Altruismo

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Saltó el buzón de voz. Me dejé caer sobre el colchón, cansado. Qué dolor de vida. Aquella sensación de necesidad que tenía de saber sobre ella era puto peor que un grano en el culo. Por Dios, hasta hacía dos días la odiaba con mi alma. Seguramente la bipolaridad del tiempo se me había pegado. La primavera daba mucho asco.

Hice un esfuerzo sobrehumano de levantarme en busca de algo que hacer. Podía empezar sacando las cosas de la maleta, o también limpiando el baño para hacer algo medianamente productivo. No nos engañemos, todos sabemos que mi piso iba a estar una mierda de ordenado, pero era por empezar con buen pie. Sin embargo, mis esfuerzos de hacer cualquiera de esas cosas se desvanecieron cuando casi inconscientemente me vi caminando hacia la puerta de entrada ya poniéndome otra camiseta.

Sí, salí sin pensarlo apenas. Tampoco sabía muy bien a dónde iba, lo único que sabía era que tenía mucha hambre y pocas ganas de quedarme muerto del asco en un piso pequeño y sucio como aquel. Caminé por Manhattan sin rumbo fijo, hasta por la gracia divina decidí que volvería al hospital para ver cómo estaba Beth. Mal que cuando llegué aún no había despertado.

Dominic me recibió con un movimiento de cabeza poco amistoso. Tenía cara de perro cabreado, y una postura de dejadez absoluta. Simplemente con un vistazo se podía adivinar que había estado allí todo el día, con su huesudo culo plantado en la silla. Cuando me carcajeé de él me reprochó con un murmullo hosco por lo bajo.

-¿Qué mierda quieres? -Preguntó.

-¿No piensas salir a respirar un poco? -Alcé las cejas- Aquí dentro huele a choto.

-No -gruñó-. Fuera.

-Tranquilo tigre -sonreí-.

Me acerqué a la cama de Beth y me senté en el borde, guiado por mis pensamientos. Parecía estar en un sueño ligero, como si de un momento a otro se pudiera despertar. Pero su semblante era pálido, muy pálido y unas ojeras profundas la hacían parecer cansada. Deseé con todas mis fuerzas que no tardara en reponerse, en despertar. Podía incluso decir que echaba de menos su sonrisa.

Gracias al cielo tuve un momento de lucidez y decidí que no era momento de hundirse. Supongo que pensé que si los que estábamos en aquella habitación éramos fuertes, Beth lo sería también para recuperarse pronto. Me acerqué a Dominic y le enganché de la oreja para arrastrarle fuera de la habitación.

-¡¿Qué mierda haces?! -Me gritó, tratando de zafarse de mi agarre. Me reí en su cara y tiré con más fuerza.

-Me debes una cena, enano -le recordé-. Y ya es hora de que muevas el culo, o al final te quedarás encajado en la silla.

-No quiero puto moverme. Déjame.

Le miré oscilando entre la diversión y la burla. Comprendía sus ganas de quedarse allí, pero no debía olvidar el resto del mundo y quedarse allí plantado hasta el punto de echar raíces.

-Vamos, no quiero que cuando despierte Beth vea tu cara de mala uva.

-¿Pero y si despierta y no hay nadie?

Sus palabras me dejaron sin argumentos. Me paré y le miré un segundo. Comprendí lo importante que era Beth para Dominic, y quizá por eso mi respeto creció por él. Porque estaba dispuesto a pasarse toda la vida en aquella habitación con tal de que ella no estuviese sola. Le solté, pero no pude evitar pegarle una colleja para quitarle hierro a la situación.

-No lo hará, te lo prometo -no podía creer que a pesar de que yo siempre había sido un crío, estaba tratando de alentar a Dom-. Cuando se despierte verá a un Dominic de buen humor y con el estómago lleno.

No más mentiras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora