Cap 13. Última voluntad

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El silencio, reinó en la habitación. No era nada placentero para él, y menos siendo tan parlanchín como era. Augusto no dejaba de pasear su recelosa mirada, de un lado a otro, entre su ahijada y Fernando. Él no había escuchado sólo el sonar de los cubiertos al comer, desde la pasaron la primera cena reunidos en el comedor sin Luis. Esto era extraño para Augusto.

Ya habían atravesado esos tristes días, donde los tres se habían acostumbrado a incorporar pequeñas pláticas a la hora de la comida. Eran conversaciones sin importancia, la productividad de los cultivos, mejores pesticidas orgánicos, el rendimiento de los trabajadores, y más cosas, todas relacionadas a la hacienda. Durante toda una cena sólo se comentó sobre el nuevo tractor que habían comprado, no tenían muchos temas qué elegir.

Pero siempre se habían motivado a decir algo, y que la velada no transcurriera bajo el incómodo sonido de la nada. Claro que esta noche era distinto, ninguno soltaba palabra. Augusto sacudió su cabeza, completamente asombrado que ambos parecieran una especie de zombis. Este suspiró por la nariz, fastidiado.

–Entonces... –espetó en voz alta, llamando la atención de los dos–. Me contaron que la tormenta de ayer estropeó los corrales de vacunos...

Augusto miró de reojo a Victoria, ella parecía sorprendida con la noticia, parecía que no se había dado cuenta sobre lo ocurrido. Entonces regresó la vista hacia Fernando, sentado a su derecha, mientras este empezaba asentir con suavidad.

–Pues sí, pero solo un fue un corral el que sufrió daños. Y descuida, todo está solucionado. Un nuevo corral será instalado mañana, y regresaremos al ganado a su lugar.

–¿Y qué hay de la alberca improvisada de lodo que se formó? –preguntó curioso.

Fernando encogió un hombro con sencillez, no parecía afligido respecto a la hacienda.

–Mañana Pedro se encargará de rellenar el agujero como es debido. Así evitaremos que vuelva a ocurrir un incidente como el de hoy.

–Eso espero, muchacho... –suspiró aliviado, Fernando tenía todo bajo control–. Por cierto ¿Qué pasó con los vacunos que cayeron dentro del lodo?

–Logramos sacarlos, Augusto. Costó más tiempo del planeado, pero están a salvo...

Lo vio esbozar una forzosa sonrisa, Fernando no parecía con antojos de hablar esta noche. ¿Y cuándo las tenía? Él era así, se abstraía en sus pensamientos, casi pasando inadvertido por algunos, pero no para él...

Victoria escuchaba la conversación en silencio. En su mente, recapitulaba la noche anterior de la tormenta, desde que se había colado en la habitación de Fernando, hasta esta misma tarde, cuando una de las muchachas llamó a la puerta y avisó que la cena estaría lista pronto.

Sin embargo, nadie se había percatado que ella estaba encerrada en la habitación con Fernando. Según las tres chicas, ella debería tener un terrible dolor de cabeza, así que no osaron en molestarla.

Ni siquiera cuando la estridente música de Fernando apreció de la nada, todas ellas se morían por subir y gritarle que la señorita Victoria no se sentía bien, y que debía apagar el maldito estéreo. Pero lo dejaron pasar cuando notaron que el mismo Fernando bajó el volumen después de una canción. Seguro la misma Victoria le había reclamado en persona...

–¿Victoria? –la llamó su padrino–. ¿Victoria?

–¿Eh?

Ella giró su absorto rostro hacia su derecha. De pronto la voz de su padrino dejó de sonar a la lejanía en cuanto le prestó atención. Su expresión de desconcierto la obligó a fruncir el ceño y mirarlo con recelo.

Indestructible 1: Segunda OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora