Ciudad de niebla - Capítulo II (2)

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II

- Mamá, Papá. ¡Despertad!

La pareja se levantó sobresaltada y buscó a su hijo que no se encontraba a su lado. La brasa, casi apagada, se entremezclaba con el polvillo de la ceniza blanca y apenas calentaba los endurecidos cuerpos de Raquel y Sergi que no veían al pequeño Pierre por ninguna parte.

- ¡Venid aquí! –Gritó Pierre-.

Al instante se tranquilizaron y se deshicieron de la momentánea pesadilla y del aire frío que calaba sus huesos.

- Te he dicho que no te alejes de nosotros. –Replicó el padre enfadado-.

- Mira, mira.

Sergi recorrió con la mirada la extendida mano de su hijo hasta que por fin vislumbró lo que estaba señalando.

- ¿Cómo es posible? –Añadió la madre-. Ayer no vimos nada de eso.

Se abrazaron y se frotaron los ojos, boquiabiertos. Ante ellos se levantaba una impresionante ciudad de la que no se habían percatado durante la noche anterior. Las nubes que deambulaban perdidas por la humedecida superficie de la tierra, formaban una fina capa de niebla que otorgaba a la ciudad un halo de magia y misterio. Casi sobrenatural. Aparentemente, los estragos de la revolución no habían transitado por allí. El sólido muro de piedra que la rodeaba, no sólo parecía intocable sino que lo era; la base de roca negra volcánica soportaba el gran peso de la alisada superficie levantada con piedra blanca caliza, acabada con arcos de madera de roble macizo y ondulados lazos de hierro que se enredaban a su alrededor.

Los tres recogieron rápidamente sus escasas pertenencias, las subieron carro y se dirigieron hacia la ciudad.

- Seguramente tendrán comida. –Dijo Sergi-.

- ¿Y cómo la vamos a pagar? –Preguntó Raquel-.

- Si es necesario trabajaré todo el día por un trozo de pan. Tú no te preocupes por eso.

Dos grandes portones se alzaban ante ellos como dos gigantes, vigilantes e impasibles. La madera carecía de imperfecciones. Su alisado era tan perfecto, que los rayos de sol, que aparecían tímidamente en el horizonte, rebotaban en su superficie creando la ilusión de que estaba hecha de plata; en la esquina derecha, una pequeña abertura servía para que el vigía pudiera controlar a los extraños, a los mercaderes, y a la gente de paso. Impenetrable.

Una esclusa se abrió y se cerró rápidamente.

- ¿Qué pasa? –Dijo el padre asombrado-.

Las puertas rugieron al abrirse, como si un león desperezado pretendiese llamar la atención de su manada. La neblina se removió y empezó a colarse dentro de la ciudad, creando la ilusión de un río que fluye rápidamente por el estrecho de una esclusa. La tierra bajo sus pies tembló, los cuervos de los alrededores crascitaron, sopló el viento y los estómagos de los tres se encogieron.

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