Capítulo 39

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A veces me pregunto de dónde diablos habré salido. Siempre que miro a mis padres, intento entenderlo, pero no hay manera. Ojalá existiera alguna forma de saber por qué soy así, o de por qué tengo esta manera de pensar.

Todo es tan superficial. Me repugna su ridícula forma de actuar frente a los problemas; sólo saben solucionarlo todo con una sonrisa de lo más falsa y unos cuantos billetes. No saben lo que es el esfuerzo y, por ende, nada les importa de verdad. Les basta la riqueza y hacerle la pelota al jefe de papá para ser felices, y no es que esto lo haya descubierto recientemente. Llevo toda mi vida siendo consciente de que para ellos no soy más que un adorno en la familia, ya sea por su descarada forma de pasar de mí o por el poco cariño que me han brindado a lo largo de mi infancia y de mi adolescencia. A decir verdad, me he sentido mucho más querida por Nelly (la mujer que trabaja en mi casa) que por mis propios padres. Y por si eso no fuese suficiente, hoy también han tenido la cara dura de venir a verme y darme los buenos días.

No pueden ser más hipócritas.

Al parecer, después de la fiesta que tuvo lugar el otro día, decidieron quedarse unos días por Texas y se han estado alojando en un hotel de lujo a media hora de aquí. Me pregunto qué se les habrá perdido a mis padres en la ciudad de Austin.

—Esta tarde volvemos a San Francisco y mañana empezaremos un viaje por Sudamérica. ¿Qué te parece, hija? —me cuenta mi madre con entusiasmo, como si a mí me interesaran sus planes.

Resulta que, de la noche a la mañana, les ha nacido un espíritu aventurero que hasta ahora brillaba por su ausencia. O tal vez pretenden impresionar al nuevo mejor amigo de mi padre, que también es su responsable: Patrick Cooper. Quien, por cierto, parece haber aprendido la lección, puesto que hoy aparenta estar sobrio.

No sé quién les habrá dado permiso para entrar en mi cabaña. Además, el padre de Andrew se ha tomado la libertad de seguir el ejemplo de mis padres y sentarse a los pies de mi cama, lo que no me hace ni puñetera gracia. Sobre todo, teniendo en cuenta que me acabo de despertar y no he tenido ni cinco minutos para asimilar todo esto. De hecho, aún debo tener legañas en los ojos.

—¿Te gusta, cielo? —Mi madre saca algo de una de las bolsas que ha traído consigo y lo despliega, y resulta ser un precioso vestido sin mangas de color salmón—. Ayer fuimos de compras y te he traído algunos detalles.

Deja la bolsa sobre mi regazo y yo la entreabro para curiosear qué hay en la misma. Por algún motivo, no me sorprende ver que está llena de prendas carísimas, igual de bonitas o más que ese vestido salmón.

¿Mi madre comprándome ropa sin que yo se lo pida? Eso sólo puede significar una cosa.

—¿Qué quieres? —le pregunto de mala gana mientras aparto la bolsa.

—¡Qué voy a querer! Pues que a mi hija no le falte de nada.

—Mamá...

—Mira. Estos pantalones me costaron un dineral —sigue hablando, como si oyera llover. Esta es una de las cosas que más odio de ella, y es que es capaz de ignorarme deliberadamente sin sentir ningún tipo de remordimiento.

—¿Me puedes escuchar por una vez en tu vida?

Mi madre da un pequeño brinco y enseguida desvía la mirada de los shorts nuevos que sostiene entre sus manos. Acto seguido, los deja sobre la cama y accede a mirarme a los ojos con ese azul tan frío que congela.

—¿Por qué me sobornas? —murmuro.

—Te estoy haciendo un regalo, hija. ¡Aprécialo! Debería haberte enseñado a ser más agradecida...

—Oye, ¡pues quizá sí! —exclamo de manera sarcástica. Después, me quito la sábana de encima y me pongo de pie frente a ella—. No me cambies de tema. ¿Qué pasa?

Campamento de Verano© (Verano #1) [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora