CINCUENTA Y UNO

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Regresar a San Francisco fue raro y Sunny prefirió no pensar en el hecho de que sentía como si hubiera estado demasiado tiempo lejos de casa, aunque en realidad estuvo en la casa donde creció y además con su familia.

Pero daba igual, porque por alguna razón extraña, durante su estadía en New York echó en falta a los dementes que pasaban los días enloqueciéndola y ya incluso extrañaba la cara de amargada de Kristal o el desastre de Venus.

Las visitas a su familia siempre eran física y emocionalmente agotadoras y esta no fue la excepción. De hecho, pasó toda su estancia en el avión dormitando sobre el hombro de Max, pero aun así sentía que necesitaba al menos una semana de sueño; lástima que al otro día comenzaría su nuevo trabajo y tendría que conformarse con mucho menos de veinticuatro horas alternadas entre comer, dormir y fingir que aquel surreal fin de semana nunca ocurrió.

En su bolso de mano llevaba una foto que su madre humildemente le había autografiado a Callie Sharman y que le entregaría al día siguiente en su primer día de trabajo y suponía que esperar que eso le agenciara puntos con la mujer que sería su jefa era hipócrita de su parte, pero ya era una hija del nepotismo demasiado cínica como para sentirse avergonzada por ello.

Sunny bostezó e intentó no pensar en lo surrealista que resultaba el estar a menos de veinticuatro horas de comenzar su trabajo en el Exploratorium. De hecho, no trabajar para los Taylor le resultaba demasiado extraño, como si hubiera pasado allí más que unas simples semanas.

Max se acercó hasta ella, sacándola de sus pensamientos, y le quitó el bolso antes de colgárselo al hombro.

—Te ves acabada.

Sunny se contuvo para no poner los ojos en blanco y se mordió la lengua para no soltar una de las suyas, pero eso no la ayudó a que él cerrara la boca.

—... Demacrada, diría yo.

—Eres tan galante, Max. Dices justo las cosas que queremos escuchar las chicas.

Él le dedicó su marca personal, esa sonrisa de imbécil engreído que no le molestaba mostrar que se estaba burlando. Y que a Sunny le desagradaba mucho menos de lo que intentaba fingir.

—Lo sé —murmuró él antes de tomarla con su mano libre.

Ella se contuvo para no resoplar. No era lo suficientemente fuerte como para no sentir cosquillas cada vez que sus dedos se enredaban, aunque el tomarse de las manos ya era costumbre y honestamente, le encantaba.

Tomarse de las manos no era algo que hacías con cualquiera, por estúpido que se escuchara, tener sexo era mucho menos personal, dormir juntos era solo un trámite; en su mundo enredar sus dedos con los del otro y sentir que sus manos encajaban estaba a dos pasos de un certificado de matrimonio.

—¿Dónde está Patrick? —preguntó, para no pensar en cómo le sudaban las palmas.

—Dijo que iría por un taxi. Tenemos que ser rápidos antes de que se vaya y nos deje tirados.

Ella quiso decir que Pat nunca haría una cosa así, pero ese día andaba tan despistado que capaz y los dejaba tirados sin siquiera darse cuenta y no se acordaría de ellos hasta la mañana siguiente, así que dejó que Max la arrastrara entre las personas hasta la salida, donde su mejor amigo se encontraba mirando su teléfono como un zombi.

Patrick no estaba muy conversador esa mañana, pero les indicó que el taxi llegaría en dos minutos y después se limitó a mensajearse con Susan mientras Sunny y Max intercambiaban miradas burlonas.

A diferencia suya, Pat no parecía demasiado feliz de volver a casa, lo cual podía entender, porque mientras estuvieron en Nueva York él y Susan parecieron muy dispuestos a recuperar el tiempo que seguramente habían perdido.

SunnyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora