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Mis mejillas ardían y aunque realmente quería esconder mi rostro en algún lado, sabía perfecto que eso no solucionaría el jodido lío en que me había metido.

Mis ojos no paraban de observar el pasillo por donde  Ross recientemente se había ido, y aunque realmente quería echarme a correr detrás suya y explicarle lo que sus ojos había visto, mis pies no parecían responder a las ordenes que les enviaba mi cerebro, y por lo tanto, se mantenían firmes contra el piso.

Una pequeña risita resonó en mis oídos, solo bastaron segundos para que mi sangre hirviera por completo y la enorme sonrisa de Riker apareciera frente a mis ojos.

— Am... ¿quieres volver a besarme? — rió. Su rostro se veía completamente calmado, y aunque no le conocía del todo, sabía perfecto que le divertía todo este asunto.

Estuve a punto de golpearle y gritarle unas cuantas groserías, solo que un fuerte portazo en la planta baja de la casa hizo que me detuviera.

Maldición, Ross...

No sabía en qué momento había bajado las escaleras, sin embargo, procuraba mantener el aliento mientras corría por el pequeño estacionamiento hasta encontrar su coche.

Intenté regularizar mi respiración y justo antes de que mis dedos tocasen el manubrio del vehículo, me detuve en seco.

Solté un largo suspiro.

Sentía que mi piel palidecía y los nervios me consumían por completo. Mantuve la respiración por unos segundos y me dispuse a observarle.

A pesar de la poca luz que la luna nos proporcionaba, podía notar como sus codos se apoyaban contra el volante y sus manos estrujaban su cara con frustración.

Mis manos temblaban, sin embargo, me obligué a abrir la puerta y subir por ella sin apenas dirijirle una mirada.

El parecía no haber notado mi presencia, y aunque verdaderamente me dolía admitirlo, sabía perfecto que estaba ignorándome.

Sus manos se apresuraron a girar la llave que colgaba sobre la ranura, y en pocos segundos, el auto se desplazaba por las oscuras y desiertas calles de la ciudad.

El ambiente se volvía tenso, tanto, que temía por el bienestar de las pequeñas uñas que, sorpresivamente, aun seguían intactas ante los leves mordiscos de mis dientes.

Le miré de reojo y me vi obligada a tragar el jodido nudo que asfixiaba mi gargarta.

— Ross.

— No digas nada. — me cortó.

Sus palabras eran bruscas, dolorosas y firmes. Sus ojos se veían perdidos en la carretera y además de su rostro serio, la forma en que tensaba su mandíbula y apretaba sus dientes, estaba demás decir que se veía cabreado cuando todo él delataba de una y mil maneras la furia que posiblemente sentía en el momento.

— Yo... Te juro que puedo explicarte. — balbuceo como idiota, ni siquiera sabía que decir. — No es lo que.

— Vi como le besabas. — se apresuró a decir, apretando uno de sus puños contra el volante. Sus nudillos se veían blancos por la fuerza que ejercía y eso en verdad me aterraba. — No es necesario que me relates como tus manos se aferraban a su cuello y le comías los labios — rió con ironía, se le veía dolido, claramente. — No es necesario, no quiero escucharte. — gruñó.

Sentí un pinchazo en mi corazón. No pude evitar bajar la mirada ante sus palabras. Había besado a su hermano, había sido una jodida estúpida y como si fuera poco, Ross había presenciado todo aquello.

— Escucha, yo no quise que.

— ¡Joder, lo besaste frente a mis ojos! No quiero escuchar tus malditas escusas, ¿acaso me crees estúpido? — volvió a interrumpirme, golpeando uno de sus puños contra el volante.

Prohido Enamorarse ll | Ross LynchDonde viven las historias. Descúbrelo ahora