Capítulo 4

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*Narra Dylan*

Otro día más, pero sin nada diferente a los anteriores. Al punto de la mañana tocan diana, debido a que todos y cada uno de los presos tenemos que dedicar nuestra mañana a realizar alguna actividad lúdica: coser, cocinar, estudiar... chorradas, pero las tengo que hacer sino nunca ascenderé al siguiente grado y no podré salir de este "lujoso hotel". Me encuentro en el segundo grado, en el cual tengo varios permisos para salir durante unos días al exterior. No he gastado ninguno, ya que a la única persona a que quiero ver está muerta.

Son las 20:00 pm y ya estoy tumbado en mi cama. A esta hora nos encierran en nuestras celdas y no nos dejan salir hasta el día siguiente. Es el momento en el que peor lo paso. El tiempo transcurre muy lento y yo no consigo alcanzar el sueño hasta pasadas las doce de la noche.

Para matar las horas muertas, empiezo a cuestionarme toda mi vida, de principio hasta el fin —bueno, hasta donde estoy ahora—. ¿Qué hago aquí?, ¿me lo merezco? Quién lo diría: acabar entre rejas a causa del amor. Con lo difícil que ha sido mi vida he acabado en la cárcel y con la chica de la que estoy enamorado muerta... ¿qué más me falta por vivir? En verdad, ¿me ha servido de algo haber nacido? Siempre que me hago esta pregunta la respuesta es instantánea: "Claro que ha merecido la pena, he conocido a Anne", me respondo y comienzo a llorar. Esta pregunta me la repito noche tras noche, ¿a fin de qué lo hago?, ¿me gusta sufrir? Ella nunca me quiso, ¿para qué seguir dándole vueltas al mismo tema?

Pero, aunque quiera dejarlo atrás, no puedo. Ella fue, es y será el único amor de mi vida. ¿Qué tenía esa chica para encandilarme tanto? Quién sabe. Un día le enseñé una foto suya a un gran amigo y su respuesta fue: "No es nada del otro mundo". A lo que yo no me quedé callado y le dije: "Para mí es la perfección personificada, es una verdadera diosa". No era su cuerpo, su cara, su risa, su voz... era ella en conjunto. Cuando se reía, a pesar de ser en escasas ocasiones, me transportaba a un paraíso en el que solo estaba yo y su risa de fondo. Allí era feliz. Y su cuerpo tan perfecto... ella lo odiaba, ¿por qué? Esas largas y esbeltas piernas que se movían haciendo una perfecta oscilación de sus caderas. Sus manos... frías como el hielo y suaves como el algodón que cuando me tocaba una larga lista de sensaciones recorrían mi cuerpo haciéndome sentir lo que nunca antes nadie había conseguido. Qué más puedo decir, era simplemente ella.

Nunca olvidaré nuestra primera conversación en el avión, fue tan especial. Yo me hice el tonto y le cogí la mano. Ahí fue la primera vez que sentí esas espectaculares sensaciones que me llevaron hasta el mismísimo cielo. No paré de mirarla, por fin la tenía al lado, cogiéndole de la mano. Estaba reviviendo mi fantástico sueño. Era tan guapa que mis ojos se deslizaban hacia la izquierda sin quererlo, no los podía controlar. Y... cuando se empezó a reír de mí. Esa risa contagiosa que hizo que llegara a comprender la palabra amor.

Siempre pensé que nadie en este mundo sabía el verdadero significado de la palabra, pero a partir de ese momento me sentí afortunado, yo era uno de los pocos conocedores de tal belleza de la naturaleza. Durante nuestra corta pero intensa convivencia, disfruté de todas y cada una de las veces que se reía de mí. Es más, hacía el payaso para buscar esa carcajada.

No quería que ningún chico se le acercara. No por nada, sino porque nadie la iba a hacer tan feliz como yo. En el momento en que me hubiera dado cuenta de que yo no era capaz de hacerle sentir esa felicidad, le hubiera dejado volar sola. Yo quería su bienestar por encima de todo. Si ella hubiera sido feliz en los brazos de otro hombre le hubiera dejado irse con él. Yo la amaba...

Doy unas cuentas vueltas sobre mi cama, no cojo la postura correcta. Estoy encerrado entre cuatro paredes, o mejor dicho, entre unos grandes muros. Mi "suite" es bastante oscura, ya que sobre el techo solo yace una minúscula lámpara cuya bombilla emite una triste luz.

Vivo con un compañero un tanto extraño, el cual solo se dirige a mí para pedirme que no haga ruido. No sé ni cómo se llama. Cuando llegué, él ya estaba aquí, por lo que no tuve derecho de elegir una litera. Él me asigno la de abajo. Bueno, no me lo dijo, me la señaló. La vida aquí es muy aburrida y más si tienes a un compañero tan divertido como este.

No puedo hacer nada fuera de lo normal, es agobiante. Las paredes están pintadas del negro más oscuro habido en la faz de la tierra, lo que transmite mayor sensación de tristeza. Sólo tenemos dos literas, dos mesillas y un armario; en eso se resume nuestra "suite de lujo". A lo largo de la parte superior de la pared frontal hay una serie de cristales que permiten entrar algo de luz. Eso sí, estas mini-ventanas son de tamaño minúsculo para evitar cualquier plan de huida. Menos mal que la mayoría del día lo pasamos en el patio o realizando actividades, porque si no me muero aquí dentro.

Se oye un fuerte estruendo como si alguien estuviera moviendo las rejas.

— Chico, ¿quieres dejar de hacer ruido? —grita mi compañero de celda, el chaval más amigable del mundo entero.

— ¿No ves que no estoy haciendo nada? —respondo con un tono irritado. No lo aguanto.

En cuestión de segundes desaparece el ruido, pero algo peor sucede. Mis sábanas caen al suelo, bajo de la cama y me las vuelvo a colocar. Esta cadena de movimientos se repite tres veces seguidas. ¿Qué está pasando? Miro a mi compañero y en su rostro puedo ver un sentimiento de miedo e inquietud. No ha sido él... Un fuerte empentón balancea la litera y mi compañero y yo caemos al suelo.

Ansias de libertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora