Treinta y tres.

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Leonardo POV

Luego de ver como mi esposa me sonreía tan seductora fui directo a la habitación de mi niña. Estaba llorando a mares y tenía su carita colorada y eso no me gustaba. Sabía que era normal pero como quiera odiaba verla llorar pero sobretodo verla tan rojita.

Este par de meses han sido unos de locos. Como padre primerizo pedía que Emma durmiera con nosotros en nuestro cuarto. De hecho teníamos un moisés justo al lado de la cama. Solo usaba su propio cuarto durante el día. Fanny obviamente no se oponía ante eso. La experiencia que habíamos tenido nos había vuelto unos padres completamente sobreprotectores.

Esa experiencia. Esa experiencia me había tocado hasta la última fibra de mi cuerpo. Había sido la experiencia más horrible de todas. Había sido un momento que ni a mi peor enemigo se la deseaba. Había perdido a mi hija por quien sabe por cuánto tiempo y fue el momento que más devastado me sentía.

El ver a mi hija sin vida me había dejado, instantáneamente, sin ganas de vivir. Luego sentir la frialdad de su cuerpecito en la palma de mis manos me había derrumbado pero sabía que tenía que ser fuerte para darle el apoyo que mi esposa necesitaba.

La tomé entre mis brazos y rápidamente se calmó. Mi niña me conocía y eso era un sentimiento inexplicable. Acaricié sus mejillas secando cada lágrima que derramó. Abrió sus ojitos y me observó. Sonreí al ver la camiseta que tenía. Era obra indiscutible de mi bella. Era una ropita que decía "En mi casa soy la reina" y era completamente cierto.

-Ay Emma mamá está loquita- dije y como si mi niña entendía lo que le dije me sonrió.

Con ella en mis brazos fuimos a la cocina. Tomé una botellita con leche y la metí en el microondas. Solo le di unos treinta segundos tampoco quería que se quemara. En esos treinta segundos me dediqué a cantarle bajito. Estaba inquieta y lo que quería era que no comenzara a llorar otra vez.

-Vamos para la habitación- dije con la botella de leche en mi mano libre.

Me senté, con cuidado, en el sillón de una persona. Al parecer mi niña tenía hambre porque devoró en un instante su comida. Le saqué los gases con cuidado y no pasó mucho tiempo para que mi princesa se durmiera profundamente.

-Barriguita llena corazón contento- dije mientras sonreía y besé su frentecita. Adoraba a mi hija, indiscutiblemente.

Justo antes de ponerla en su cuna mi celular sonó. Sí, esa noche dormiría en su cuna y no había peros. La recosté y puse a lado un pequeño conejito que le había regalado madrina Diana.

Recibí la foto más sencilla pero a la vez más provocativa que había. Esto hizo que mis ganas de tenerla desnuda debajo de mi volvieran el triple de potentes. Esta esposa mía había hecho que me excitara a niveles insospechados.

Esas curvas me tenían totalmente embobado. Quién diría que yo, el chico que salía solo con mujeres con cuerpos espectaculares y que odiaba a las chicas gordas, terminaría loco y perdidamente enamorado de una chica plus size. Ese cuerpo había sido el culpable de que estuviera con una erección en la puerta de mi habitación tratando de tomar un poco de aire.

Me sabía cada rinconcito del cuerpo de mi esposa pero era inevitable no repetir cada camino en su cuerpo. Su cuerpo me lo sabía de rabo a cabo y eso era lo importante. Respiré profundo y cuando estaba por abrir la puerta esta fue abierta por mi bella.

El amor no tiene sizeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora