Ciudad de niebla - Capítulo XI (11)

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XI

- ¡Rápido! Trae unas mantas. Aquí hay un niño y aún está vivo.

El fraile Jomel estaba presenciando un milagro. De la fogata sólo quedaban las imperceptibles chispas de un último trozo de leña que pronto se consumiría. Aun así, el hombre lo distinguió desde lejos como si estuviera recibiendo señales desde una gran torre brillante. Cuando se acercó, el niño estaba envuelto por los cuerpos de sus padres. Con sus brazos lo acurrucaron y lo protegieron del frío, creando una especie de capillo como en el que descansan las mariposas cuando son crisálidas.

- Dame las mantas ¡deprisa! Enciende un fuego y calienta un poco de sopa.

- Voy hermano. –Contestó el fraile Filip-. 

Apartó con dificultad los inertes cuerpos de los padres de Pierre y abrazó al niño con las mantas para calentarlo con su calor corporal.

- Aguanta pequeño.

De repente, el helor de los cuerpos muertos se disolvió y se convirtió en diminutos copos de nieve que se esparció por el ambiente. Lentamente, el blanco diáfano flotó por el aire y envolvió al fraile. No era frío sino más bien cálido.

- Es un milagro. –Musitó-.

Y el niño abrió los ojos.

- ¿Ya no estoy en la ciudad?

El fraile se quedó sin palabras. Sonrió y acarició la cabeza de Pierre.

- No, te has marchado. Pero no debes preocuparte; algún día, cuando ya seas mayor y hayas tenido hijos y nietos, regresaras a esa ciudad y les contarás a tus padres todo lo que has vivido.

- ¿No se irán?

- Estoy seguro de que te estarán esperando. –Añadió el fraile-.

Pierre miró a sus padres y sonrió.

- No os vayáis lejos ¿vale? Cuando vuelva traeré puré de patatas y cordero asado como el que hace la abuela.

El buen fraile le acarició la cabeza y le dio un beso en la frente.

- Ahora come un poco de pan hasta que la sopa esté caliente.

            El niño asintió y se llevó un trozo a la boca. Enseguida se percató de que no era igual de dulce, ni olía de la misma forma que el pan de la ciudad, pero no le importó. Sabía que llegado el momento, regresaría con sus padres y volvería a jugar con Amalia, y volvería a disfrutar de los trucos del leñador, pero hoy no. El alcalde ya le estaba preparando una casa para el día de su regreso y él sabía que en ese momento sería bienvenido y no tendría que volver marcharse… jamás.

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