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La sesión duró más de lo que yo había pensado. Pasando por alto mi tiempo de comida, fue lo suficientemente larga como para entretenerme parte de la tarde. Mentiría diciendo que a las cinco no estaba fuera. Al final no me había pasado por el instituto, y no lo llamemos pereza porque en el fondo sabía que había sido por puro miedo.

Me habría quedado a hablar con Ann de nuevo, pero resultó ser que habían venido unos tipejos muy importantes a verla y yo no pintaba nada allí. Y aprovechando que Beth no estaba , no había nada que me retuviera. Me fui a casa con la mente más o menos despejada y repitiendo una y otra vez que al día siguiente no podría faltar. tenía que hacerle frente a todo aquello. Y escondiéndome en el estudio no iba a avanzar.

De vez en cuando envidiaba a Beth. Saber que se iba a Nueva York... Era una ciudad lo suficientemente grande como para perderte en un lugar donde nadie te conociera y empezar de nuevo tu vida. Allí debía haber un millar de personas distintas, y quizá por eso me resultaba tentador. Tenía la esperanza de que no reinase la hipocresía. Desde que aquella misma mañana Ann me había preguntado por el papel, me había entrado la curiosidad. Había mencionado NY y, además, si mi brillante memoria no me fallaba, la semana anterior me había hablado también de una ampliación de sueldo. No era lo suficientemente estúpido como para no ver por dónde iban sus pistas, pero tampoco me quería adelantar. Ni siquiera me había parado a pensar si era algo que realmente quería hacer.

Subí al primer autobús que pasó sin mirar la dirección en la que iba. Francamente; estaba dispuesto a perder la tarde entera con la única misión de evadir mis problemas y los encontronazos con mis amigos. De aquel modo me senté en la parte de atrás y vi pasar las paradas durante casi hora y media. Y de no ser porque el conductor me dio un aviso, no habría levantado mi culo de allí hasta que hubiese anochecido.

Cuando llegué a casa me di cuenta de que mi madre no estaba. Resultaba extraño porque normalmente a las siete y pico solía estar bebida como una cuba. Pero no me preocupé, era una adulta bastante razonable fuera de los paréntesis marcados por el alcohol. Y se sabía cuidar sola.  No iba a ser yo quien le dijera que no podía salir, aunque usualmente no salía nunca nada más que para buscar trabajo.

Mi cena fue inexistente. No es que hubiera tenido un día ajetreado y se hubiera desvanecido mi apetito, ni que mi hambre hubiera sido suplido por ganas de vomitar. Fue porque nada más dejarme caer en el sofá me quedé dormido como un tronco. No recuerdo muy bien como fue, quizá una de estas ocasiones en las que solo necesitas parpadear para darte cuenta (a la mañana siguiente) que ha pasado ya una noche entera. La diferencia fue que, cuando yo me desperté, todo a mi alrededor estaba oscuro. Las luces apagadas y no había amanecido. Me puse en pie, atolondrado.

Entonces, el silencio sepulcral fue roto por un golpe ahogado. Todas mis alarmas se dispararon al instante. Moví la cabeza, confuso. Anduve por el salón, pero lo único que conseguí fue aplastar mi dedo meñique contra la esquina del sofá y soltar una retahíla de insultos por lo bajo. Subí a tientas por la escalera. Si os preguntáis por qué no encendí la luz, fue porque: uno, no quería quedarme ciego y caer redondo en el suelo; y dos, temía que mi madre (si es que había llegado) se despertara. Porque aunque yo en aquel momento no lo sabía, eran las tres de la mañana de un jueves. Y los jueves nadie salvo yo estaba de buen humor.

Cuando llegué a mi habitación, la noche empezó para mí. Todo se volvió terriblemente confuso, y menos mal que no tuve tiempo de pensar en absolutamente nada. Mi ventana estaba cerrada, por primera vez desde hacía tiempo. Y como si nos hubiéramos cambiado los papeles, la de Lía estaba abierta de par en par. Mi corazón se encogió al ver la escena y sin titubear un solo segundo avancé dispuesto a interponerme en todo. Si había sido ignorante de todo aquello durante años a pesar de haber estado ocurriendo delante de mis narices, ya era hora de que algo cambiara en mi vida.

No más mentiras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora