UNO

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Sunny cruzó los tobillos y se esforzó para que su sonrisa luciera dulce y sincera. Lanzó una mirada a la niña frente a ella y luego elevó la vista hasta la madre que la examinaba como si esperara que en algún momento le brotara una verruga peluda de la frente.

—Entonces... Sunny —le habló la mujer, tras confirmar por quinta vez su nombre en la agenda que llevaba entre las manos— ¿Has trabajado antes como niñera?

Sunny carraspeó y frotó sus manos del lateral de su falda rosa, hacía tantos años que no usaba una que las ganas de estirar el ruedo, que de hecho le llegaba hasta las rodillas, la tenía al borde de un ataque. Se obligó a recordar las palabras de Patrick "Si hay alguna desventaja, busca cómo compensarlo".

—No, señora, pero he cuidado de todos mis primos por los últimos diez años—. Esas palabras, además de evidentemente inservibles, dado el ceño fruncido de aquella mujer, eran una vil mentira—. También aprendo rápido y me encantan los niños.

Una mentira más y aquella habitación se incendiaría; no tenía primos, ni hermanos pequeños, odiaba a los niños y sin duda, era la peor opción para aquel trabajo. Claro que no pensaba decirle eso a la señora Taylor; lloraría, de ser posible, para obtener aquel empleo.

— ¿Y dices que vas a la universidad?

—Sí, señora —asintió, perdiendo la batalla contra su cerebro y llevando las manos hasta el bajo de su falda, aunque sabía que ya no estiraba más.

—¿Eres consciente de que siempre que Betty no esté en clases tu tendrás que estar con ella?

—Por supuesto—. Claro que era consciente de que su vida social se acaba de ir al carajo, no era algo que pudiera ignorarse tan fácil—. Pero estoy dispuesta a asumir la responsabilidad.

—Tendrás que venir por ella en la mañana para llevarla a la escuela, recogerla en la tarde y traerla de vuelta a casa. Te ocuparás de que haga sus tareas, socialice, vaya al ballet, al ajedrez y luego se acuesta a buena hora.

En su exterior una enorme y luminosa sonrisa ocupaba todo su rostro, hacía gala de una postura perfecta y aquel día prestó más atención a su apariencia que en los últimos dos años; en el interior estaba maldiciendo como camionero y esperando que Patrick resbalara por las escaleras y se partiera una pierna, aunque ni siquiera eso lograría hacerle pagar por conseguirle aquella horrible entrevista.

Echó otro vistazo a la niña sentada frente a ella. No había pronunciado ni una palabra, solo la observaba con esos ojos enormes mientras mantenía un porte de realeza que a Sunny la hizo sentir ordinaria. Demasiada superioridad para once años, pensó. Se repitió que necesitaba el trabajo y que, aunque odiara a los mocosos y no tuviera ni remota idea de cómo tratar con uno, no le quedaban muchas opciones y el dinero comenzaba a escasear.

—¿Tienes antecedentes penales... Sunny? —cuestionó, olvidando su nombre por sexta vez.

—No señora.

—¿Fumas, bebes o te drogas?

—No —¿Qué tipo de preguntas eran aquellas? Nadie que bebiera, fumara o usara drogas lo admitiría en la entrevista de un empleo que quería conseguir, por amor a Dios.

Aun sin parecer muy convencida, la mujer asintió, cerró su agenda y la miró a los ojos por primera vez desde que se habían sentado en aquel salón.

—Seré sincera contigo, tengo poco tiempo para esto —admitió, poniéndose de pie—. No eres lo que esperaba, pero eres lo único que tengo, así que te aceptaré. Te advierto que el trabajo no será fácil, trabajarás por casi trece horas al día, cinco días a la semana, hay otra chica, Kristal, ella estará con Betty en las noches y los fines de semana y nunca puedes marcharte si Kristal no ha llegado, como ella tampoco se irá hasta que no pases para llevar a la niña al colegio. ¿Entendido?

SunnyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora