Capítulo 9: Escape

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Aria

Lo que parecieron ser patadas de burro contra mi puerta, fueron lo que me despertó. ¿Y cómo no esperarlo? El burro de mi hermano postizo era el que estaba allí.

-¿Se puede saber qué demonios pasa contigo y por qué no me dejas dormir en paz mientras ningún monstruo trata de matarnos?- reclamé cuando abrí la puerta y me restregué un ojo con el puño.

-Mason me dijo dónde podemos encontrar respuestas sobre lo que Hera quiere- parecía que venía corriendo o algo. Respiraba con dificultad y se pasaba nerviosamente las manos por el cabello.

-¿El tipo que estaba en coma? Lo más probable es que esté diciendo loqueras, compa. Anda, ve a dormir y mañana resolvemos lo de Sophie- estaba por cerrar mi puerta, pero Gunther le dio otra patada, con lo que tuve que soltarla.

-Hablo en serio. Dijo que se trataba de un club nocturno al que va una amiga suya llamada Marceline- otra vez lo interrumpí. Puse una mano en mi frente y traté de contener una sonrisa burlona.

-Claro. Una tal Marceline, que no tenemos idea de quién es, está en un club nocturno- lo miré para verificar que era verdad -Estás de broma. Esa estatua como que no sólo masacró tus intestinos, hermano.

-Demonios, deja de hacerte la escéptica y arma tu mochila. Vamos a ir ahora- se puso serio (cosa que es muy difícil y que ahora se estaba haciendo costumbre) y se quedó plantado en el inicio de la rampa hasta que rodé los ojos bufando.

-Bien- me rasqué la cabeza -Déjame ver qué puedo empacar ahora y si tengo un mapa.

Él asintió con la cabeza y bajó trotando por la rampa. Cerré la puerta y caminé con prisa por la planta baja de la cabaña hasta las escaleras. Subí de igual manera hasta la segunda planta y me vestí con un par de shorts rotos, una camiseta blanca con mangas negras cortas y me puse mis vans grises.

Guardé en mi mochila otro par de shorts, una camiseta, mi cepillo de dientes y un par de dagas que había encontrado en el tiradero de la cabaña de Hefesto. Guardé algo de dinero mortal en mi bolsillo y no me pudo importar menos el estado de mi cabello desordenado.

Descolgué el mapa de Nueva York que tenía pegado en la cabecera de mi cama y tomé una linterna de la mesita de noche además de un pequeño envase que tenía crema medicinal (el cual había llevado a la misión del año pasado por recomendación de Helena).

Bajé las escaleras y antes de salir de la cabaña, me volteé hacia la estatua más grande que había allí: la que representaba a mi padre sentado en su trono con un rayo del tamaño de un cetro en la mano. Estaba al fondo de la cabaña, junto a la escalera. La miré mal y me puse la gorra teletransportadora, que estaba colgando de un perchero junto a la puerta.

Y sí, ustedes se preguntarán: ¿Por qué no usaste la gorra para cuando ibas tarde a la escuela, o cuando se te quedaba una tarea en casa o simplemente para ir al campamento cada tarde durante el curso escolar? Pues es simple: sólo funciona si es para salvarse de peligro latente. Como un murciélago con esteroides tratando de asesinarte, ya saben.

Bajé la rampa mientras enganchaba mi patineta mágica a las asas exteriores de mi mochila. Caminé hasta la cabaña tres y ahí estaba Gunther guardando un montón de cosas en su mochila infinita. Notó mi presencia y señalé con la cabeza la colina mestiza, con lo que empezamos a caminar.

Disaster II: El Trato MortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora