CAPÍTULO III
SOBRE EL PLAN DE TIRVI
Y EL TRATADO DE ENANOS Y HADAS
El enfado del viejo Burka, cuando descubre la última locura de su alocado hijo, es descomunal, y pasea a grandes zancadas por la sala de estar de su casa, con las manos a la espalda, y su gorro balanceándose, peligrosamente sobre su cabeza.
―¿Por qué no puedes ser un poquito más sensato? –Se detiene un momento, para llevarse las manos a la cabeza―. ¡Y, además, te has atrevido a robar el tesoro de Barkel!
―Sólo una pepita de oro, una muy pequeña ―orgulloso de su hazaña, Tirvi saca la piedra dorada de su zurrón, y la deja sobre la mesa, para que su padre pueda verla―, pero, lo que verdaderamente me interesa es volver a la “Montaña Gris”, y rescatar a la Princesa de las hadas, cautiva de los ogros.
Al oír esto, Burka sale de la sala, y regresa, poco después, llevando en su mano derecha un viejo pergamino enrollado y fuertemente atado con un cordón de plata.
―¿Qué es eso?
―El Antiguo Tratado –Burka lo tiende, con gran presunción, hacia su hijo―. Firmado, hace miles de años, por dos Reyes a los que antiguamente unía una enorme amistad. El Rey de los enanos, y el Rey de las hadas –desata la cuerda plateada, y desenrolla el pergamino―; léelo, vamos.
En voz baja, Tirvi lee las palabras escritas en el viejo documento, y cuando termina de leer, alza la cabeza, y pregunta sorprendido.
―¿Es cierto lo que pone aquí?
―Así es, hijo mío, el Rey de las hadas hizo jurar a nuestro Rey que jamás, uno de nosotros volvería a acercarse y, mucho menos, tocar a uno de los suyos; y así ha sido desde entonces. Los dos pueblos dejaron de tener relaciones.
―¡Pero la Princesa...!
―Siento decirte esto, pero es problema de las hadas...
―Me voy, quiero estar solo –con una mirada triste en sus ojillos, Tirvi sale de la casa con su gorro entre las manos, y una idea fija en la su mente.
―¡Amo Tirvi, amo Tirvi!
―Hola, Tair, ¿ya se fue Dera a descansar?
―Sí, me habló de vuestra aventura en la “Montaña Gris” –el lobo saluda a su amigo con un lametón, haciéndole caer al suelo.
―¿Quieres ayudarme?
―¿A qué?
―Verás, he pensado que, ya que no puedo rescatar a la Princesa, lo que haré será robársela a Barkel en sus propias narices.
―¡Me gusta la idea! –Lleno de alegría, Tair lanza un aullido que llena la noche―. ¿Cuándo partimos?
―Mañana, tú, yo y Dera, rescataremos, digo robaremos a la Princesa de las hadas al Rey de los ogros.