Tempestad

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Recuerdo que aquella noche tuve un sueño muy agitado. No pude parar de dar vueltas de un lado a otro de la cama, tratando de despertarme. Ignoro lo que pude haber soñado, y muy posiblemente ni siquiera al despertarme después me acordaría.

Debía ser mañana bien entrada cuando sentí unas manos en mi espalda tratando de despertarme. No había dudas de que era mi madre, pero yo me negaba a moverme cual saco de patatas. Durante la cena del día anterior había estado hablando con ella porque me encontraba realmente mal. No era que necesitara su permiso para saltarme las clases, ya lo hacía yo muy a menudo, pero por alguna extraña razón tenía ganas de sentirme querido por mi madre.

-Matthew... -me susurró-  ¡Despierta!

Pegué un bote en la cama y me di la vuelta. Había sonado terriblemente cerca de mi oído. La miré frunciendo los labios y dejé escapar un suspiro. Ella sonrió y puso una mano sobre mi frente. Mi madre era muy guapa ¿Para qué negarlo? Tenía la faceta de mujer ocupada y cansada mezclada con aquel deje adolescente que se veía en sus ojos.

-Tienes visita -dijo enderezándose; parecía que no tenía fiebre ya. Incapaz de moverme volví a cerrar los ojos ¿Quién coño me podía visitar?-.

Cuando mi madre se fue, me tomé mi tiempo para levantarme. Fui al baño, bebí agua, me lavé la cara y miré por un largo rato mis ojeras. Escaleras abajo se oían voces animadas. Una niña pequeña estaba gritando algo que me resultaba completamente indescifrable. En mi cerebro parecía haberse creado una capa espesa de sueño que no dejaba ni salir ni entrar información.

Bajé y me asomé al salón. Mi madre iba entraba y salía de la cocina hablando sin parar, y una niña que no tendría más de seis años saltaba encima del sillón. Los otros dos que escuchaban haciendo comentarios de vez en cuando eran dos idiotas inconfundibles. Shao fue el primero en volverse hacia mí y sonreír.

-Buenos días Bella Durmiente -se burló Greg-.

-¡Matthy! -gritó la niña pequeña. de no ser porque se lanzó contra mí de una forma brutal y tuve que cogerla, me hubiera tapado los oídos para que mis frágiles tímpanos no se rompieran.

-¿Qué se supone que hacéis vosotros aquí? -Pregunté- ¿No deberíais estar en el instituto?

-Son las cuatro de la tarde -respondió Shao con una risa socarrona- ¿Por qué crees que está mi hermana aquí?

Cargando a la niña en mis brazos me senté. Esta me miró con sus pequeños ojos rasgados y sonrió. Se llamaba Marine, no la conocía de hacía mucho, pero en realidad ella me adoraba. Era su príncipe azul. Se podía decir que estaba tan mal como su hermano.

-Nunca en vuestra vida apareceríais aquí después del instituto a menos que os fuera a invitar a pizza.

-Joder, nos conoces bien ¿Eh? -Admitió Greg.

Asentí en un bostezo. Shao y Greg iban a otro instituto distinto que debía estar al otro lado de la ciudad, o al menos aquello era lo que había deducido puesto que en múltiples ocasiones se habían quejado de tener que venir a mi casa. Posiblemente el colegio al que iba Marine estaba cerca y por eso la habían recogido de camino hacia aquí.

-Pepperoni per favore -añadió Shao moviendo las manos como si tratara de imitar a un verdadero italiano-.

-Megliore di frutti di mare -mi madre le siguió desde algún lugar perdido de la cocina-.

No pude reprimir una sonrisa. A veces eran muy imbéciles. Marine comenzó a sobarme la cara como si en ello le fuera la vida, pero al ver su cara me sentí incapaz de detenerla. Era increíble lo mucho que se parecía a Shao.

No más mentiras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora