Ciudad de niebla - Capítulo VIII (8)

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VIII

- “Cuando era pequeñito, me subí a un arbolito y no sé cómo lo hice y me caí”. –Cantaba el leñador-. “Me rompí el brazo izquierdo, me arañe la espalda entera y por poco un ojito yo perdí”.

- Hola grandullón. –Dijo Amalia-.

- Hola pequeñaja. –Contestó el leñador estando de espaldas-.

- ¿Nos puedes hacer un truco?

- ¿A ti y a quién más? –Preguntó y se giró-.

Al ver a Pierre se asustó. Su afable y bobalicona voz de transformó en gruesa y protestona.

- ¿Qué hace él aquí?

- Juega conmigo. Andaaaaaaa… haznos un truco.

Dejó el hacha y se sentó sobre el mutilado tronco del patio trasero de su casa. Era un hombre de extraordinarias dimensiones. Es un gigante del bosque. –Solía decir Amalia-. Tenía una nariz apepinada, unos labios gruesos y arqueados en el centro y unos ojos pequeños y bizcos. Su larga cabellera le llegaba hasta los codos y su gorro de piel de vaca con orejeras era un complemento que sólo se quitaba para dormir.

- No sé si a los demás le va a gustar esto. –Dijo el leñador con voz bobalicona de nuevo-.

- Nadie te verá. –Insistió la niña-.

Y accedió.

Rebuscó entre sus cabellos y encontró una cana. Con los dedos índice y pulgar, la recorrió a lo largo hasta llegar al cuero cabelludo y, con un fuerte y repentino tirón, la arrancó. Rebuscó en el suelo y recogió una hoja del árbol en el que estaba trabajando; la dobló varias veces hasta reducirla al tamaño de una alubia, la apretó con fuerza para que no se desdoblase y la posó en la palma de su mano. Comenzó a darle vueltas a la cana alrededor de la hoja hasta que su punta se enganchó en la uña de su meñique. Lentamente, el fino y blanquecino cabello se enredaba, se alargaba aún más y se reblandecía con el contacto. Igual que una araña teje su red con maestría y paciencia, el leñador tejía una especie de capullo de seda.

- ¡Listo!

Con un gesto le pidió a Pierre que juntase las dos manos para colocar el capullo dentro. El pequeño se acercó sin pronunciar ni una sola palabra y obedeció con reticente curiosidad. Cuando el grandullón deposito el objeto en las manos de Pierre, cerró los ojos, pronunció unas palabras e invitó a que Amalia pusiera las suyas sobre las de su amigo, dejando únicamente un pequeño hueco por donde poder soplar.

- ¡Ahora! –Dijo el leñador sonriendo-.

Los dos niños soplaron con suavidad y de entre los dedos, una suave estela de polvillo blanco brillante se escapó.

- ¡Algo se está moviendo! –Dijo emocionado Pierre-.

- Jajaja. ¿A que es mágico? –Contestó la niña-.

Entonces abrieron las manos y una mariposa con alas de hojas verdes y antenas de ramas pequeñas blandió su cuerpecillo por primera vez. Parecía sonreír aunque carecía de cualquier expresión.

- Ahora debéis dejarla volar. –Añadió el grandullón-.

Y así lo hicieron.

Pierre se quedó con la boca abierta, mirando como la mariposa se elevaba por encima de las casas, luego de los árboles y finalmente desaparecía tras el luminoso destello de las torres de aguja.

- ¿A que te ha gustado? –Preguntó Amalia-.

- ¿Cómo lo haces?

El leñador se levantó reacio a contestar y con tono serio replicó.

- Ahora tenéis que iros.

Un rayo surcó los cielos y cayó sobre la sobrenatural mariposa, convirtiéndola en ceniza. La que he liado. –Pensó el leñador-. Una espesa capa de niebla descendió rápidamente y cubrió toda la ciudad hasta que apenas se podía ver algo. Sólo el gigante bobalicón era visible.

Amalia agarró a Pierre de la mano.

- No te asustes.

El gigante se echó las manos a la cabeza y no dejaba de repetir la misma frase. “¿Qué he hecho? ¿Qué he hecho?” De pronto, su cara palideció y de sus mejillas, su nariz y sus cejas empezaron a crecer hierbajos y setas.

El alcalde apareció corriendo y cogió a Pierre del brazo, girándolo hacia él.

- ¿Has visto que truco tan bonito? Ahora no te preocupes por nada y vete con tus padres que te están esperando. Por favor Amalia vete tú también con él.

Los niños se calmaron y desaparecieron callejeando por la niebla.

 - Ya te dije que nos traería problemas. –Dijo la mujer del alcalde que apareció de la nada-.

- No metas cizaña. Sé muy bien lo que tengo que hacer.

- Pues hazlo ya.

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