Furia

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-Se me ha olvidado algo dentro del aula... -Y con una sonrisa, ya te ganabas la confianza de la mujer de la limpieza.

A decir verdad, la mujer pasaba un poco de todo, poniendo ojos de exasperación siempre que la decía eso. Y me sorprendía preguntándome cómo no se había dado cuenta de que algo me traía entre manos. Digamos que tenía un pasatiempo... bastante malo. Cuando me quedaba sin cuartos para el autobús me colaba en clase y husmeaba entre las cosas de mis compañeros en busca de dinero.

Sí, sí, que no estaba bien, pero nadie jamás sabría que había sido yo. A excepción de Jam, que estaba al tanto de qué tan rastrero era, y decir que él tampoco tenía las manos limpias. Más de una vez me había acompañado. Tampoco lo voy a llamar robar, que es una palabra muy fea. Yo nunca me consideré un ladrón. Yo cogía las cosas de otros para siempre, pero robar nunca.

En aquella ocasión Jam no estaba. Debía ir a hablar con el director por alguna mierda de su padrastro. Más dinero para mí. A ver, tampoco era un loco del dinero, y no era mucho lo que conseguía. Juro que era pura necesidad, no estaba demente.

Abrí la puerta de clase y comencé a registrar mochilas. No era para nada probable que alguien me encontrara. Estaba prácticamente prohibido estar dentro del edificio en la hora del descanso. Pero yo era así de malote, y podía plantarle cara al director con mi bonita sonrisa. Miré la mochila de Hanes por varios segundos... ¿Y si lo hacía? Quizá era millonaria o algo por el estilo...

Esperad, esperad; prometo a las damas no solía robarles... pero después de todo ya estaba siendo un idiota, un poco más no iba a hacer daño a nadie. Tampoco robaba a Lía. En varias ocasiones lo había intentado: a ella no la contaba como dama en absoluto. Pero no tenía ni un duro. Su padre la llevaba y la recogía del instituto todos y cada uno de los días del año. Como si tuviera cinco años y no supiera caminar sola o coger el autobús.

Registré la mochila de Hanes de arriba abajo, pero no encontré nada. Ah, si resultaba que era una chica lista y se había llevado el monedero, iba a terminar por conquistarme. Las mujeres difíciles podían conmigo. Me rendí y salí del aula. Apenas había conseguido diez dólares en total, pero algo era algo.

Finalmente le devolví la llave a la señora de la limpieza y me encaminé hacia el comedor. Cuando unas chicas comenzaron a hablarme con toda la normalidad del mundo, me di cuenta de lo mucho que necesitaba que Jam estuviera conmigo. Pero tranquilos, no soy tan borde, fui tan amable de contestar que estaba muy guapas y que me dejaran puto en paz porque iba a comer. Y después, les di un par de besos a cada una y, oye, se lo tomaron estupendamente porque se largaron con una sonrisa.

El comedor era un sitio bastante grande, donde tenías que pasar por delante de una mujer gritona para recoger tu comida en una bandeja. Creo que la comida no estaba tan mal... o al menos para mí, porque al resto de estudiantes les parecía repulsiva incluso. Pobre gente, que no sabe apreciar unos buenos espaguettis. Después de todo mi madre no cocinaba, y yo no tenía ni jodida idea tampoco. Lo único que comía era pizza... y la comida del instituto.

Divisé en una de las mesas a Hanes. Oh, por favor, era guapísima. Pero, cómo no, Lía me estropeaba la visión del resto de la mesa. Estaban sentadas con Caren y un par de chicas más con las que quizá había cruzado palabra para conocer su número. Pero Hanes era la que más resaltaba ¿Y cómo haces para hacer una mejor visión de todo esto? Si os preguntáis la respuesta, es: jodiendo a Lía.

Me acerqué con mi mejor sonrisa, Caren me la devolvió (y sí, se recolocó el escote), Hanes me miró alzando una ceja, y Lía se limitó a entornar los párpados, confundida. A las otras dos no las presté mucha atención, aunque parecieron creer que me iba a sentar, porque me hicieron un hueco con una rapidez inhumana. Pero se equivocaron.

No más mentiras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora