Ciudad de niebla - Capítulo X (10)

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X

- ¡No quiero morir! –Gritó Pierre desesperado-. ¡Por favor, no me hagáis daño!

Lloraba.

- ¡Mama! ¡Papa! ¡Socorro!

La niebla empezó a dar vueltas como un remolino gigante. El suelo crujía y la ciudad temblaba. Lentamente, todo comenzó a levitar como si estuviera flotando en una nube de algodón blanca y esponjosa.

- Acércate Pierre.

La voz de la madre del niño lo calmó. Se acurrucó entre sus brazos y su corazón empezó a palpitar con suavidad; se sintió seguro. Su padre también apareció y le acarició la cabeza, le pellizcó la mejilla derecha y le limpió los ojos llenos de lágrimas.

- No te preocupes hijo mío, todo irá bien. –Dijo el padre con tono apacible-.

Pierre les miró.

- ¿Por qué estáis tan blancos? –Preguntó-.

El cálido color rosado de la piel había desaparecido y en su lugar, un blanco azulado les cubría. Ninguno de los dos era capaz de llorar porque sus lágrimas se congelaban tras sus ojos. El frío bosque les había atrapado.

- Hemos hablado con Druin y sabemos lo que ocurre. Te queremos mucho, pero debes irte de la ciudad. –Dijo su madre-.

- ¡No quiero irme! –Lloraba-.

La niebla no se despejaba, y aun así, los habitantes de la ciudad se veían con claridad. El leñador con las setas y los hierbajos en la cara, el anciano con la barba de algas, el panadero y su mujer con el rostro y el cuerpo blanco igual que sus padres, e incluso Amalia había cambiado. Su pelo ondeaba al ritmo de una corriente submarina invisible y sus ojos habían perdido el brillo inicial, transformándose en un par de bolas completamente blancas e inexpresivas.

- Lo siento Pierre. –Dijo la niña-. Yo quería tenerte aquí, conmigo. Pero no es posible.

- ¿Pero qué os pasa? –Preguntó Pierre más calmado-.

- Yo me ahogue en el lago de este bosque.

- Y yo me caí de un árbol y nadie me encontró. –Dijo el leñador-.

- Yo intenté salvar a mi nieta y el lago también se quedó conmigo. –Añadió el viejo con la barba de algas-.

Uno a uno, los habitantes mostraron sus respetos al joven y le contaron parte de sus historias, desahogando sus pesadas almas. Pierre escuchaba con paciencia y tranquilidad, sin soltar de la mano a sus padres.

- Y nosotros somos muy felices hijo mío.

El padre se agachó y le abrazó con fuerza.

- Conseguimos salvarte. Este no es tu lugar.

Pierre asintió e intentó no llorar.

- ¿Entonces no os volveré a ver?

- Algún día. –Interrumpió la madre-. Pero ahora debes marcharte ¿de acuerdo?

Pierre abrazó a ambos con todas sus fuerzas y cerró los ojos. Cada vez la niebla se movía con más fuerza hasta que las casas, los muros, las torres y la gente desaparecieron en ella.

- ¡Os quiero mucho!

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