22. Damien

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—¿No creerás que no me debés una explicación? —Río mientras sostengo el envase de lubricante sabor frutilla.

Alejo ríe también, y yo tengo ganas de bañarlo en esta porquería y comérmelo de pies a cabeza. Está envuelto en una toalla —mi toalla—, con el cuerpo mojado y el pelo goteando.

Se la quita de la cintura, quedando completamente desnudo frente a mí, y se la pasa por el pelo. Se me atora la sonrisa.

—Menos pregunta Dios...

—¿Eh? —pregunto confundido.

—¿No conocés el dicho? «Menos pregunta Dios y perdona».

Largo una carcajada.

—¿Otra de las cosas de tu mamá?

—Me niego a hablar de mi vieja sin siquiera llevar calzoncillos —dice fingiendo indignación.

—No cambies de tema, que no es tu mamá la que usa esto...

—Y si lo usa... NO. QUIERO. SABERLO.

Me duele la panza de reírme.

—Explicaciones, chico frutillita... exijo explicaciones.

Camina hasta la cama, me besa, se pone su bóxer y me quita el frasco.

—No es para tanto. —Me sonríe y se tira sobre el colchón. Me pego a él y lo abrazo. Huele a mi champú; mi veta posesiva no deja de sorprenderme—. Sentí curiosidad por ir a un sex shop. Así que un día junté coraje y me metí en uno, pensé que me iba a dar vergüenza, pero nada que ver... La chica que atendía era súper simpática y me mostró mil juguetes mientras explicaba para qué era cada cosa. Hay algunos muuuy interesantes. —Me mira con picardía y yo le regalo un «hmmm»—. El problema son los precios. Realmente debería haber descuento de estudiante o algo así.

No puedo evitar reírme de nuevo. Muero de ganas de saber cuáles juguetes le llamaron la atención.

—Bueno, cuestión que no entraban más clientes así que me quedé hablando con la chica un buen rato. Hasta me dio el teléfono... —cuenta.

—¿No le dijiste que eras gay?

—Si no se dio cuenta de que era gay con las cosas que me interesaban... —Larga la carcajada—. No me dio el teléfono porque me estaba chamuyando, celoso. Me lo dio en caso de emergencia. Te juro que la gente llama para que le mande el cadete con un pedido urgente.

Nah —sigo riendo.

—Te juro. Mientras estaba ahí deben haber llamado unas tres personas.

—¿Y qué querían?

—Qué se yo... No escuché, y obvio, en el sex shop son discretos.

—¿Qué puede ser una emergencia? —pregunto incrédulo y algo obnubilado por la risa de Alejo.

—No sé, pero imaginate que estás con el chico de tus sueños, que al día siguiente se va a servir a Siria con la armada, y te dice: «sabés que siempre soñé probar un dilatador anal». Supongo que eso entra en la definición de emergencia ¿no? En ese caso agradecería tener el teléfono de mi amiga a tiro.

Río hasta el dolor de panza.

—Eso no explica las frutillas —digo cuando puedo volver a hablar.

—No quería irme sin comprar nada y los lubricantes eran lo más barato. Y bueno, no vas a ir a un sex shop y comprarte uno común, de los que conseguís en una farmacia... Aunque tampoco me animé al de maracuyá.

Entonces, me besó (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora