Calma

241 17 7
                                    


No sé aún por qué, pero aquel día, incluso con mi malestar, terminé yendo al estudio. No creía que posar en mis condiciones fuera lo mejor, ni siquiera tenía ganas de hablar con Ann, pero de alguna forma una fuerza más allá de lo comprensible me atraía.

Cuando entré en el edificio me sentí totalmente desorientado. Había un montón de personas que jamás en mi vida había visto, y deducí que eso era bueno. Depende de los puntos de vista podía ser la salvación, o la perdición. Avancé con un suspiro, tratando de pasar desapercibido. Si alguien me tenía que preguntar algo, era posible que se llevara un susto de muerte al ver mi hermosísima cara pálida.

Me dirigí a mi pequeño camerino sin pensármelo dos veces. Ann comprendería que no estaba bien y me mandaría a mi casa, pero sin duda trataría de hacer todo lo posible para quedarme y no tener que enfrentarme a nada. Prefería encerrarme en mi pequeña burbuja donde todo parecía perfecto y precioso.

Cuando entré en la habitación no pude más que quedarme de piedra. Una chica de pelo azul estaba buscando entre un montón de revistas viejas algo. Parpadeé, visiblemente confuso e incapaz de decir nada. Quise preguntar quién era y qué hacía allí, pero como la última vez, no necesité siquiera abrir la boca para que ella se girara y me mostrara una sonrisa de disculpa. Beth. Era Beth. Apenas habían pasado dos días y medio desde que la última vez que la había visto, pero en ese tiempo había cambiado mucho. Su pelo azul mal recogido en una coleta era la prueba definitiva.

-Perdón -me dijo acercándose-, ya me iba. Estaba buscando una cosa para Ann...

-¿Por qué tu madre osa mandar espías a mi tierra? -pronuncié con voz grave a la par que me tumbaba en el sillón (Sí, tenía un muy cómodo sillón en mi camerino).

Alzó las cejas y lanzó una risa a la que no pude evitar responder.

-Debes tener bastante fiebre -la miré, impresionado. Por alguna razón no creía que ella lo hubiera dicho como una broma, porque sus ojos estaban fijos en mí y su sonrisa había cambiado ¿Cómo demonios ella sabía lo que me pasaba?-.

Hice un gesto con la cabeza para que se sentara a mi lado, y algo dubitativa se acercó. Se colocó en una esquina mirándome sin saber qué hacer. Aunque tuviera mi edad, parecía mucho más inocente que yo, pero no me juzgaba por mi aspecto.

-¿Cuándo te vas a Nueva York? -Pregunté tras un silencio.

-El viernes. Ya queda muy poco...

-¿No te asusta ir a una ciudad tan grande?

-Es por la fotografía -se encogió de hombros-. Por el arte.

Aquella palabra me llenó la mente. Ya lo había podido comprobar en otra ocasión, pero ella era muy superior a todo lo que se encontraba a nuestro alrededor. Era como si pudiera ver a través de lo que pensaba. Y cuando su expresión cambió por culpa de una sonrisa pareció que la habitación se había llenado de luminosidad.

Así era ella, de pronto lo había comprendido. Beth. En cada gesto, en cada palabra, en cada expresión y en cada centímetro de su piel se podía leer claramente escrita la palabra "arte". Su presencia entera era como una luz, dorada y vibrante. Me pregunté una y otra vez cómo no me había dado cuenta antes de que una persona tan increíble se encontraba en el estudio, tan cerca de mí.

-En realidad ya sé cómo se va a llamar mi proyecto de final de carrera... -confesó con cierta timidez. Cruzó los pies encima del sillón y sonrió, como si detrás hubiera algún secreto.

-¿Cómo?

-Mariposas.

-¿Mariposas? –La miré interrogante. Apenas entendía a qué se refería con ello. Simplemente conociéndola un poco podía adivinar que no iba a llenar un álbum entero de bichos.

No más mentiras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora