23. Blueberries.

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Camila caminó con la mirada gacha entre los estudiantes y se encerró en el baño para discapacitados del edificio estudiantil. Descolgó el maletín de su hombro y se sentó en el suelo tratando de contener las lágrimas. Miró la pulsera de oro que colgaba de su mano izquierda y la tocó en un intento de tranquilizarse.

No estaba allí por las razones adecuadas. A comienzos de ese año, su madre había sido amenazada con su secuestro. Ella ostentaba un alto cargo en el ejército nacional y era consciente de que muchos querían hacerle daño. Sin embargo, cuando el blanco de las amenazas pasó a ser su única hija, no quiso arriesgarse y la envió hacía Canadá directamente. Camila sólo tenía 15 años.

No sabía cuánto tiempo estaría en la academia ni si aún corría peligro. Era totalmente peligroso si usaba alguna de sus redes sociales, y mucho menos podía comunicarse con su madre o con alguien más. Eso iba más allá de sus fuerzas.

Alguien entró al baño para lavarse las manos. Camila mordió su labio inferior, esperando que la persona se fuera. Su madre siempre le decía que fuera valiente. Y ella lo estaba intentando. Se limpió las mejillas y se incorporó. Esperó a que la chica saliera y luego abrió la puerta de su baño. Caminó hacia los lavamanos y se mojó las manos; luego, las pasó por su cara para limpiar las huellas de las lágrimas.

Se secó y salió del baño. No quería ir a clases ahora, de modo que caminó hacia la puerta trasera y se sentó en los escalones, creyendo que nadie la veía. Krishna la siguió y se sentó junto a ellaz interrumpiendo su soledad.

—¿Estás bien?—preguntó en español, como hacía cada vez que ella estaba triste. No sabía la verdad. Nadie la sabía.

Camila negó con la cabeza y se cubrió la cara con sus manos. Él no la abrazó.

Hacía mucho tiempo que ella había dejado de esperar un tierno gesto de su parte. Añoraba el contacto físico, y de él jamás iba a conseguir. El beso que le había dado en su cumpleaños había sido un intento desesperado de obtener algo más que un simple roce de sus dedos, y eso no era correcto.

Tal vez lo mejor sería alejarse de él. No era justo para ninguno de los dos, pues no eran capaces de darse lo que deseaban.

Krishna esperó a que dejara de llorar, y le ofreció a acompañarla de regreso a clases. Ella se negó y fue sola.

Esa tarde se sentó junto a David, otro chico de su clase.

***

Douglas estaba trabajando con el ceño fruncido y escasamente cruzaba palabra con Patsy y Valentina. Ninguna sabía la razón de su actitud pero tenía que ser bastante mala para que su habitual sonrisa burlona no adornara su rostro.

—¿Qué ocurre?—preguntó finalmente Valentina, cuando el chico dejó caer los cubiertos de metal ruidosamente en el lavaplatos.

—Nada—respondió rapidamente y fingió una sonrisa. —Sólo estoy algo cansado.

La rizada no insistió pero sabía que mentía. Lo había visto bebiendo sin control en la fiesta. Eso no era un simple mal día. Iba más allá.

Ayudó a acomodar los platos, y preparó los jugos para el almuerzo. Faltaba hielo, así que decidió ir al lugar de suministros, pues allí había una máquina dispensadora. Arrastró el carrito de hielo detrás de ella, y atravesó el camino hacia la vieja construcción.

Llegó al cuartito en el que estaba el hielo, y comenzó a depositarlo en el carrito. La puerta cerrándose detrás de ella la hizo sobresaltar. Se giró y vio a Krishna caminando hacia ella. Una sonrisa se le dibujó inmediatamente en su rostro.

—¿Qué haces aquí?—preguntó dejando caer el hielo que tenía en las manos, y quitándose los guantes de látex transparentes que usaba.

—Trabajo para Tim, y me mandó a limpiar aquí—respondió sonriente, dejando ver sus dientes.

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