43. Damien

7.7K 872 216
                                    

Llegamos a Rosario y tenemos que ayudarnos del GPS para encontrar la dirección. Es en zona norte, cerca del padre Ignacio.

La casa es grande, de pasillo, está al fondo de la de un tal Alberto. Alberto saluda a mi mamá con cariño, como si de una hija se tratase.

—Vinieron unos chicos —dice el señor—, dijeron que a ayudar. Me parece a mí que esos vinieron a estorbar. Si me mintieron, llamo a la policía.

Estoy sorprendido y, cuando miro derredor, veo el auto de Sebas estacionado. Sonrío ¿cómo se habrá enterado?

Pasamos por el pasillo que necesita una mano de pintura —cuando me acomode lo haré— y damos de lleno con un patio-galería.

—Hay parrilla, ma —le digo sonriendo.

Mi vieja está avergonzada. Siempre vivimos holgadamente y noto que le da pudor no poder brindarnos esa vida por su cuenta. Yo, en cambio, estoy hinchado por el orgullo de hijo.

—¡Y es enorme! —grita la voz de Esteban desde adentro.

—¡Qué hacés, boludo! ¡Estás hecho mierda! —Sebas me abraza.

—Gracias —le contesto con sarcasmo y se ríe.

Empezamos a bajar cajas y tratamos de dejarlas donde va a ser su lugar definitivo. Mi mamá insiste en dejarme la habitación más grande y yo insisto por la chica —qué distinto sería si la discusión fuese con mi hermana—. Estoy seguro de que va a llegar el día en que peleemos por las piezas, sé que va a recapacitar.

—Juan Pablo —dice Alejo—, vamos a vaciar el departamento de Damien y traer las cosas.

—Vos quedate acá —propone Esteban—, vamos nosotros tres, si total es traer todo lo que haya.

Sonrío de nuevo.

Mi mamá, Alejo y yo nos ponemos a limpiar. Para mi sorpresa, hay productos, una heladera vieja, una cama para mi mamá y algunas cortinas.

—Alberto me dejó traerlas cuando firmé el contrato. La heladera se la compré al vecino y la cama era de la tía, la trajo ella. Lo único que tuve que pagar fue el colchón, que lo entregaron ayer —explica mi vieja.

—Te quiero, ma. —La abrazo—. Me encanta la casa nueva.

Ella duda y yo lo digo en serio.

No, no es lujosa. De hecho, necesita muchos arreglos. Hay olor a encierro, algunas manchas de humedad en el techo, los muebles de la cocina no cierran bien y la canilla del baño pierde. Además, hay que limpiar a fondo, parece que hubiese pasado una década desde la última vez que alguien pasó un trapo. Así y todo, este lugar va a ser un hogar, algo que mi casa de Pergamino nunca fue.

Suena el timbre y caen Martina y Lorena. Martina llora cuando me abraza.

—¿Cómo hacés para que te quede bien un pañuelo en la cabeza? —dice a Lore y sonríe a pesar de las lágrimas—, ella queda re pin-up y yo estoy para ir a vender empanadas a Las Colectividades.

Alejo se ríe y la abraza.

—Sos hermosa, tarada. ¿O querés que le pidamos opinión a Ema?

Martina se pone colorada.

Ambas saludan a mi mamá y se ponen los guantes amarillos de goma. No hay uno que no esté fregando.

—Para mi viejo, cuando dice que no sé lo que es la colimba —se queja Lore en chiste.

Los chicos empiezan a volver con mis muebles, y también aparecen Tamara y Cristian a dar una mano.

Juan Pablo, que es el que más sabe de arreglos, soluciona el problema de la canilla del baño y me explica qué hacer con las manchas de humedad.

—Subí al techo —dice—, no es grave. Vas a tener que lavar bien, conseguite unos guantes para químicos, no lo hagas con los amarillos estos —Señala los de limpieza común—, y dejá secar bien. Después, dos manos de pintura impermeabilizante.

—Bien ¿dejo secar cuánto?

—Las dos manos las das el mismo día, después esperá a que llueva para ver si sigue filtrando, si no, ahí ya rasqueteás y pintás adentro.

—Gracias.

Con tantas manos ayudando, terminamos de arreglar la casa en tiempo record. No tenemos muchas cosas tampoco, pero están mis muebles —ahora tenemos dos teles— y la casa huele a perfumina y lavandina por todos lados. No quedó una mota de polvo.

—Bueno —dice Alejo y me guiña el ojo. Algo trama—. A bañarse, que hay que cenar.

—Alejo —me acerco y hablo bajo—, nosotros, bueno... es año nuevo y tenemos lo puesto. Capaz vamos por ahí, a ver si hay algún lugar abierto que acepte sin reservas o... pero ya viste la heladera, tenemos de pedo para unos sándwiches.

Me besa. Me mira de nuevo, sonríe y me vuelve a besar.

—Siempre tan preocupón —dice de buen humor.

Todos se van, incluyendo a Juan Pablo, y quedamos mi mamá, Alejo y yo. Nos bañamos en turnos —como hay calefón no tenemos que esperar— y nos cambiamos no muy arreglados.

Vuelve a sonar el timbre y Alejo me sonríe tan pícaro que tiemblo.

Cuando voy a abrir, siento ganas de llorar de la felicidad.

Trajeron el año nuevo a casa.

Analía, Roberto y Emanuel pasan cargados de tuppers y bandejas con comida.

—Mi abuela te manda un pan dulce con frutas —dice Ema y alza el envoltorio.

Detrás, Sebas, Esteban, Lore y Martina caen con bebidas y dos bolsas de hielo.

A las pocas horas, llegan Juan Pablo con la mujer y Lucía con su marido.

—No podían pasar el año nuevo solos, ¿o sí? —me dice Analía y me abraza como si fuese su propio hijo. Luego se gira a mi mamá y le dice—: Estoy feliz por usted y muy orgullosa. —Y la abraza como no hizo nadie en años.

Mi mamá llora feliz y emocionada.

—Damien —me dice Alejo al oído—, mis viejos son así de pesados, lo sabés, si tu mamá se siente incómoda, nos vamos —Se ríe—, no nos vamos a ofender. Somos imposibles de ofender.

—Mi mamá está feliz, Alejo. Yo estoy feliz. Te amo, te amo, te amo. No me voy a cansar nunca de decirlo. —Lo abrazo y lo beso y no quiero soltarlo.

—Ni yo de escucharlo. Feliz navidad y, en breve, feliz año nuevo.

—Año nuevo...—Lo espero para completarla frase—, vida nueva.    

*********************************************************************************************

FIN (hay epílogo)

Entonces, me besó (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora