14. Estrellas brillantes.

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Krisna estaba hachando leña detrás de la cancha de fútbol. Tenía unos audífonos puestos y la música estaba a todo volumen. Estaba sudando y aun así sentían el frío colarse entre su gruesa chaqueta y el gorro de lana que utilizaba. Recibiría 100 dólares al finalizar algunos troncos más que estaban apilados en forma de pirámide.

No necesitaba el dinero, a decir verdad. Sólo lo hacía porque al parecer ninguno de los muchachos quería salir en pleno frío invernal para cortar leña. El tiempo pasó lentamente a la vez que pequeñas motas de nieve caían a su alrededor formando una pequeña capa helada sobre el suelo.

Al terminar el último tronco, tiró el hacha dentro del invernadero y cerró la puertecilla tambaleante. Se sacudió las manos antes de sacar los guantes de lana de su bolsillo trasero y ponérselos para minimizar el efecto del frío. Atravesando la cancha para llegar al camino pavimentado, las luces de un auto se dejaron ver entre la nieve que caía copiosamente dificultando la visión.

No se molestó en ver quién abordaba el auto, sino que se concentró en meter las manos en sus bolsillos y apretar el paso para llegar a la calidez de su habitación. Sin embargo, el conductor, al detenerse frente al dormitorio de las chicas, sacó la cabeza por la ventana y lo llamó por su nombre. No escuchó pues en ese momento "Lean on" estaba llenando sus oídos.

Escuchó una bocina y un chiflido gutural a través de la canción y confundido se dio media vuelta. Mr. Burrs le agitaba una mano y lo llamaba. Frunció el ceño al apagar la música de su iPod disimuladamente y caminó de regreso hacia donde la van de la institución se encontraba estacionada.

-Muchacho, ¿puedes ayudarnos con esta maleta?-le pidió el hombre afroamericano que se encontraba de espaldas a él abriendo el maletero.

Krisna asintió apretando la mandíbula y descargó una maleta gigante de color rosa. Pesaba como si llevaran piedras adentro. Se agachó y en una rápida maniobra la colocó sobre sus hombros después de comprobar que era imposible hacerla rodar sobre el suelo cubierto de nieve.

Se tambaleó un poco y con algo de duda se dirigió frente a la puerta del dormitorio de chicas. Nunca había entrado allí y jamás se hubiese imaginado hacerlo. Justo antes de llegar a la puerta, sin siquiera preguntarse el cómo la abriría, una agraciada jovencita se abrió paso detrás suyo y le abrió la puerta.

Era nueva, pensó. La siguió por uno de los pasillos del dormitorio hasta que ella se detuvo. Dejó caer el equipaje con cuidado y se quedó de pie esperando que la chica abriera la puerta de la habitación para poder dejarle su maleta adentro. Permaneció en silencio mientras ella examinaba el interior de la habitación con interés. Dejó su maleta allí y se dio vuelta para salir con la misma velocidad con la que entró.

-Gracias-escuchó a sus espaldas. Krisna se giró y asintió con la cabeza antes de intentar desaparecer de nuevo.

Afuera del dormitorio, se enteró que el hombre ya se había ido. Rodó los ojos y se apresuró en llegar a su habitación.

Se sacó los zapatos en la entrada para no ensuciar la alfombra y tambaleó hasta dejarse caer en el sofá que había traído del sótano. Metió su mano debajo del cojín y sacó su celular para distraerse un poco. Los ojos se le cerraron por el cansancio y se quedó dormido.

Un portazo lo despertó de golpe. Era Jack, Daniel y Luke. Los insultó en voz baja en su lengua nativa a la vez que volvía a ocultar el aparato.

-¿Adivina qué?-preguntaron alborozados en voz tan alta que Krisna casi piensa en levantarse y pegarles una bofetada a cada uno para que dejaran de ser tan idiotas.

-¿Qué?¿Descubrieron que se la mamaste al hijo del preceptor?-le soltó a Jack con una sonrisa socarrona. Su amigo era gay declarado pero no por eso dejaba de soltarle un tremendo golpe al que se le ocurriera humillarlo. La mirada que recibió hizo que el asiático mascullara una rápida disculpa antes de reírse ladinamente.

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