CINCUENTA Y CUATRO

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Ya había escuchado un montón de veces que lo primero que debería hacer una persona para afrontar y resolver sus problemas era no mentirse a sí mismo, así que suponía que parte del proceso sería admitir que se veía horrible.

Se fijó unos segundos en su pelo húmedo y las ojeras, justo como lo predijo, aunque por suerte las bolsas no estaban tan marcadas como esperaba. Necesitó casi una hora para ocultar la miseria en su rostro con maquillaje, así que casi era una suerte que no hubiera logrado pegar el ojo en toda la noche.

Suponía que ese era el segundo punto: ser positiva.

Se paró frente al espejo de su habitación y sé dio cuenta de que ni siquiera había pensando en qué ponerse, y sabía que era absurdo tomando en cuenta que todos usaban uniformes en el Exploratorium, pero igual se sentía demasiado miserable como para tambíen verse miserable, así que se esforzó un poco más de lo común en su ropa.

Su teléfono vibró en ese momento, pero ella ni siquiera se giró a mirarlo porque ya sabía que debía tratarse de algún mensaje de Max y no estaba de ánimo. Y claro que una parte de ella pensaba que Patrick tenía razón al decirle que estaba exagerando, pero por desgracia, incluso así, dejar de exagerar no era tan simple como sólo decirlo.

Por un momento sintió ganas de dejar el celular, pero lo pensó mejor y terminó metiéndolo en su bolso sin mirarlo.

En la cocina, para su sorpresa, se encontró con Patrick con los audífonos puestos y bailando al ritmo de sabía Dios que canción mientras acumulaba pan tostado en un plato. En otro día, bajo otras circunstancias, ver a su amigo dándole ese espectáculo tan temprano en la mañana le habría generado un ataque de risa, pero en ese momento no estaba en condiciones, así que solo atinó a acercarse y tocarle el hombro.

—Sol, querida, que bueno que despertaste a tiempo —balbuceó, retirándose uno de los audífonos y mirándola de arriba a abajo—. Te ves genial.

Que Patrick pareciera sorprendido la ofendió, pero decidió no decir nada y acercarse a la encimera para tomar una de las tostadas y llevarla a su boca.

—¿A que están deliciosas? Encontré la receta en internet, el secreto es un poco de jengibre.

—Son perfectas, Pat. No sé qué haría sin tí.

Lo cierto era que las tostadas le sabían a cartón, pero sabía que era su culpa por haber llorado hasta atrofiar sus papilas gustativas. Y de verdad no tenía idea de qué hubiera hecho sin Patrick, así que no mentía del todo.

Su amigo la miró unos segundos antes de quitarse el último audífono y sentarse frente a ella.

—¿Quieres hablar? —preguntó poniéndose serio.

Sunny tuvo que apartar la vista para no sentirse tan expuesta.

—En realidad no.

—¿Dormiste bien, Sunny?

—¿En serio quieres que te responda eso, Pat? —gruñó, dándole otra mordida a su tostada—. Me siento como una mierda y no pegué el ojo en toda la noche. Lo bueno es que el día no puede empeorar, supongo. Si en realidad puede, espero que incluya una muerte rápida para mí.

Antes de que pudiera levantar la mirada otra vez hacia su amigo, sintió un manotazo que la hizo soltar lo que quedaba de su tostada.

»Oye... —se quejó al tiempo que intentaba acariciar la mano en la que Patrick acababa de golpearla.

—Oye tú, sé que disfrutas el ser una dramática y hacer chistes incómodos, pero no te pases con esas bromitas. Hasta tú necesitas límites.

Sunny no pudo hacer más que mirar con los ojos bien abiertos mientras él se levantaba de su asiento y se dirigía hacia el refrigerador. Ella era la que siempre golpeaba a Patrick, no al revés.

SunnyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora