CAPÍTULO VII
SOBRE LA HUÍDA A LOMOS DE TAIR
Corriendo por el oscuro túnel que comunica las minas de oro con la sala del Trono, Tirvi y Yirin huyen de sus furiosos perseguidores, que avanzan tras ellos, blandiendo enormes garrotes, y profiriendo salvajes alaridos de furia.
―¡¡¡Tirvi, por aquí!!!
―¿Tair? –El enano gira la cabeza al oír la voz del lobo, que avanza a toda velocidad hacia ellos.
Cuando el animal llega a su altura, Tirvi coge a la Princesa, y salta sobre su lomo.
―¿Y Dera?
―Marchó a buscar ayuda cuando escuchamos tus gritos –esquivando ágilmente a los ogros, el lobo, sin darse cuenta, se adentra cada vez más en el corazón de la “Montaña Gris”, descendiendo poco a poco.
De repente, cuatro ogros, capitaneados por Mork, cortan el paso al animal, y a punto están de cogerlo, de no ser por Tirvi que, haciendo gala de una excelente puntería, dispara con su honda una pequeña piedra, que golpea una estalactita que cae sobre la cabeza de Mork, dejándolo sin sentido.
―¡Buen tiro, Tirvi!
―¡Calla y sigue corriendo, o nos atraparán!
Agarrada con fuerza a la cintura del enano, Yirin tiembla de miedo, y hace vibrar sus alitas levemente, y se aprieta con más fuerza a la cintura del pequeño ladrón.
Un poderoso rugido, surgido de algún lugar indeterminado, obliga a Tair a frenar de golpe, justo al borde de una profunda grieta.
―¿Qué fue eso? –Los tres, el lobo y sus dos jinetes, aguzan el oído y la vista, intentando ver en la oscuridad del túnel de rocas.
Un nuevo y horripilante bramido llena la caverna y, asustado, el pobre Tair salta al vacío, con Tirvi y Yirin fuertemente agarrados a su pelo.
―¡¡¡Sujetaooos!!! –Tras una caída que parece eterna, las patas delanteras del lobo tocan tierra y resbala, durante unos metros, sobre la helada superficie del enorme lago―. ¿Estáis todos bien?
―Todo lo bien que se puede estar, tras una caída como ésta. ¡Vaya pregunta, brrr! –Tirvi frunce el ceño, y busca con la mirada su gorro perdido en el aterrizaje.
―T―tengo frío –acurrucada entre las patas delanteras de Tair, Yirin tiembla.
―Oh, perdona –galantemente, el enano se despoja de su chaqueta de lana, y cubre con ella los hombros de la Princesa.
―Eres todo un caballero –susurra Tair, divertido―. ¿Acaso te has enamorado de ella?
―¡Calla y no digas estupideces! –Con aire ofendido, el enano se cruza de brazos, y gira la cara, haciendo reír al lobo.
Un nuevo rugido, que hace temblar la superficie helada del lago, se escucha en la enorme caverna, poniendo alerta a los tres fugitivos, que salen corriendo en busca de refugio, patinando sobre el agua helada que se abre de repente tragándoselos