CAPÍTULO VIII
SOBRE EL GUARDIÁN DE LA “MONTAÑA GRIS”
Y EL CORAZÓN DE ORO
Los tres fugitivos caen sobre un inmenso montículo de arena blanca como la nieve que parece caer, como si de una luminosa lluvia se tratase, del techo de la caverna.
Con una poderosa sacudida, Tair se limpia el polvillo, y salta del montículo.
―Bienvenidos, forasteros, os halláis en la zona secreta de la “Montaña Gris”.
―¿Quién eres tú? –El lobo, enseñando sus afilados colmillos, y rugiendo por lo bajo, se sitúa delante de Tirvi y de Yirin, preparado para atacar al desconocido, que oculta su rostro bajo una capucha oscura de color parduzco, y que se apoya en un bastón dorado―. ¡Habla, o tendrás que luchar contra mí!
―Disculpar, por favor –caminando con gran dificultad, el encapuchado da un paso, y extiende su ganchuda y cadavérica mano izquierda para acariciar la peluda cabeza del lobo, que se relaja al ver que las intenciones del hombre no son perversas―; soy el Guardián de este lugar, y llevo más de ochocientos largos años encerrado aquí, cuidando parea que nadie entre y se pierda por los oscuros pasajes.
―¿Y, qué haces mientras?
―Cuido el “Corazón de Oro”, y me encargo de que no falte oro en las minas del Rey de los ogros.
―¿Y, es muy valioso el “Corazón de Oro?” –Tirvi sonríe para sí, pensando en la manera de robar el preciado tesoro del Guardián de la “Montaña Gris”.
―¡Oh, sí, su valor es incalculable! –El Guardián extiende sus brazos, y mueve su cabeza arriba y abajo―. Ni llenando de oro y piedras preciosas mil salas como esta caverna, podrías pagar un pedazo del Corazón.
―¿Por qué es tan valioso? ―La pobre y asustada Yirin, que se ha mantenido callada hasta entonces, da un paso, y se coloca ante Tirvi, mirando fijamente hacia las alturas, al rostro del Guardián.
―¡Disculpe mi torpeza, Su Majestad! –El Guardián, con mucha gracia y donaire, se inclina hasta tocar con su capucha el suelo en reverencia―. Lo cierto es que nadie lo sabe. Hay gente que dice que es el corazón del Rey Barkel, y que si alguien lo robase o rompiese el Rey de los ogros moriría, puesto que no puede vivir alejado de él. Otros afirman que es el corazón de la “Montaña Gris” y, que si alguien rompe los hechizos de Barkel, y llega a tocar el corazón, la montaña volvería a ser un gigante de carne y hueso, encargado de cuidar la región y todas las cosas que la habitan; pero la gran mayoría, incluido yo mismo. Opinamos que se trata, simplemente de un objeto, dotado de grandes poderes mágicos –tras estas últimas palabras, el encapuchado vuelve a hacer una reverencia y se retira, caminando de espaldas, siempre con la cabeza inclinada hasta desaparecer, tan silenciosamente como llegó.
Yirin, sobrecogida por la presencia del Guardián, se tranquiliza una vez éste se ha marchado.
―¿Cómo saldremos de aquí? ―Se gira hacia Tirvi, que permanece en silencio, pensando detenidamente en las palabras del Guardián, mientras murmura:
―¡Puedo ser inmensamente rico; mi hazaña se contará en los tiempos venideros, y me convertiré en un héroe!
―Si me permites, mi querido y valiente amigo, te daré un consejo –Tair empuja con su hocico al enano, y sonríe―, creo que deberíamos marcharnos de este lugar, y poner a salvo a la Princesa.
―¡Me decepcionas, mi peludo compañero! –Con aire ofendido e indignado, Tirvi mira el preciado Corazón, y extiende una mano para acariciarlo―. Es tan hermoso. ¡Y yo soy un ladrón! –Se dispone el enano a coger el valioso tesoro, cuando…
―¡Matemos a los fugitivos! –La rugiente voz de Mork llena la caverna, paralizando de espanto a los tres aventureros.
―¡Nunca! –Sin dudar un instante, Tair se lanza sobre el ogro, y clava sus afilados colmillos en su pantorrilla izquierda, haciéndole trastabillar hacia un lado y caer al suelo―.
―¡Ahora, Tirvi, coge a la Princesa, y subir sobre mi lomo! –El buen lobo coge a la Princesa entre sus fauces, con toda delicadeza, y la deja caer sobre su peludo cuello con toda la suavidad de la que es capaz.
―Lo siento, Tair… ―Tirvi se encoge de hombros, y pone una mano sobre el Corazón de Oro―. Lo llevo muy dentro, soy un ladrón, y no puedo evitarlo –por arte de magia, la joya disminuye de tamaño, hasta hacerse fácilmente accesible a la estatura del enano, que lo toma entre sus manos y salta encima del lobo.
―¡Corramos! –Con este grito, Tair se pone en marcha, en busca de una salida que los lleve al exterior de la gruta, a punto de desmoronarse sobre ellos, al perder el apoyo mágico del Corazón de Oro.