La Profecía

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La noche era fría, como un invierno entre las montañas, no habia nieve en los arboles pero el clima era tan helado que ningun animal o bestia se escuchaba sonar.-¿¡Que dices!?- Todo era oscuro y nada parecía tener vida, al rededor del lugar se escuchaba el silencio penetrando la mente, intentando volver loco a quien lo escuchara.
-Eso mismo que ha escuchado, mi señor- entre la oscuridad de la noche y la luz de la creciente luna lo único que se alcanzaba a ver eran dos siluetas en ese bosque tan sombrío y vacío de vida.

Entre la falta de luz y la oscuridad de un cuarto alumbrado con pocas velas se empezaba a escuchar una voz tersa y un poco siniestra.
-¿A donde piensas ir?-
Mientras un hombre de cabellos largos y rojos guardaba sus cosas como si quisiera escapar y salir huyendo en una desesperación como si no quisiera estar donde ahora está.
-Tú muy bien sabes a donde y porque-
De la sombra que penetraba una pared empezaba a salir una silueta, una sombra, un hombre, al salir un hombre pálido alumbrado por la luz del fuego decía.
-¿Que es de lo que estas hablando?-

La furia se le notaba a kilómetros haciendo par a sus cabellos rojos, sus ojos se tornaban dorados, una espada se formaba de la nada entre su mano derecha.

-¿¡Creíste que no escucharía los rumores, creíste que no me entraría!?- la espada volvió a desaparecer en la nada, en el aire.
El hombre pálido con una sonrisa en su rostro le contestaba diciendo.
-Ohh, ya veo, la profecía-
Terminando de guardar sus cosas el hombre de cabellos rojos caminando ya en la puerta para salir, le dice al hombre pálido.
-Apenas va a nacer, Blakeley no quiero que el este metido en el mundo de la guerra- sus ojos seguían del color del oro, pero empezaba a lagrimear mientras el hombre pálido decía fríamente -Que puedo hacer yo, si ya está escrito- lo dijo burlonamente -Tú puedes cambiar el destino, házlo por favor Blakeley- sus lágrimas seguían corriendo por sus mejillas -Podría cambiarlo, pero el poder seguiría en el y después de eso lo seguirán buscando por su poder, aunque la otra opción es...- fue interrumpido precipitadamente.
-esa no es opción, maldición Blakeley- los ojos de Blakeley se entre cierran.
-¿Entonces, que piensas hacer?-
-Traicionar al Rey- lo dice seriamente mientras se sale del cuarto donde se queda el hombre palido diciendo y preguntando con voz alta
-¡¿Otra vez?!- y se desvanece en la oscuridad del cuarto que yace ya con la vela apagada.

En el silencio de la noche, el hombre rojo atravesaba la puerta de su morada y se encuentra con su esposa, diciendo. -Nos iremos de aquí.

Hunter: Ojos dorados; El herederoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora