CAPÍTULO II
SOBRE LA “MONTAÑA GRIS”
Y SUS CRUELES HABITANTES
A una orden de Tirvi, Dera planea, suavemente, sobre la “Montaña Gris”, y comienza a descender a toda velocidad.
―¿De veras quieres ver lo qué se oculta allí dentro? –Mientras desciende en picado, Dera gira su cabeza, y mira a su amigo con expresión preocupada―. No es aconsejable meterse en los dominios de Barkel sin ser invitado.
―¿Cuándo he necesitado yo una invitación para entrar en ningún sitio? –Tirvi lanza una sonora carcajada, y se arregla su picudo y sucio sombrero, a punto de serle arrebatado por el viento―. Además, como tú bien sabes, mi querido y plumífero amigo, no me hace falta invitación, si puedo volverme invisible cuando me plazca.
―¿Tirvi...? –El águila menea la cabeza con resignación, tras escuchar las palabras mágicas del enano―. Avísame cuando hayas puesto los pies en el suelo.
―Tranquilo, Dera, tranquilo.
Con gran majestuosidad, el bello y fiel animal se posa sobre una roca, e inclina la cabeza para que su pequeño jinete desmonte.
―Espérame aquí, y no hagas ningún ruido.
―¡Eres tú el que debe ir con cuidado, Tirvi! –Muy dignamente, Dera vuelve la cabeza con aire ofendido.
Después se esconde bajo una enorme roca, para esperar a Tirvi.
En las entrañas de la oscura y tenebrosa montaña, los monstruosos y salvajes ogros excavan la roca para extraer oro y diamantes con los que tener contento a su malvado rey Barkel.
―¡Trabajad con más ganas, estúpidos! ¡Su Majestad desea tener la cueva del tesoro llena de oro antes de que se ponga el Sol! –Armado con un látigo de diez colas, Mork, el hombre de confianza de Barkel, vigila el trabajo de los obreros; siempre dispuesto a azotar brutalmente a aquél que se atreva a detenerse a descansar, aunque sólo sean unos segundos.
Sentado en su Trono de oro, plata y diamantes, el Rey de los ogros escucha ensimismado el bello y hechizador canto de la dulce y encantadora Yirin, Princesa de las hadas, secuestrada por el cruel y sanguinario Mork, para que divierta a su “amado” Rey.
En el interior de una sucia y oxidada jaula de hierro, la diminuta Princesa, entona una linda canción, en la que expresa su gran tristeza por estar prisionera de criatura tan cruel.
―Canta, canta, pequeña mía, canta y hazme feliz –Barkel da un ligero empujón a la jaula, haciendo caer a su ocupante―; tu bello canto alegra mi corazón.
―¡Por favor, poderoso Señor, dejadme libre, y mi padre os colmará a vos y a vuestro reino de tesoros y riquezas de valor incalculable! –Sollozando, Yirin se arrodilla en su prisión, y suplica al ogro desesperada―. ¡Por favor, tened compasión!
―No, nunca te dejaré marchar –el ogro ríe con ganas y vuelve a empujar la jaula―, además, yo no necesito ninguno de tus tesoros, tengo bastante con el oro y las piedras que mis súbditos extraen del corazón de la montaña; así pues, olvídate del mundo exterior, ¡nunca volverás a ver la luz del Sol! ¡Ja, ja, ja, ja!
Caminando libremente por las oscuras galerías y túneles internos de la montaña, gracias a su invisibilidad, Tirvi observa con gran interés las tareas de excavación de los ogros de Barkel.