13×Entrenada para mentir.

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Marcial sabía que estaba jodido. Había esperado una muerte rápida nada más poner un pie en Washington, pero no hicieron más que encerrarle en una de las celdas de Francis. Ahí, privado del contacto con las personas, en la oscuridad de las celdas, esperaba impaciente la hora de su muerte. El síndrome de abstinencia que sufría le impedía pensar en nada que no fuese conseguir una dosis, por eso cuando escuchó unos pasos por el pasillo, se revolvió con desespero.

—¡Ey! —exclamó, arrastrándose hasta los barrotes— ¡Ayuda!

Los pasos se fueron haciendo más cercanos hasta que de la oscuridad emergió una figura nítida— Cállate escoria —le dijo de mala gana, luego, le lanzó una jeringuilla con la dosis que tanto necesitaba— Mírate, das pena.

Marcial no tardó en coger la droga e inyectársela. Suspiró aliviado y volvió la mirada hacia el pasillo— ¿Qué quieres?

La persona se acercó a los barrotes— He venido a proponerte un trato.

Una sonrisa irónica se escapó de los labios del apresado— ¿A mí? No sé que puedes querer tú de mí, mejor deja de perder el tiempo. Yo ya estoy muerto.

—Tú tienes información que a mi me podría interesar — dijo— Si estas dispuesto a ayudarme, te sacaré de aquí y podrás vengarte de quienes te metieron en esto.

Marial, que estaba recostado en el suelo de la celda, observó el pasillo y volvió a mirar hacia la persona que esperaba su respuesta— ¿Cómo ibas a sacarme de aquí sin que te maten a ti en el intento?

—De eso no te tienes que preocupar. Responde, ¿aceptas el trato o no?

No necesitaba pensarlo, lo tenía muy claro— Definitivamente la vida no es más que una ironía estúpida, de todas las personas que pude imaginar que querría eliminar a las chicas de Francis eras tú —amplió su sonrisa— Claro que acepto.

•••

Tres días. Habían pasado tres días desde que se había despertado en esa habitación que aborrecía cada vez más por minutos, el único contacto que tuvo hasta entonces fue solo el de la señora de la limpieza, que se encargaba también de mantener la higiene en ella. En aquel momento, que apenas faltaban treinta minutos para el mediodía, la mujer mayor estaba limpiando el suelo en silencio.

Kahlan puso sus ojos en blanco— ¿Cuál es tu historia? ¿Por qué no hablas? —la mujer no dijo nada— Me limpias cada día y ni siquiera sé tu nombre. Pues te llamaré... —cerró los ojos, una oleada de temblores la invadió— Te llamaré Ruth, me gusta ese nombre.

La mujer siguió limpiando el suelo, y Kahlan desistió en seguir hablando con ella, las conversaciones unidimensionales nunca habían sido lo suyo. Con el pasar del tiempo se había ido acostumbrando cada vez más a los malestares, pero la única cosa que la comía por dentro era entonces lo que había sucedido con Francis.

DEN OF VIPERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora