Ciudad de niebla - Capítulo VII (7)

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VII

- ¿Cuándo te irás? –Preguntó Amalia-.

- Nunca. –Contestó Pierre-.

- Eso no es verdad.

- Pero si a mí me gusta estar aquí.

La niña calló.

- ¿Por qué no me enseñas algo nuevo? –Dijo él-.

- Sígueme.

Ambos empezaron a correr cogidos de la mano. Las baldosas del suelo parecían hechas de corcho blando y las paredes de esponjoso algodón. Pierre observaba su alrededor y no distinguía si estaba corriendo en un sueño o si lo que veía era real. Aunque corría, era capaz de ver detalles que ni parado se había fijado en ellos. En una de las esquinas de la casa del lechero, una gran viga curva recorría la base, cruzaba la mediana de la estructura, sobresalía por el lado contrario y acababa en la esquina opuesta del tejado, donde una cigüeña había colocado su gran nido. De pronto, doce semillas de diente de león, que flotaban en el aire, se posaron en la parte inferior de la viga y desaparecieron bajo una diminuta grieta en la baldosa del suelo. Casi instantáneamente, doce frágiles brotes rebasaron la superficie y se alzaron hasta apoyarse sobre la madera curvada. Era mágico. Los brotes envolvieron la viga y empezaron a crear trenzas alrededor de ella, y a extender sus ramas multiplicándose y a blandir las centenas de hojas que crecían casi instantáneamente a un ritmo sincronizado. Cuando por fin todo estaba cubierto hasta alcanzar el nido de la cigüeña, aparecieron los primeros capullos. Pierre no entendía lo que sucedía. Casi como un milagro, nacieron las primeras flores blancas con forma de burbuja algodonada, de un blanco perfecto y un tacto aterciopelado, e instantáneamente, una silenciosa explosión de cálidas emociones hicieron que las semillas del diente de león se desprendiesen a la vez y envolvieron la casa y los alrededores, como si un dulce invierno hubiera llegado de repente y sus copos de nieve se estuvieran deslizando no sólo hacia el suelo, sino hacia todas direcciones.

- ¡Ohhhhh!

El niño se quedó anonadado.

- Espera que conozcas a Luís. –Dijo Amalia-.

- ¿Quién es Luís?

- El leñador de la ciudad. Sabe hacer unos trucos fantásticos.

Ambos corrían sin parar y no se cansaban. No jadeaban ni sentían la fricción de las articulaciones. Volaban. Amalia miraba a Pierre y sonreía. Aunque su corazón, no latía como el de los demás.

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