Euforia

174 8 1
                                    

Por fin comenzaban a cambiar las cosas. Poco a poco, como si a penas se notara. Podía sentir cómo mis sentimientos se iban aligerando. Se iban. Se esfumaban, como si jamás hubieran tenido un solo espacio en mi corazón. Al contrario de lo que llegué a pensar, jamás me desharía de los recuerdos amargos, pero saber de su existencia me impulsaría a seguir hacia delante.

Aquella noche mil ideas revolotearon en mi cabeza hasta tal punto que ya bien entrada en la noche fui a ver a mi madre. No me sorprendió encontrármela despierta, y cuando me vio aparecer me recibió con una sonrisa. Posiblemente ella también quería hablar conmigo desde hacía mucho, pero no habíamos tenido el valor de hacerlo, ninguno de los dos. Me senté sobre su cama, sumida en la penumbra; ella alzó la mano hasta mi rostro.

-No me decido... -solté de pronto- No sé que hacer, mamá ¿De verdad va a estar todo bien si acepto irme a Nueva York?

-Hace mucho tiempo -me dijo, pasando su mano por mi pelo- que debería haberme comportado como una mujer adulta. Pero siempre he sido una cría y no he sabido hablarte cara a cara. No puedo depender de mi hijo para siempre, y aunque mis posibilidades han sido limitadas, tampoco he puesto empeño en buscar trabajo y valerme por mí misma.

-Pero siempre...

-Siempre ha sido igual -continuó, sonriendo pero incapaz de mirarme a los ojos-. Cuando pasó lo de tu padre... cuando se fue... yo no supe como afrontarlo. También dependía de él mucho más de lo que me hubiera gustado. Pero cuando naciste y me quedé sola... no supe reaccionar. Tengo la sensación de no haber sido una buena madre, porque no he estado ahí para verte crecer realmente.

Su voz se apagó. Me pregunté si comenzaría a llorar. No tenía recuerdo alguno de ver a mi madre así de triste. Quizá por eso en aquel momento que un sollozo rompió el silencio, no supe reaccionar. Me abrazó con fuerza y plantó un beso en mi sien.

-Lo siento -se disculpó-; soy muy débil. Lo único que hago es demostrar que no puedo avanzar yo sola.

-Mamá...

-Ve -me cortó de nuevo, separándose-. Ve a Nueva York y trabaja. Yo no me voy a mover de aquí, y si en algún momento quieres volver sabes que vas a tener todo aquello que has dejado atrás antes.

Sus palabras me conmovieron, pero por alguna razón no me sentí cómodo. ¿Realmente tendría aquello que dejaba atrás? ¿Qué pasaba con mis amigos? Greg, Hanes, Shao... Jam... Si me iba tan lejos con la situación en la que nos encontrábamos a pesar de haberme prometido a mí miso que la haría frente ¿Alguno de ellos pensaría que estaba huyendo? No quería pensar en ello. Se trataba de destruir la preciosa rutina que había creado. Jueves: día libre. Viernes: día de pizza. Sábado: día de café.

Me enderecé, saliendo del alcance de los brazos de mi madre y me levanté. Murmuré un gracias antes de salir de la habitación en silencio.

Y no me dormí antes de dejarle un mensaje a Ann confirmando; Nueva York sería mi destino.

A la mañana siguiente me desperté por culpa del ruido de un coche que entraba sin ningún tipo de piedad por mi ventana. Sacudí la cabeza aturdido y recé en silencio para no haber dormido otra vez hasta las cuatro de la tarde. Para mi suerte, consuelo y todo, eran apenas las ocho de la mañana. Milagro, gracias a Dios. Quedaba una hora para que las clases empezaran y aquello me daba ventaja.

Me asomé para ver que era lo que estaba pasando en la calle. Diría que me sorprendí al ver un coche de policía frente a la casa de Lía, pero es mentira. Mientras el día anterior yo lo había pasado vagando entre la casa de Beth y la de Greg, posiblemente Lía y Hanes se lo habrían contado a los padres de esta última y todos habrían ido a la comisaría para testificar, y no estaba equivocado.

No más mentiras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora