Capítulo 43. "Tinieblas"

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  En la nueva parte que agregué al final, notarán que no coincide en todo (excepto por los diálogos) a lo que sucede originalmente en Enredados. En mi historia, decidí cambiarlo, alargar la muerte del alguien que no quiero decir pero ya lo verán. Así que están al tanto de que el efecto causado por "x" acción que no quiero decir hasta que lo lean es distinto aquí que en la película.


Mérida solo supo que despertó en una pesadilla en carne propia, corriendo en medio de un infierno. Su pueblo natal; allí estaba tal y como lo recordaba después de regresar de su travesía en Arendelle en busca de sus hermanos que se habían colado en un barco de regreso a casa.


Ella estaba vuelta. Pero su hogar no era el mismo, lo que era paz, ahora era guerra.
Fuego. Un voraz incendio devoraba casas, personas a su paso, consumía vida. Reconocía caras familiares de pueblerinos de Dunbroch, sucumbidas en pánico y temor. No podía ver a los intrusos, la barrera de humo era demasiado espesa. Mérida solo sabía que quería llorar con furia hasta apagar tal infierno con sus propias lágrimas, y luego despellejar a quien le hubiese declarado la guerra a su clan que había estado gozando de paz, hasta que ella llegó.
¿Cómo había pasado esto?
Cadáveres florecían del suelo como plantas, y la mayoría eran de su bando. Iban perdiendo. Y ella más que nadie sabía quién podría involucrarse en semejante batalla y asesinatos a sangre fría para defender a su pueblo: su padre.
Corrió como un poseso por entre las huellas que dejaba la muerte a su paso, quemándose la piel, las ropas y el cabello. Imploraba a los cielos llegar a casa y rescatar a su familia, aunque ni siquiera podría defenderse sin su arma. Era una inútil princesa en el medio del caos. Evadir la muerte es como caminar en una cuerda floja sobre un abismo. A su derecha, un grupo de batallón contra un puñado de su clan se daba pelea a morir, los ruidos cortantes de las hachas eran un canto demoníaco ante sus oídos. Buscó un camino más seguro, ¿pero qué era seguro allí? Nada, si siquiera en el interior de su mente. Sentía miedo como nunca antes.
Al llegar al pie de la magnífica edificación de piedra que solía llamar casa, contempló cómo se caía a pedazos por el fuego, y hombres gigantes sacaban a la gente, en su mayoría sirvientes, a rastras de sus escondites. Burló a los enemigos y se escabulló como un fantasma por la puerta. Entonces la vida se le escapó por los poros como humo. Bajo el marco de la muralla que rodeaba el alcázar, su madre y padre yacían ensangrentados sosteniendo a sus tres hermanitos gemelos de sus manos, en las mismas condiciones. Sus ojos no reflectaban ya existencia, sino terror.

Mérida vomitó en ese mismo lugar, entre lágrimas, sin importarle que viniese uno de los bandidos sanguinarios por su espalda y le clavara un hacha. Era una visión horrible, perturbadora, nadie en su más sano juicio podría imaginarse acabar de esa forma, o incluso torturar a personas inocentes.


Si tan solo pudiese cambiar el destino.


Sus sentidos se encontraban al rojo vivo, como si pudiese saborear, tocar, ver y escuchar a su más horrenda pesadilla, el más atroz infierno. Y era real. Pero el olor era lo que más llamaba su atención, y a la vez lo que más le espantaba. Olía a muerte, armas, sangre, forasteros. Olía a vikingos.




– ¡Rapunzel! – Elsa acababa de despertar de su inconciencia. Sentía un contundente dolor en la nuca que le producía mareos. Alguien le había golpeado y traído no a un calabozo, sino una pequeña casa común y corriente. Más bien, raptado.




En cuanto había abierto los ojos en lo que sería el living sintió como sus manos eran presas de unas cadenas adheridas al suelo. Fue entonces que vio otro bulto encadenado del otro lado de la sala. Y con abundante cabello dorado.
El bulto tumbado giró sobre sí mismo en lo que pareció una eternidad. Estaba dolorida, magullada, como si le hubiesen dado una paliza que ella no recordaba. Tardó un tiempo en que su visión se ajustara y viera el atormentado rostro de Elsa que luchaba por acercarse más a ella. Al instante, percibió cómo sus puños habían sido encadenados en su espalda, y cómo sus gritos eran tapados por una tela alrededor de su boca.

Jelsa, Una Historia de Amor Verdadero (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora