12. Alejo

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Algo en mí se deshace. Mis defensas, creo.

Estoy muy dolido por todo lo que pasó con Damien. No puedo creer que me haya pegado, me parece imperdonable. Pero luce realmente arrepentido.

Lo miro mientras habla.

No ayuda que me guste tanto. Me embebo de su aspecto tanto como de su disculpa. Y me derrito.

Tiene los ojos de un tono marrón bastante claro, enmarcados en unas largas y espesas pestañas. Lucen brillantes bajo la luz de la calle. Sus labios son tan carnosos que parecen hacer un puchero cuando están cerrados. Y el pelo, rubio, algo ondulado, dan ganas de pasar los dedos por los mechones. Su barba también me gusta; tengo fetiche con las barbas, debe ser porque a mí no me crecen más que un par de pelos desparejos. En cambio, la de él está recortada; dibuja toda su mandíbula.

Hay algo que se rompe dentro de mí. Entonces, hago algo que no pensé que haría jamás.

—Prometeme que no lo vas a hacer de nuevo —le ruego.

—No. Lo juro, jamás pensé siquiera que sería capaz de pegar...

—No. No eso —suspiro—. Aunque, por supuesto espero no la hagas nunca más. Me refiero a irte con un tipo para... para castigarte.

Veo cómo se queda tieso.

—Damien —empiezo a explicarme—, vos sabías, cuando fuiste ahí, que en el mejor de los casos ibas a conseguir una experiencia poco satisfactoria.

—Yo no...

—Vos no ¿qué? ¿No te ibas a acostar con el primero que se te cruzara? ¿No fue eso lo que fuiste a hacer?

Su mirada es mitad vergüenza y mitad desafío. Quiere negarlo, pero sabe que no puede. Quizá no lo entendió en ese momento, cuando salió en busca de «algo». De una respuesta. Pero ahora que se lo digo, lo ve claramente.

—Cuando vi la foto, entré en pánico. Mi forma de reaccionar se aleja kilómetros de ser la correcta, lo sé mejor que nadie. Hace años que trato de manejar el miedo que me dan las relaciones casuales —confieso. Me sorprendo cuando las palabras salen con tanta facilidad de mis labios. Sólo dos personas saben lo que me pasó: Ema y Gastón. El primero, porque es mi mejor amigo; el segundo, porque fue la persona que me ayudó a dar el primer paso—. Capaz el tipo ese era un buen loco. Lo parecía al menos. Estoy seguro de que te hubiese tratado bien. Sólo que no puedo contemplar la posibilidad de que no sea así. Me aterra y prefiero quedar como un idiota que correr el riesgo con vos.

Damien me toma de la mano, bastante conmovido por lo revelador de mi confesión. Estoy diciendo que me importa con todas las letras. Entrelaza sus dedos con los míos y me susurra un suave: «está bien».

Pero yo sé que no lo está. Porque conozco las razones que se ocultan detrás de su accionar, entiendo que se está negando. Tengo muchos amigos gays, cada cual con sus propios mambos, algunos de ellos con el mismo que Damien.

Yo supe que era homosexual desde el momento que alguien me explicó el significado de la palabra.

«Ah, entonces eso es lo que soy».

No tuve muchos problemas para admitirlo. Sí, tardé en decírselo a mis papás. Lo hice el año pasado, antes de terminar la escuela. No me dijeron nada, ni bien, ni mal, ni mu.

En cambio, Damien no sabe qué se esconde detrás de mi paranoia. Detrás de mi accionar errático esa noche.

—Mi primer novio fue Lucas. Estábamos en la secundaria. No fue la gran cosa, nos dábamos besos, a veces nos tocábamos... Cortamos a los pocos meses, aunque meses a esa edad parece el matrimonio.

Damien me sonríe y eso me da valor para seguir.

—Al tiempo quise explorar más, pero no sabía cómo. No soy de los gays que se les nota, no se me acercan los hombres con facilidad. Empecé a salir a lugares de gente más grande, esperando que sean más abiertos... no sé. —Tomo aire antes de seguir—: Al final se me acercó un tipo, era más grande que yo. Empezamos a hablar y me preguntó si alguna vez lo había hecho. Le dije que no, pero que... Bueno, nada, me hice el superado. El que la tenía clara. No quería que se fuera o que pensara que era un boludo. Así que, cuando me dijo de ir a dar una vuelta, me subí a su auto y nos fuimos.

Veo que Damien traga saliva. Siento cuánto lo afecta y sé que es por mí. Hace que me guste más todavía, cuando ya pensaba que eso era imposible.

—Me llevó al parque —digo y trato de desconectarme del recuerdo, por lo que mi voz suena neutra—. Me di cuenta en ese momento de que no estaba bien, pero no quise «arrugar». Me hizo bajar del auto, me apoyó contra el capot y... lo hizo. Así, sin más. Mi primera vez. —Hago una pausa porque la idea de que a Damien le pudiese pasar eso me aterra—. Luego me apoyó la cabeza contra el auto y me dijo que si se lo decía a alguien me iba a matar. Me dejó parado ahí, a la noche, en medio del parque, y se fue.

—¿Quién es? ¿Sabés quién es? —me pregunta con bronca. Sí, sé quién es, pero no se lo voy a decir. Porque puedo ver que es para problemas y lo último que quiero es meter a Damien en problemas.

—No importa —digo en cambio y noto que quiere protestar—. El caso es que quedé muy lastimado, físicamente y bueno... emocionalmente. De la parte física me tuve que hacer cargo de inmediato, porque no se había puesto un forro. En ese momento pensás que te lo merecés por puto, te da la impresión de que todos te miran y te juzgan, hasta el médico. Fui solo, le dije a mi mamá que no me sentía bien y usé mi carnet de la obra social. El médico me dio una charla sobre los cuidados a la hora del sexo, quería vomitar.

—¿Es...Estaba todo bien? —El terror le matiza la voz.

—Sí. Zafé. No todos tienen mi suerte. Tardé mucho en volver a animarme a intentarlo. Fue con Gastón, le conté lo que me pasó para que me tuviera paciencia. Pero, si bien ahora lo hago y lo disfruto, nunca más volví a intentar el sexo casual.

—Entiendo —me dice y me da un apretón en la mano. Ojalá me abrazase.

—No todos son iguales, Damien. No se trata de que, porque me pasó a mí, te va a pasar a vos. No es eso. Sólo... Sólo no lo hagas por las razones equivocadas ¿ok? Tomalo como un consejo de amigo.

Asiente y yo me tranquilizo.

—¿Podemos, no sé, seguir hablando? —me pide.

—Sí, pero no ahora. —Le sonrió—. Creo que ya fui suficiente mal amigo por una noche.

—Me re olvidé —se ríe y me acaricia la mano antes de soltarla—. Vamos.

Se acerca al auto y golpea la ventanilla. Cuando Emanuel se baja, me mira con ojos entornados y yo me encojo de hombros; no puedo evitar que las comisuras de mis labios se eleven en una media sonrisa.

—Te voy a matar —me murmura cuando pasa a mi lado—. Me debés una grande, espero que haya valido la pena.

Sí, pienso, valió la penacompletamente.    

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Entonces, me besó (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora