III
Nadie vigilaba las puertas. Silencio. El olor a pastel de maíz y tortas de calabaza era lo primero que distinguieron. La casa de la derecha, construida de madera y piedra como las demás, era la primera en aparecer de entre la niebla. Aparentaba cerrada. Vacía. Las baldosas de piedra bajo sus pies, ligeramente agrietadas y rodeadas de césped grueso, algunas hormigas y lapas fosilizadas de mar, hacían brotar un sentimiento de abandono.
- ¿Quién nos ha abierto? –Preguntó Sergi-.
El pequeño no se asustó. Miró a su alrededor e intentó distinguir las figuras de los edificios que se escondían tras el manto blanco. Casi encima de ellos, al lado de la puerta, una gran antorcha ardía con fuerza.
- ¿Porqué no la vimos desde fuera? –Preguntó de nuevo-.
- Puede que la hayan encendido ahora. –Contestó Raquel-.
- ¿Pero quién?
El niño de diez años, de semblante melancólico y manitas pálidas como el blanco de la nieve, escrutó el horizonte con sus ojos marrones y ladeó la cabeza.
- ¡Mira!
Con un giro de muñeca, brusco y veloz, se soltó de la mano de su madre y se dirigió hacia el interior de la niebla hasta que desapareció.
- Pierre… ¡Vuelve ahora mismo! –Gritó la madre-.
Una especie de viento endemoniado se levantó y empezó a surcar el interior de la ciudad. No provenía del cielo, ni del norte; más bien parecía provenir de todas partes y de ninguna. La sábana blanca que lo cubría todo empezó a espesarse y a condensarse hacia el suelo. Como un velo invisible o un telón teatral, los alrededores se despejaban desvelando el panorama. De las chimeneas salía un cálido humo y un olor a leña quemada que evocaba hogareños recuerdos; en las ventanas había macetas con flores rojas y amarillas que colgaban hasta tocar el suelo; la piedra de las paredes brillaba como si la hubieran pulido, el hierro formaba arcos sobre las ventanas, la madera sobresalía a modo de vigas cruzadas y bajo los techos de cerámica verde y escamas de mármol, nidos de golondrinas, periquitos y canarios aguardaban en silencio para orquestar inimaginables recitales.
- ¿Qué lugar es este? –Se preguntó Raquel-.
Agarró con fuerza la mano de su marido y caminó hacia la poca niebla que quedaba en la dirección donde Pierre se había adentrado.
El silencio se partió como una rama seca. Los pájaros cantaron, una cabra que andaba suelta empezó a balar y cuatro perros aparecieron de repente con mirada asesina, dientes afilados y rugiendo como si la rabia les hubiera corroído las entrañas.
- ¿Dónde está Pierre? –Gritó desesperada la mujer-. ¿Dónde?
Sergi agarró a Raquel y la colocó tras él.
- No te muevas; todo saldrá bien.
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Ciudad de niebla
FantasíaRelato de misterio. La vida está rodeada por infinitos senderos que, llegado el momento, deberemos escoger uno y seguirlo, hasta que únicamente quede un camino por recorrer.