18. Alejo

11.4K 986 171
                                    


No podría definir mi estado de ánimo como «de mal humor». No lo estoy, de hecho, estoy contento, feliz diría. Creo que la palabra es «ofuscado».

Disfruto mucho de estar en familia. Adoro a mis viejos, a mis hermanos, a mis tíos, primos —abuelos no me quedan ya, cosas que pasan cuando venís desfasado con tu generación—, pero hoy preferiría estar en Rosario con Damien.

Es sábado a la mañana y voy a la ferretería a «ayudar». No soy muy bueno, así que lo único que hago es cebar mate y alcanzar cajas para que mi papá no haga fuerza. No puedo vender, no sé dónde está cada cosa, ni hablar de que jamás voy a entender qué es un «pendorcho».

En mi casa todos se dan maña arreglando cosas, razón por la cual nunca tuve necesidad de aprender. Mi hermano, sobre todo, se las ingenia con cualquier problema. Es electricista, pero también hace algo de plomería y albañilería. Ahora le está haciendo el garaje a mis viejos en sus tiempos libres, que no son muchos.

Damien: ¿qué ven mis ojos? Última conexión 10:30 ¿Te caíste de la cama?

Yo: je je. Me tiraron. Estoy en la ferretería estorbando, digo... ayudando. Andá a estudiar.

Damien: Estoy estudiando. No me retes, mamá.

Damien: Los análisis ok.

—Alejo, Alejo, hijo, ¡Ey!

Mi papá me mira extrañado. Me quedé colgado leyendo el mensaje de Damien.

Yo: Genial.

—Perdón, pa. ¿Decías?

—Que me alcances esa caja. Si querés, andá a casa.

—¿Me estás despidiendo? Exijo mi indemnización.

—Traé la caja, querés —se ríe.

Paso la mañana haciendo fuerza. Mi papá me hace ir y venir con las cosas pesadas, subirme a las escaleras para buscar arriba, ir al depósito —que es un lío— a buscar «el coso que es así y asá».

Creo que mi cuñada está embarazada. Y creo que mi papá también lo piensa, por eso no la deja hacer nada. Me alegro de, al menos, ayudar un día.

Al mediodía cerramos y nos vamos para casa a almorzar.

Están todos. Mi hermano Juan Pablo, mi hermana Lucía, su esposo, mi cuñada, que llegó con nosotros, y mi mamá. La casa es un alboroto. Me lavo las manos antes de comer y, como ellos cocinaron y pusieron la mesa, mi cuñada, mi papá y yo nos encargamos de levantar y lavar.

El día está lindo. Después de almorzar, nos sentamos en el patio.

Mi patio es feo, pero a nosotros nos gusta. Tiene una de esas mesas hechas con pedacitos de mosaico de colores, los bancos del juego se rompieron antes de que yo naciera; ahora tenemos unos sillones de mimbre con almohadones de lona. Como la mesa es imposible de mover, ponemos una de plástico para cebar mate.

Cuando era chico, adoraba mi pileta Pelopincho que se comía la mitad del espacio y que quemó el pasto. Mi mamá intentó plantar césped encima una vez, pero no creció; sólo hay un par de yuyos, algunas plantas indestructibles y nada más.

Antes, vi fotos, era más grande; pero cuando mis hermanos crecieron, hicieron una habitación más para que durmiesen separados y se comió parte del patio.

Igual, corre aire, y por eso mi papá se va afuera siempre que puede. Agarramos esa costumbre de él.

Los dejo charlando y me vuelvo al living. No es de cortado, es que mi papá se está dando cuenta de que me pasa algo. Me mira con sus ojos azules, tan parecido a los míos, y entiende demasiado.

Entonces, me besó (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora