CAPÍTULO XII
SOBRE BURKA, BRANA Y DERA Y CÓMO
RESCATARON A LOS CAUTIVOS
En la “Montaña de los Aullidos”, mientras tanto, el viejo Burka pasea de un lado a otro de su gran salón principal, tras escuchar, de boca del preocupado Dera los planes de su hijo, y de cómo él, junto a Tair y a Tirvi, habían llegado hasta la montaña de los ogros, donde el lobo y el enano permanecían todavía prisioneros.
―Hemos de hacer algo, mi Señor Burka.
―¡Sí! Dejaremos que mi estúpido hijo reciba una lección que le haga olvidar sus aventuras –moviendo su cabeza, Burka permanece impasible mientras habla.
―Pero mi Señor… ―Dera, sin escuchar las palabras del anciano, lo toma con el pico por cuello de la camisa, y sale volando―; creo que es nuestro deber rescatar a vuestro hijo…
―¿Dónde demonios me llevas, Dera? –Burka patalea.
―A buscar al único hombre que puede ayudarnos a llevar a buen término nuestra misión –planeando suavemente, el águila desciende hasta tierra, sobre un montículo, desde el cual se divisa el palacio del Rey Brana―. Vaya a hablar con él, olviden sus estúpidos pactos, y piensen en las vidas de los dos jóvenes.
―¿No pretenderás…? –El anciano retrocede, visiblemente espantado, ante la sugerencia del ave, que señala, con su ala derecha, el palacio de las hadas.
―Insisto, Señor, no hay otra manera.
Y así, escoltado por Dera, el buen Burka se presenta a las puertas del palacio de las hadas, donde es detenido por los guardias de Brana, y llevado ante el bondadoso Rey de las hadas.
―Majestad, este…, enano ha solicitado audiencia urgente.
―Gracias, soldado, puedes retirarte, tú y tu compañero –tras la marcha de los dos guardias reales, Brana se levanta de su trono, y camina hacia Burka, que permanece en el más completo silencio―. Veo que seguís siendo tan irrespetuoso como cualquier enano ladrón que se precie.
―Perdone, Majestad, pero desde el tratado de no comunicación entre nuestros pueblos…
―Entiendo… Y bien, ¿qué asunto es ése que te ha hecho olvidar el pacto sagrado y venir a verme?
―Mi hijo Tirvi ha marchado a la montaña de los ogros, con el propósito de rescatar a vuestra hija, la Princesa.
―¿¡Qué!? –Brana vuelve a sentarse en su Trono de cristal azul―. ¿Habéis permitido que vuestro hijo, un enano, marche solo a salvar a mi pobre Yirin?
―Así es, pero en vista de su tardanza, nuestro águila, Dera, decidió, no sé por qué motivo, traerme aquí –Burka avanza hacia el trono, con decisión, haciendo grotescos movimientos con las manos y la cabeza―, pero siempre hemos confiado en su gran sabiduría e instinto.
―Bien, hablemos con tu ave, y que él se explique –y así, los dos ancianos salen del castillo al encuentro de Dera, que los espera descansando sobre la rama de un árbol.
―Majestad, cuánto honor conocerlo –el águila desciende ante el Rey de las hadas, y se inclina para saludarlo―; supongo que el padre de mi amo ya le habrá puesto al corriente de todo lo ocurrido.
―Sí, sí, ya me lo ha contado todo… Pero…
―Pero tú dudas –Dera menea la cabeza de izquierda a derecha, y continua hablando con gran decisión―. ¡Pues has de saber, oh gran Rey Brana, que es cierto, sólo vosotros podéis detener a Barkel, penetrar en la “Montaña Gris” y vencer a los ogros! –Dicho esto, y antes de que los ancianos puedan reaccionar, el águila los coge con el pico, los coloca sobre su lomo, y alza el vuelo hacia la “Montaña Gris” a toda velocidad.