Capítulo 9

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14 de enero, New York, 1959.

Lauren Jauregui estaba sentada en el diván de su casa con los ojos enrojecidos y la cara hinchada de tanto llorar. La bandeja de su desayuno seguía ahí, intacta y le había dicho a Christina, la empleada de su tía, cuando le había subido el almuerzo que se marchara y se llevara todo. Siempre que trataba a las personas de esa manera su cabeza se veía inundada de remordimientos, pero era la única forma de mantenerlos lejos de su peste. No la dañaban a ella y ella no los dañaba a ellos. Era un buen trato.

Tomó el libro que estaba leyendo y lo abrió hasta llegar a la página en que había quedado. Lo había encargado un día por correo a la librería y ya lo había leído unas cinco veces. La primera vez que lo había leído, había sentido asco. Ya con las otras lecturas se enamoró de la forma de narrar de Nabokov: hacer de algo tan inhumano y pecaminoso una verdadera obra de arte. A veces pensaba en lo que había pasado Lolita y se sentía identificada. El personaje principal, Humbert Humbert, había entrado en la vida de ella gracias al hechizo que ejercía sobre la madre de Lolita, quien se había enamorado perdidamente de ese hombre que parecía un Dios, aunque por dentro era el mismísimo Diablo. Algo así le había pasado a ella.

Volver en el tiempo le resultaba doloroso. La herida nunca se había cerrado y por más que tratara de suturarla y aplicar vendajes, esta se negaba a cicatrizar. Cualquier cosa le recordaba a ese hombre. Había días en que él se mantenía alejado de sus pensamientos y era en esos momentos en los que creía que había alguna esperanza para ella. Pero era una ilusión. Una ilusión muy cruel.

Al igual que Humbert, él había entrado en su vida como un hombre respetable y muy culto. Su padre y él harían unos negocios muy importantes y necesitaba quedarse unos meses en el país. A Lauren le parecía un ser muy misterioso y siempre lo encontraba observándola como si fuera su presa, en especial cuando ella tocaba una que otra pieza en el piano. A pesar de sus sospechas, nunca se lo comentó a su madre. Para los dos era un encanto de ser humano y se ganó la protección de ambos. A Lauren no le quedaba más que seguir las órdenes de sus padres.

Pero había algo que nunca olvidaría y eso era el día en que comenzó todo. Sus padres habían salido a una fiesta y le dijeron que no regresarían hasta bien entrada la noche. Él se excusó de ir diciendo que tenía una jaqueca horrible y que prefería descansar. Lauren había quedado prácticamente sola, ya que los empleados dormían fuera y su nana tomaba pastillas para hacerlo. Con todo eso en su contra, fue en plena noche cuando ese hombre se acercó a ella y la hizo suya a la fuerza.

Un escalofrío recorrió toda su espalda. Aún podía sentir sobre ella el calor de su cuerpo, su tacto sudoroso y su aliento jadeante sobre su cuello mientras sostenía sus dos manos por sobre su cabeza. Recordaba también el dolor. Ese dolor que sintió tras la primera embestida, la cual le dio aun cuando luchaba con todas sus fuerzas y también el dolor psicológico que le produjo el haber gritado y gritado pidiendo auxilio, pero que nadie hubiese escuchado. La amenaza que ese hombre le hizo después de dejarla tirada en su cama con el rostro desencajado de tanto llorar y de rabia, advirtiéndole que, si se atrevía a contarle a sus padres, la pasaría muy mal seguía rondando su cabeza. También recordaba haberse levantado de la cama con las piernas adoloridas, ya cuando él se fue, cerrar la puerta con seguro y meterse a la ducha. Incluso ahora, que ya llevaba años sin saber de esa rata, pasaba dos horas en la ducha restregando su cuerpo para quitar las huellas de sus manos sobre su torso, de sus pechos, de sus piernas... Todo su cuerpo.

Pero hace un par de días que todo había cambiado. Su cabeza se había visto inundada de una tímida luz que se estaba haciendo paso por entre esos turbios y lóbregos recuerdos. Una figura que con suerte sobrepasaba el metro y medio, con el cabello oscuro y una piel tostada, llamativa, si consideraba a toda la gente que la rodeaba. La imagen de Camila entrar por su habitación era como un bálsamo para su magullada alma. Un calor agradable inundaba su ser al pensar en ella. A pesar de que se había comportado muy mal con ella, esta había decidido quedarse a su lado. Sabía que el tema económico influía bastante, pero prefería creer que lo había hecho por ella. Era la primera persona, después de su tía, que no la había dejado sola. Y eso hacía que una sonrisa se formara en su rostro sin premeditarlo. Sus sueños se veían anegados de Camila, de su aroma, de sus ojos y de su sonrisa. Sabía muy bien que ella la observaba cuando leía y le gustaba la forma en que lo hacía. No había nada oculto tras ello. No estaba presente ese salvajismo y lujuria que se escondía tras el azul pálido de los ojos de él. Simplemente la miraba como se mira a un...

Smoke Gets In Your EyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora