Instantes

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Era la preciosa mañana primaveral de mi último curso de secundaria. Yo tendría... unos diecisiete años recién cumplidos y, para ser sincero me estaría tomando muy a la ligera todo lo que tenía que ver con la vida.

Lo digo porque ya a primera hora me encontraba en la oficina del director con los pies puestos encima de la mesa mientras él suspiraba con resignación y se sujetaba el tabique de la nariz preguntándose por qué un idiota como yo había acabado allí. Si bien estábamos a martes o miércoles, parecía un lunes, porque la semana se presentaba como un infierno para mí, para él y para el resto de estudiantes del instituto.

-¿Puedes hacer el favor de bajar los pies de mi mesa, Matthew? -Me preguntó alzando su mirada hasta mí. No me moví ni un milímetro, la verdad es que me había dado un tirón en la cadera mientras trataba de correr del profesor de educación física y de aquella forma no era tan horrible.

Al ver que no le hacía caso se recostó contra el respaldo de su cómoda silla y me miró de hito en hito. A ver, no es que me acuerde mucho del viejales, pero creo que rondaba los sesenta ¿Y por qué seguía trabajando como director? ¡Y yo qué coño sé! Aquel despacho tenía la pinta de ser su casa, porque la papelera que escondía bajo la mesa estaba llena de bolsas y cajas de comida rápida. Tenía poco pelo, blanquecino, y una barriga bastante grande. Pero bueno, era un buen tipo, era amable al menos.

-Oye -Me dijo-. No me importa si te crees una estrella, o una celebridad. Aquí sólo eres un estudiante más. No puedes meterte en problemas todas las mañan... Todo el tiempo.

Chasqueé la lengua, cosa que no pareció gustarle mucho, porque frunció el ceño convirtiendo sus pequeños ojos en dos rendijas verdes.

-Ne me importa si me echa -Le dije- y puede hablar con mi madre si quiere. Quizá me hace un favor.

-Escúchame Matthew. No puedo echarte porque entonces te estaría dando libertad para hacer lo que quieras. Yo lo único que pido es que dejes de comportarte así.

-Vamos, al profesor Miller le queda mejor el pelo así. Créame, trabajo en la moda.

Me sonó incluso a mí un arranque de egocentrismo, por lo que decidí callar sellando mi boca con una sonrisa. El director me miró como si estuviera loco, pero no dijo nada al respecto. No nos llevábamos muy bien a pesar de que solía pasarme la mayor parte del tiempo en su despacho.

-Si no mejoras tu comportamiento tomaré medidas drásticas.

-¿Cómo qué?

Era obvio que le estaba retando, pero hizo como si nada. Después estuvo un rato hablando de que iba a hablar con mi madre sobre mandarme a una escuela militar o algo sobre el estilo. Y que tenía que dejar mi trabajo porque no veía con buenos ojos que un estudiante de diecisiete años posara en ropa interior para una revista. Pero esos son temas que me pasé por el forro mientras hacía que me estaba limpiando los oídos.

Y entonces cuando estaba llegando a la cumbre de su charla y su cara se comenzaba a poner roja, entró una profesora.

-Matthew, puedes marcharte, más adelante seguiremos con nuestra charla. Profesora, por favor tome asiento.

-Si se queda sólo con ella, me pondré celoso -Dije bajando los pies.

Me miró como si fuera imbécil. Espera, es que muy probablemente lo fuera. Me levanté del sitio y les miré a ambos alternativamente. La profesora estaba esperando que de un momento a otro me fuera y la dejara sentarse. Posiblemente me arrepentiría de aquello más adelante, pero tenía que hacerlo.

Me agaché sobre la mesa y cogiendo la corbata del director le traje hacia mí. Juro por Dios que le besé una milésima de segundo. Sentí un escalofrío de asco y estuve a punto de ponerme a toser delante de su cara. En serio. Valía la pena sólo por ver cómo se había quedado. La profesora estaba de piedra. Me fui corriendo nada más se levantó de su silla y me miró. Sonreí apretando el paso para que no me cogiera y me matara entre sus propias manos.

No más mentiras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora