Cap 8. Nada será como antes

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Estar confundido era un insulto a lo que él sentía en realidad. La herencia de Victoria estaría tan condicionada, que seguro ella buscaría un culpable, y el principal sospechoso, sería él.

Ese lunes por la mañana, Fernando se encontraba en las caballerizas, cepillando el pelaje café cobrizo de Rojo. Era un caballo viejo, como el dueño, pero corría como ningún otro. No debía de subestimarse el potencial del animal.

Su mirada se perdió en el lomo de Rojo, cada movimiento del cepillo era automático. Decirle la verdad o no a Victoria, seguía atrapando toda su atención.

Jamás se percató, que sería un blanco fácil para su compañía inesperada. Esta se movió en total sigilo, sin provocar el menor ruido al caminar. Se paró detrás de él, tan cerca, que su fresco aroma plagó sus fosas nasales.

–¡Booh! –espetó de la nada.

Fernando se encogió de hombros a modo reflejo, girando veloz sobre sus talones para descubrir quién le había sacado un susto. Relajó su expresión desconcertada al encontrarse la sonrisa pérfida de Victoria. Era una pequeña bromista, como en los viejos tiempos.

–Vaya, vaya... Fernando miedoso. ¿Quién lo diría?

Soltó una pequeña risilla de niña traviesa, estaba tan de buen humor, que Fernando no pudo hacer otra cosa más que reír en un aliento. Sacudió su cabeza con ligereza, desapareciendo sus preocupaciones en el proceso.

–Bueno, tú... –empezó a decir, lidiando con la nefasta sonrisa que deseaba contener–. Tú no me asustaste, me tomaste desprevenido, eso es todo... Pero no te preocupes, me vengaré.

La diversión se esfumó del rostro de Victoria en cuestión de segundos. "¿Qué hará qué?" pensó mortificada. Mordió sus labios, mientras sus mejillas se tintaban en un suave rosa. Ya no parecía tan divertido su pequeña jugarreta.

Fue su turno de reír divertido, sin necesidad de emboscarla, Fernando la había asustado lo suficiente. Este dejó el cepillo en el suelo, y le guiñó un ojo para confirmarle que también había estado bromeando.

–¿Dime qué necesitas? –cambió de tema, toda su atención estaba fija en ella.

"A ti" pensó necesitada. Victoria jamás entendería qué eran esas emociones tan contradictorias que sentía con respecto a Fernando. Lo quería, lo odiaba. Lo necesitaba, y lo repelía. ¿Por qué no sólo podía decidirse?

Victoria suspiró resignada. Debía dejar esas ideas locas de estar con él de una vez por todas.

–Bueno, yo... necesito ir al pueblo. Le dije a Magda que le ayudaría con los víveres de la casa. Y pues, no tengo quien me lleve a comprarlos. ¿Te molestaría acompañarme?

Su mentira, no pudo haber sido mejor planeada. Pedro, era uno de los empleados de confianza de la hacienda. Era el único que podía pasearse con libertad por la primera planta de la casa, ya que una de sus principales funciones, era ser el encargado de escoltar a Magda por la compra del súper.

Este se había ofrecido hace quince minutos acompañar a Victoria al pueblo, pero su nana lo necesitaba para otro encargo más importante. Victoria agradeció la amabilidad del empleado, y le aseguró que Fernando sería quién la acompañase, lo cual no era para nada cierto.

Por unos leves segundos, la expresión recelosa de Fernando pareció negarse. La ansiedad palpitó en su vientre, y tragó seco esperando una respuesta de su parte. Suspiró del alivio cuando este se limitó a encogerse de hombros.

–De acuerdo. Vamos. –musitó a secas.

Ella lo siguió todo el camino de regreso a la casa. Sus amplias zancadas la dejaban atrás, pero ella intentaba mantener el paso con una caminata rápida.

Indestructible 1: Segunda OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora