguna cicatriz, alguna herida oculta o tal vez un secreto indescifrable pero jamás dejaré que sepa que existe más de uno. Hay tantas cosas escondidas en mis neuronas que no me alcanzarían dos enciclopedias de varios volúmenes para describirlas.

Deberé callar la mitad de la verdad y lo tendré que hacer sin mentir.

Agnes [Normales Spin-Off #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora