4. Damien

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«No significa nada», me repito mil veces y no me lo creo ni una vez.

Significa mucho. Significa todo. Significa que soy un maldito negador. Significa que lo sé desde mi viaje a Bariloche, pero no lo quiero asumir. Significa que soy gay. Significa que, si mi viejo se entera, me mata. Y no, no hablo en sentido figurado.

«No soy puto»; uso esa palabra porque me recuerda que lo que siento está mal. Sólo que sé que no está mal. Siento que está bien. Muy bien. Fui yo, por una vez en mi vida me sentí yo.

Metí la pata mil veces en la noche ¿Saben por qué? Porque fui espontaneo. Porque no estaba actuando un papel, porque así me salían las cosas. Como el culo.

Ahora no sé qué hacer.

Por lo pronto, puede esperar. Cualquier revelación que quiera tener, tiene que ser el lunes. Porque este finde me toca viajar a lo de mis viejos.

Trato de concentrarme en clases, no me sale. No importa demasiado, es clase de informática. Se sabe que todo el mundo la promociona. Ni nosotros queremos estudiar, ni la mina quiere tomar finales. Buen trato.

Salvo que son dos horas, dos horas de nada mejor que hacer que pensar en Alejo. Y en la forma en que me comporté con él, como un pendejo.

Armo el bolso ni bien llego a casa, y me voy a la terminal.

Estoy nervioso.

¿Y si Alejo también viaja? ¿Y si saca en el mismo cole? ¿y si me lo cruzo en Pergamino?

Al final, me relajo. Cuando el colectivo arranca, estoy seguro de que por lo menos ese día no me lo voy a cruzar.

Llego a casa el viernes a la tarde. Separo la ropa que es para lavar y pongo una carga.

Mi mamá no está en casa, debe estar en el gimnasio. Mi papá, trabajando y mi hermana, en la escuela.

Aprovecho mis únicas horas de paz y ruego que mi vieja sea la primera en llegar. Es con la única con la que me llevo bien. Mi papá es un imbécil, a veces pienso que mi mamá también tiene que serlo para estar con él, pero se me pasa enseguida porque la quiero demasiado para pensar así de ella. A veces me pregunto si la faja...

Hoy estoy bajón y de preguntas existenciales. Maldito Alejo. Creo que me tengo que hacer un exorcismo.

Mi hermana es una tarda. Hueca. Y lo peor es que le encanta, porque, para el caso, nació en la misma familia que yo; podría ser distinta, pero no quiere.

Se llama Alishya. Sí, mis viejos son unos hijos de puta. ¿No podían ponernos Alicia y Damián?

—Hijo —me saluda con entusiasmo mi mamá cuando llega y hace ese ritual de besos y abrazos de los que simulo querer escapar. Mi papá dice que me esta pelotudizando o, lo que es peor, haciendo maricón. Si supiese...

Vade retro, Alejo.

—¿Llegaste hace mucho? ¿Merendaste? ¿Querés que vaya por unas facturitas? Me voy de una escapada a Flic.

Sabe que amo las facturas de esa panadería. Soy débil.

—Llegué hace media hora. No merendé. Acepto las facturas. Te acompaño —contesto, y mi mamá me despeina como si tuviese seis años.

Acá es cuando pasa la primera cosa que odio de mi casa. Si hay un hombre, el hombre maneja.

Mi vieja maneja bien, de hecho, mejor que mi papá. Mi viejo es de los que putean, frenan, aceleran, miden los semáforos, golpean el volante. Mi mamá va a la velocidad que hay que ir, deja la distancia que tiene que dejar y las únicas veces que ha sufrido un accidente fueron culpa de alguien más. Mi papá no mantiene ese invicto.

Entonces, me besó (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora