TREINTA Y DOS

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—Sunny, ¿viste mi clavado? —gritó Betty— ¡Sunny! Sunny... no me estabas mirando, lo haré otra vez.

Sunny levantó la cabeza de sus papeles hacia la niña y le sonrió, aunque no estaba segura de que su expresión fuera la mejor en esos momentos.

—Si te vi, te quedó estupendo. ¿Por qué no sigues practicando... eso mientras termino con esto? Luego podemos ir por un helado.

Era obvio que Betty no le creía, pero era lo bastante madura para fingir que sí, en pos de su salud mental.

Sí, Sunny se había descuidado de sus clases mientras correteaba tras la niña de un lado a otro por toda la ciudad y ahora estaba cerca de su temporada de exámenes y vuelta un lío, lo que se traducía como más estrés y la necesidad de sacar tiempo de cualquier forma para meter lo básico en su cabeza.

Betty no había querido ir a gimnasia y ella en serio se lo agradecía, porque no creía poder estudiar en un salón con una docena de niñas más sus madres chismorreando por ahí, así que había accedido a que pasara la tarde dando saltos en la piscina. Y sí, sabía que no tenía permitido meterse en los días de semana, pero esa frase de "lo que no sepa no le hará daño" le funcionaba muy bien con Kristal.

Ya tenía la lealtad de Betty, ahora podría saltarse las reglas sin pena ni vergüenza.

—Eres aburrida cuando estás estudiando —le gritó Betty dando saltitos en el agua.

Sunny le sonrió.

—Sí. Se llama universidad, no llegues a ella —Betty no la escuchó, porque para ese momento estaba haciendo una pirueta en el agua y volviendo a lo suyo.

Y ella estuvo a punto de hacer lo mismo, pero entonces su visión periférica captó una figura moviéndose por la cocina, no necesitaba ser un genio para saber de quién se trataba. Sunny pensó que debía apartar la vista y fingir que no lo había notado, pero antes de que su cuerpo respondiera a ese mandato, los ojos de Max se encontraron con los de ella.

Él le sonrió y la saludó con la mano, y Sunny se obligó a hacer lo mismo.

No esperaba un saludo animado de parte de Max, dado que había estado huyendo de él toda la semana. Era consciente de que le había dicho que la llamara y de repente se había sentido demasiado nerviosa, como si fuera alguna adolescente virginal, y en un arranque de miedo no había reaccionado a ninguno de los intentos de Max por hablarle. Asumir que estaba molesto tampoco era tan descabellado, ya que lo había visto cruzar por la casa al menos dos veces desde el lunes sin siquiera mirarla, como si ya se hubiera hartado de ella.

Y había sido muy raro, porque una parte de ella se sintió aliviada, pero otra parte aún mayor se había sentido algo decepcionada, además de culpable. Y ahora, mientras veía como Max Taylor por alguna razón se acercaba hacia ella, lo único que experimentó fue un inexplicable revoltijo en el estómago.

Una vez más se preguntó por qué andaba siempre sin camiseta, convenientemente, pero una parte de ella sabía con demasiada certeza que aquella era una  pregunta que jamás obtendría respuesta.

—Hola... eh..., perdona, ¿Cuál era tu nombre? —cuestionó Max, cuando llegó hasta ella.

Sunny lo miró desde abajo y estaba a punto de decirle un par de groserías, pero antes de que lograra articular alguna palabra la sonrisa de él se ensanchó y se sentó junto a ella.

—Cierto, Sunny Wilson. Hola Sunny.

Ella no respondió y se mordió la lengua para no decirle que debería llamarla por su nombre con más frecuencia. Solo lo había hecho tres veces y sí, las llevaba contadas, y cada vez sonaba mejor que la anterior.

SunnyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora