Cap 18. Zeus baja del Olimpo

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–¿Qué no podemos hacer algo al respecto? ­–preguntó consternado.

¿Carmen en la hacienda? ¡Joder! Claro que no. Esa vieja arpía ya no tenía derecho de pisar estas tierras. Si no expresaba sinceramente lo que pensaba de ella, era por consideración a Victoria. Pero se estaba mordiendo la lengua para no soltar un improperio ofensivo contra la mujer que lastimosamente era su suegra.

–¿Y qué se supone que haga, Fernando? –demandó, irónica–. ¿Correrla?

Esa era la mejor idea que le había dado desde que la discusión había iniciado. Fernando se encogió de hombros, no veía el problema en su sugerencia.

–Yo podría hacerlo si quieres... –se ofreció indiferente, hasta que ella lo fulminó con una mirada–. Estoy bromeando.

–No, no lo haces. –aseveró ella, cruzándose de brazos.

Este suspiró resignado, esta pelea los estaba llevando a un callejón sin salida. Era su primera discusión, y no podía creer que estuviese relacionada con Carmen. Eso sí que era una putada. Pasó una mano por su rostro, negando con su cabeza.

–No, no lo hago, lo siento. En serio no soporto a tu madre.

Entonces se quitó la ropa interior, acercándose hacia la puerta de cristal de la regadera. Necesitaba una ducha que le bajase los humos de la cabeza. Abrió el grifo, probando el agua con su mano, mientras detrás de él, escuchaba los pasos de Victoria, caminando en su dirección.

–Fernando esto es serio, necesito que te portes bien cuando ella esté aquí.

–¿Yo? ¿Portarme bien? –inquirió incrédulo, girándose hasta quedar de frente a Victoria–. ¿Se te olvida que es ella la que insulta a todos como si caminase sobre oro?

–Sí, –suspiró abatida–, créeme no se me olvida. Pero necesito de tu ayuda, Fer.

–Me estás pidiendo demasiado, ángel.

Este sacudió su cabeza con ligereza, mientras la dejaba con la palabra en la boca. Se dio la vuelta, e ingresó a la regadera, debajo del chorro de agua. Victoria lo observó molesta, cruzándose de brazos. No le estaba pidiendo nada sobrehumano, y Fernando ya se había puesto a la defensiva. Es cierto que su mamá tenía un carácter difícil de tratar, pero después de la muerte de su padre, Victoria seguía algo sensible sobre conservar cerca a la poca familia que aún le quedaba.

Tal vez, que Carmen regresase a la hacienda no era la mejor solución, ni siquiera ella podía mentirse al respecto. Hubiese preferido visitarla con Fernando, en su casa, pero claro, eso jamás ocurriría. Si no podía convencerlo de tratarla en su territorio, menos podría obligarlo a viajar a otro país solo para visitar a su mamá. ¡Dios! ¿Por qué todo tenía que complicarse ahora?

–Sé que no entiendes lo que esto significa para mí... –espetó molesta–, pero si fueses tú el del problema, si fuese tú mamá la que vendría...

–Pero no es así, Victoria. –La interrumpió al instante–. Mi disque madre jamás aparecerá por estos rumbos, porque ni yo tengo la menor jodida idea de dónde esté. Y no me importa saberlo, eso ya lo superé...

Su tono acerado la sorprendió mucho. Este se dio la vuelta, mirándola con enojo y un ceño fruncido en su frente. No había tomado bien sus palabras, es más le había dolido que ella hubiese empleado ese tono de fastidio para acusarlo de su indiferencia.

–Y con respecto a que no comprendo lo que sientes, pues es cierto, no entiendo lo que representa tu mamá para ti, no tengo información propia con qué compararlo y dudo que alguna vez entienda a todo aquel que sí tuvo una madre preocupándose por su bienestar. Pero si las cosas fuesen al revés, y mi madre fuese parecida a Carmen, yo no te obligaría a tratarla, te lo juro.

Indestructible 1: Segunda OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora