Capítulo 11.

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Despertó sintiendo aquella mano que se abrazaba a su cintura de forma posesiva, con cuidado la apartó, quedándose un momento sin moverse ya que no quería despertar a la persona a su lado. Se giró y vio el rostro tranquilo de su esposo; repasó cada rasgo desde su cabello negro hasta sus labios entreabiertos. Se acercó un poco más con cuidado y besó los labios de su pareja; fue un pequeño roce antes de apartarse y observarlo que seguía igual de dormido.

—Te amo —susurró y retrocedió en la cama hasta levantarse.

Miró su ropa en el suelo, la tomó y se vistió, siendo lo más silencioso que podía ser, ni siquiera se dio tiempo para bañarse, quería dejar aquella casa antes de que su esposo despertara, además de que a cada momento que lo veía sentía su corazón oprimirse y el inmenso deseo de llorar que formaba un nudo en su garganta.

Metió la mano en su bolsillo sacando las llaves que continuaban ahí, las dejó sobre la mesita de noche porque aquel regalo que le había sido dado la noche anterior no lo podía aceptar.

Se dirigió a la puerta, miró por última vez hacia la cama y salió de la habitación.

Quiso correr por el pasillo y las escaleras, pero sabía que si lo hacía se escucharía en gran parte de la casa, ya que no se encontraba amoblada en su totalidad y el eco era todavía mayor.

Al salir cerró con cuidado la puerta, notando el auto de su esposo aparcado fuera de la casa, miró a su alrededor, parecía un lugar bastante tranquilo y también con muy pocos vehículos transitando las calles, por lo que tuvo que caminar antes de poder conseguir un taxi y al subir en este, le dictó la dirección del edificio en dónde vivía.

A pesar de que una vez más quiso correr cuando bajó del taxi, no lo hizo, saludó al guardia como si nada hubiera pasado, se dirigió al ascensor, marcó el piso doce cuando las puertas se cerraron, mientras en su cabeza no dejaba de repetirse la noche anterior y lo dicho por su esposo, porque aquellas palabras sólo dolían. Antes hubiese gritado y saltado de felicidad al escucharlas, pero las cosas eran diferentes ahora.

Cuando llegó a su piso salió del elevador y caminó a su apartamento, sus pasos casi estaban siendo arrastrados al estar frente a su puerta; colocó la clave, entrando en el lugar, fue directo a la habitación y sacó una maleta del armario, la abrió sobre la cama y comenzó a meter toda su ropa sin importarle si ésta se arrugaba o no, todo lo estaba haciendo tan rápido como podía.

Sabía que estaba siendo un cobarde al huir de esa manera, pero no creía soportar hacerlo frente a su esposo cuando este ni siquiera tomó en serio sus palabras, había creído que todo era un juego de él.

Sintió el rápido movimiento sobre su cuerpo y los ojos de su esposo estaban enfocándolo demasiado abiertos, ladeó la cabeza porque no quería que Min Ho notase sus lágrimas, además de que no soportaba ver esa expresión en su rostro.

Una de las manos de su pareja fue la que le hizo volver a enfocarse hacia él, e incluso se encargó de limpiar las lágrimas que se empeñaba en retener porque no quería mostrar cuanto le dolía decir aquello.

—Deja de jugar, no es gracioso.

Los labios volvieron a unirse pero ni siquiera le correspondió, su esposo se acomodó a su lado, girándolo en su dirección.

—Mi-Min Ho yo...

—Sé que no soy el mejor esposo ni el más responsable, pero te aseguro que no me hace gracia esto, no cuando te estoy expresando mis sentimientos más sinceros.

Abrió la boca para hablar, decirle que estaba hablando en serio pero las palabras no salían, y los labios de su esposo fueron más rápido posándose sobre los suyos, permitiéndole perderse en sus sentimientos y sentirse correspondido aunque doliera, porque quería creer que los sentimientos de su esposo eran reales pero una parte de él le gritaba que no lo eran, que todo continuaba siendo parte de aquella mentira que su esposo inventó.

Si el amor duele, ¿por qué decidí amarte?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora