Capítulo 8

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3 años después...

Todos hablaban mal de la reina, la acusaban de ser despiadada y fría, pero nadie nunca se había preocupado por ella o por saber el porqué de sus acciones.

Sarah y Giselle siempre escuchaban malas historias de "La Reina Malvada", sin embargo no estaban contagiadas de esa ira que todas las personas sentían por ella. Aunque claro, Sarah aún era demasiado pequeña para entender ese tipo de problemas y Giselle con solo 5 años estaba más preocupada por salir a jugar al bosque que por la supuesta maldad de una reina que solo existía en su imaginación, alimentada por todo lo que les contaban de ella.

-Señora Áurea? Podemos salir a jugar? -preguntó la niña más grande.

La anciana negó con la cabeza sin despegar la vista de su tejido. Sus manos temblorosas trataban de sostener adecuadamente la tela.

La señora las cuidaba como si fueran sus propias hijas desde que las encontró, les daba comida y las vestía con ropa que ella misma se daba el tiempo de hacer. Las pequeñas no eran mucho problema, de vez en cuando le ayudaban torpemente a tender las camas o a recolectar fruta. A veces Áurea se adentraba en el bosque con ellas, permitiéndoles ver cómo cazaba algún conejo o venado, dejándolas abrir el animal ya muerto. Algunas personas llegaban a juzgarla por enseñar de caza a dos pequeñas de tan temprana edad, pero dada la vejez de Áurea, creía necesario enseñarles desde chicas para que pudieran ser independientes una vez que ella muriera.

-Por favor -dijo tomando a su hermana pequeña de la mano -Creo que Sarah está aburrida.

Áurea miró a la más pequeña apenas sosteniéndose de pie y soltó una sonrisa que casi no alcanzaron a distinguir. -Está bien. Pero no se alejen mucho y regresen antes de que anochezca. Recuerden que el bosque puede ser peligroso.

-Está bien, solo saldremos a explorar.

***

Giselle aprovechó la falta de atención de Áurea y tomó el arco y un par de flechas que estaban a un lado de la puerta, torpemente cargó a Sarah y salió de la choza. Una vez en el bosque, ambas se sentaron sobre una roca y sacó de la bolsa de su suéter un montón de chocolatitos que había robado de un cajón y se los dio a Sarah, quien balbuceó un "gracias".

Unos minutos más tarde una liebre saltó de la nada, deteniéndose a comer frente a ellas, Giselle rápidamente acomodó el arco y sacó una flecha, apuntando directamente al animal. Volteó a ver a su hermana quien también mantenía su vista fijada en el -Vamos a llevarle comida a la señora Áurea, si?

-¡Sí! -contestó la pequeña.

Giselle tomó un respiro y soltó la flecha, dando justamente al ojo de la liebre ya inmóvil.

Sarah rió emocionada y corrió a agarrar el cuerpo del animal.

-¡No! ¿Qué haces? ¡Ya te ensuciaste! Nos van a regañar.

Sarah encogió los hombros y se la entregó de las orejas. Su hermana la tomó y vio que de pronto algo había captado la atención de la pequeña. Giselle siguió la mirada de su hermana hasta que notó algo inusual. Una extraña nube de color morado se estaba acercando, aún estaba a algunos kilómetros de distancia, pero si se mantenían ahí por mucho, no tardaría tanto en alcanzarlas.

Se quedaron mirando por un rato, hasta que los gritos desesperados de Áurea se hicieron audibles.

-¡Niñas! ¡Niñas! ¡Regresen! ¡Regresen!

Tomaron sus cosas y salieron corriendo hasta llegar de nuevo a la choza, en donde la anciana las estaba esperando al borde de las lágrimas.

-¿Qué pasa?

-¡Entren a la casa! ¡Rápido! La Reina Malvada a lanzado un hechizo, necesito que estén conmigo para poderlas mantener a salvo.

Ambas entraron como la anciana les indicó. Cerraron puertas y ventanas y apagaron las luces. Áurea no sabía que tipo de maldición se había lanzado, pero a juzgar por el cielo, era una bastante mala. Acostó a las niñas más temprano de lo normal y ella se mantuvo despierta durante el resto de la noche, pendiente de cualquier ruido que se pudiese escuchar afuera.

Cuando el sol comenzó a penetrar por las ranuras de la madera y los pájaros empezaron a cantar, anunciando la mañana, Áurea decidió salir a echar un vistazo.

El sol brillaba intenso y el silencio era brutal, a excepción de los insistentes cantos de las aves. Encerró a las pequeñas en la choza y ella sola fue a caminar hacia los pequeños pueblitos que estaban cerca.

Todo parecía normal, hasta que se encontró con una vieja amiga.

-¡Áurea! ¿Te encuentras bien? ¿Dónde están tus niñas?

-Oh estamos bien, las dejé dormidas en la choza -Respondió- ¿Sabes qué fue lo que paso? Yo veo todo exactamente igual.

La otra anciana asintió -Oh querida, fuimos afortunados. Algunas personas que fueron al Reino dicen que todo fue destruido, no quedó ni una sola persona. Todos desaparecieron. Al parecer nosotros somos los únicos que permanecemos aquí. Dicen que una hechicera logró protegernos de la maldición.

-Hmmm... bueno, mejor me voy a cuidar a las niñas -Respondió Áurea.


***


21 Años después...

Los días eran exactamente iguales uno tras otro, ya nadie parecía estar al tanto de los días o años que iban pasando, de un momento a otro todos parecían haber decidido ignorar que el tiempo no avanzaba, nadie crecía y nadie envejecía. Sin embargo, Sarah ya sabía hablar bien y Giselle cazaba a la perfección.

Áurea a pesar de que no envejecía, siempre estaba cansada, así que eran ellas las que siempre salían a buscar comida

Un día ambas salieron, adentrándose al bosque, esperando encontrar un animal grande que les pudiera servir para un par de días.
Caminaban con los ojos bien abiertos, alertas a cualquier movimiento.

De pronto, algo captó la atención de Sarah.

-Ahí! -Gritó, señalando un árbol.

-Ahí no hay nada.

-Algo está brillando -Respondió y salió corriendo.

Ahora que lo veía bien, parecía haber una luz azul, destellando detrás del árbol que Sarah había señalado, pero Giselle no se movió de su lugar. Sólo miró como su hermana se acercaba de prisa hasta perderse entre unos arbustos. De pronto, la escuchó gritar.

-¡SARAH!

Lost MemoriesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora