Cap 1. Un nuevo comienzo

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Era el primer día de verano en la Hacienda La Esperanza, todos trabajaban como de costumbre, pero un rumor se disipaba por el lugar. Los trabajadores habían escuchado que la única hija del patrón Don Luis Rivera, vendría de visita hoy.

Después de tantos años sin pisar el suelo que la vio crecer en México, nadie estaba seguro que ella fuese aparecer ahora.

—¿Cree en serio aparezca, Magda? —preguntó Luz, una de las muchachas que trabajaba en la casa grande.

La anciana ama de llaves giró su rostro hacia la chica, lanzándole una sola mirada de advertencia. Los pardos ojos de la mujer mayor, hablaban por sí solos, no quería que nadie dudase de su palabra. Ella estaba segura que su pequeña Victoria, aparecería en cuestión de horas.

—¡Pero por supuesto que lo creo! Estoy más que segura que vendrá. El mismo Don Luis me lo dijo y no creo que sea una vil mentira, Luz.

—No pues, si el mero patrón lo confirmó... ¡Quizá hasta es cierto! —se decían entre sí las muchachas, que preparaban el almuerzo.

—Pues yo no me haría ilusiones.

El comentario arrogante, provino de una voz masculina desde la puerta de la cocina que daba al huerto. Todas las miradas cayeron hacia esa dirección. Incluso la nana Magda giró de cuerpo completo hacia el hombre que sonreía con sorna.

Parado ahí, estaba el responsable de enervar en cólera la sangre de Magda, Fernando Montreal. El capataz y administrador de la hacienda. Era demasiado joven en comparación con los capataces anteriores a él, pero tenía la confianza ciega de Don Luis. Con su 29 años, Fernando había acumulado la suficiente experiencia y respeto para ejercer como el segundo al mando en la hacienda.

—¿Acaso le creíste a Victoria, mi querida Magda? —preguntó petulante— No te vayas a desilusionar demasiado, cuando la noche llegue, y ella no aparezca.  

Esa mirada seductora de ojos ambarinos, observaba al ama de llaves destilando pura arrogancia. Alto, más de un metro ochenta y cinco, de piel morena apenas besada por el sol. Y atractivo indiscutible, era todo un conquistador. No había mujer que no se resistiera a sus encantos, quizás era su voz, o sus ojos, posiblemente era su desordenado cabello café que hacia mancuerna con su barba desaliñada, pero irresistible.

O era su cuerpo musculoso bien formado; de espalda ancha pero esbelta cintura la que hacía suspirar a cada chica que lo veía. "Una belleza de dios" como lo apodaban las muchachas de la casa, al verlo pasar.

Además Fernando era demasiado especial para de Don Luis, que incluso de un tiempo hasta ahora lo llamaba "hijo". Legalmente, era su tutor desde cumplió 17 años. Había perdido a su único familiar en un accidente de auto, dejándolo solo.

Su tío Ignacio, era el antiguo administrador. Fernando vivió con él y su abuelo desde que este era solo un pequeño de 4 años. Su madre lo había dejado a cargo de ellos cuando partió a la ciudad de México, pero jamás regresó. Y de su padre, Fernando no sabía nada. Ignacio tomó cartas en el asunto, se responsabilizó de su sobrino a quien lo crió como a un hijo, recibió educación y le enseñó el arte de los números, algo que al parecer Fernando adoraba.

—¡Que sí vendrá! —lo reprochó Magda.

Fernando rió por lo bajo, entrando a la cocina con porte de alto y soberano.

—No te hagas ilusiones, Magda. Victoria no ha puesto un pie en esta casa desde hace años, si quisiera venir, ya lo hubiera hecho... ¿No lo crees?

Su tono burlesco enfadó a la mujer. Pero ella no se rebajaría a pelear con él. Bien sabía que con Fernando, nunca ganaba una.

—Mira, Fernando...

Indestructible 1: Segunda OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora