26. Damien

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—Perdón. Tenés razón —digo sin muchas esperanzas.

Odio pelear con Alejo. Es lo peor, si tan sólo discutiese... Pero no. Se queda ahí, con los ojos brillantes que me esquivan la mirada, las mejillas coloradas y la boca tan apretada que pide a gritos un beso.

Yo soy temperamental. Intento controlarlo porque me mataría antes de parecerme a mi viejo; Alejo, en cambio, es tranquilo incluso cuando se enoja.

—Ya sé que tengo razón, ese no es el punto. ¿Pedimos papas con chédar? —pregunta cambiando de tema y yo tengo ganas de zamarrearlo.

No me gustan las papas con chédar; o, mejor dicho, no me gustan las papas con chédar de los bares. Son las congeladas y las meten en el microondas para derretir el queso, un asco. Pero a Alejo le encantan; a Alejo le gusta la comida de bar, las porquerías de McDonnals y las golosinas; para él estar acá es toda una salida de fin de semana, y yo se la acabo de cagar. Me siento como el culo.

—Si querés... Alejo, está bien ¿ok?

Toma aire y cuando pienso que ya está, que vamos a poder terminar la noche más o menos bien, contesta:

—No, Damien, no está bien. No puedo creer siquiera que lo hayas dicho, ni hablar, de pensado ¿qué mierda te pasa?

—Alejo...

—¡Alejo, las pelotas! —Baja la voz para que no nos miren, pero su tono sigue siendo el de un grito—. Me pediste que te violara.

—Estás exagerando. No te pedí que me violaras, sólo digo... No todas las primeras veces tienen que ser geniales...

—Decímelo a mí —replica y ahora pasa de enojado a furioso. Yo me siento aún peor.

—Sabés que no es lo mismo.

—Sabés que no lo voy a hacer y deberías estar de rodillas disculpándote por sólo insinuarlo.

—Me pondría de rodillas, pero haríamos un show y sé cuánto odiás los shows —intento bromear, y Alejo se gira a llamar a la moza.

—Papas chédar y... ¿un tostado? —Asiento sin saber qué está pidiendo.

—Ya sé, te cagué la noche...

—Damien, no me cagaste la noche ¿ok? Y no vengas a jugar el papel de arrepentido ahora, porque me importa una mierda. ¿Y sabés por qué me importa una mierda? —me dice y por fin me mira a los ojos. ¡Dios! ¡Cómo lo conozco! Puedo ver el momento exacto en que en su mente me perdona y quiero besarlo. Lo amo tanto que me dan ganas de ponerme a gritar—. Me importa una mierda porque te arrepentís por mí, porque me ofendiste a mí.

—Y sí...

—¡No! Te tenés que arrepentir por no quererte lo suficiente.

Llega la moza con la cerveza y nos quedamos en silencio.

Miro para todos lados menos para mí derecha que es donde Alejo se sienta. Estamos en un bar a pasos del Club Mitre; no el que está pegado al río, el otro.

Las mesas están todas ocupadas. El clima es ideal para tomarse una cerveza acá. Todavía no es completamente de noche, me prendo un pucho y me lo fumo lento.

Noto algunas miradas en nosotros, ya me estoy acostumbrando, pero sigue siendo molesto. No son miradas de desprecio, sino más bien, de curiosidad. Como si fuese de vital importancia para sus insignificantes vidas determinar si Alejo y yo somos sólo amigos sentados muy juntos, o novios. Son patéticos.

Entonces, me besó (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora