El Diario... Parte 4

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Querido diarioMis padres hicieron muchas cosas a las que pretendieron que todas saldrían bien, entre ellas encargarse de que yo tuviese una vida social activa para no padecer lo mismo que ellos; soledad, digamos. A veces viene al palacio un hijo de mi edad de algún diplomático o gobernante de otro país para tener un día de juegos. No es tan emocionante como parece. Solo me repiten "haz la magia, haz la magia" y es todo lo que hacemos y sinceramente me aburro mucho. También hablaron con mis profesores de tercer grado de la escuela para pedirles que mis compañeros fuesen más "amigables" conmigo, si era posible. Fue súper embarazoso.Aunque las cosas no salieron como querían, por el contrario. En la escuela, no le agrado a ninguno de mis compañeros. Tal vez es por ser princesa, o por tener magia. Quizás sienten miedo, o me ven... rara. Papá dice que son envidiosos. No lo creo de igual forma, pienso que soy yo el problema, pero no es algo que me preocupe. La verdad, hay cosas más interesantes. Sin embargo, admito que tomó tiempo, pero finalmente Frederick comenzó a agradarme y es el día de hoy que somos amigos. Bueno, más o menos. Pero con casi–un–amigo me conformo.La primera vez que lo llevé a palacio para que conociera a mi familia no fue tan buena como esperaba. El día ya de por sí había comenzado extraño.– ¡Elsa! – papá le reprimió. Había soltado mi mano y sostuvo a mamá antes de que se desplomara sobre el barandal de las extensas escaleras. Dijo su nombre como si le estuviera reprochando el hecho de casi caer. Raro. – Casi me matas del susto. Te habrías caído por las escaleras.–Jack, estoy bien, puedes soltarme. –su voz se oía cansada y sin ánimos de discutir. Sacó su mano de su agarre. Papá la miró con cara de pocos esposos, diría amigos pero son más que eso. Mis ojos pasaban de uno al otro, sin comprender por qué se veían fastidiados. También noté que mamá tenía ojeras del tamaño de un cráter y se la veía en estado enfermizo. Tal vez le agarró un resfriado, pensé. Últimamente tenía muchos de esos.–Elsa, no es la primera vez que pasa. ¿Lo entiendes, no? Hace meses que te sucede lo mismo, parece que te desplomas en cualquier instante. – continuó él, intranquilo.–No exageres, no es así.Sí lo era. Hacía un mes aproximadamente habíamos ido a cabalgar en su día libre y mamá cayó del caballo cual bolsa de papas. No pudimos disfrutar mucho del día, pero por suerte solo había sido un desmayo. Unas horas de reposo y al día siguiente ya estaba como nueva, e intentábamos otra salida familiar. Y así sucesivamente. Pero todas estas, paseos, visitas, incluso ir a la misma biblioteca que queda en el piso de abajo, terminaban como la primera. Y hoy, un total día cualquiera de otoño, no era la excepción. – Solo estoy un poco mareada. – le calmó, pero no sirvió de mucho. – Se me pasará cuando desayune. Vamos, cielo. La comida nos espera. – tomó mi mano y sin más descendimos las escaleras, dejando a papá atónito y con el ceño fruncido en la cima de las mismas. Parecía que mamá estaba huyendo de él, y eso le molestaba a papá, que escondiera algo. Aunque supuse que solo tenía mucha hambre y estaba apurada por llenar la barriga. Igual me preocupaba.–Mamá, ¿segura te sientes bien? Podríamos llamar al médico.–No, Elise, estoy bien. Iré a verlo en la tarde, no te preocupes. – abrió la puerta para mí e ingresamos al gran comedor. No es tan grande como suena. Solo hay una larga mesa con varias sillas. Me gusta porque puedo elegir la que quiera, aunque mamá siempre dice que me siente cerca de ellos. Como sea, ni bien llegó la comida, papá entró de un portazo.–Elsa. Necesito hablar contigo un momento. – dijo firme y secamente, como en el episodio de las escaleras. De hecho, no le había visto sonreír en días. Y estoy hablando de papá. Ya sabía que eso significaba un tema serio y por lo visto se avecinaba una pelea. ¿Pero por qué pelearían? ¿Solo porque mamá estaba un poco enferma?–¿No quieres venir a desayunar? – mamá rebotó su golpe con un tono casual. Mientras yo metía en mi boca cantidades indiscriminadas de tostaditas untadas con queso, ella no había tocado su plato.–Elsa, tenemos que hablar. –seguía serio. Vaya, creo que tuve escalofríos, o el jugo estaba muy frío.–Bien. – mamá arrojó la servilleta de su falda sobre el plato, impacientada. Luego me echó un vistazo a los ojos con una sonrisa que antes no estaba y mirada despreocupada, frente a los míos calados en confusión. – Tu padre está un poco preocupado por unos temas de trabajo. Termina el desayuno tranquila, después vendré a buscarte para la escuela. – me dio un beso y salió dando otro portazo.Creo que ahora sí puedo sentarme donde quiera.Un tema de trabajo, eso era razón suficiente para tranquilizarme, porque siempre lograban arreglarlos. No se oyeron ruidos del otro lado de la puerta del comedor, por lo que tuvieron que haber ido a su oficina o a su habitación a hablar de sus asuntos. Ni bien acabé, subí a mi cuarto a las corridas y me cambié. No encontraba mi vestido lavanda por ninguna parte, y mi cabello era un desastre, ¿cómo nadie me dijo nada? Ojalá mamá se apure para arreglarme.Por primera vez, probé lo que mamá me enseñó tiempo atrás; hacer prendas con mi magia. Precisamente, yo no era una experta. Los cristales de hielo que quería crear me salían casi siempre deformes. Y tan claro como el agua, hacer siquiera ropa sería un desafío de alto nivel. Eso requería mucha práctica y concentración, y yo no tenía nada de esos. Aun así, lo intenté.Batí mi mano y enfoqué en mi mente el vestido que quería crear sobre mi traje de desayuno. Luego los trazos de hielo que salían de mi mano se entretejían para crearlo y... papá tocó la puerta y mi concentración se desplomó así como el polvillo nevado. Qué decepción. Por otra parte, fue raro porque él por lo general no toca, simplemente arremete en mi habitación cual tempestad.–Huh... ¿Elise? –¿Y mamá? – pregunté al no verla a su lado.–Tu madre está... resolviendo los asuntos. Surgió algo con un país que no recuerdo y bueno, asuntos de Reina. Sabes que no soy tan bueno como ella, sino la ayudaría. – puso su mano en mi barbilla. Sentía mi frente caer sobre mis párpados, lo que significaba que estaba haciendo esa cara. La cara que hago cuando no me gusta algo, y papá trata de que se me vaya. – Pero por otro lado, tu madre me ha mandado a que cumpla una misión más importante.–¿Qué?–Peinarte y vestirte para la escuela. – intentaba sonreír como si la idea le agradase. Era malo para fingir esas cosas.–Hay doncellas para eso, papá. No tienes que––No vamos a molestarlas por algo tan simple. Lo haré yo y está decidido. – se levantó sonriendo. Una sonrisa sospechosa. – Ahora, ¿dónde se suponen que las niñas guardan sus vestidos? Una hora más tarde y yo llegaba tarde a la escuela, con el pelo rubio enredado en dos colas de caballo ridículas. Papá se había esforzado, por lo que no dije nada cuando lo que quería era gritar. Al final del día, Frederick me acompañó a casa, se suponía que íbamos a pasar juntos la tarde en casa. Estaba más emocionado que un conejo al saber que iríamos en carruaje.–¡Santos cielos! ¡Esto es increíble! ¿Es eso oro? – señalaba las ruedas y saltaba alrededor de los caballos.–Supongo. – elevé los hombros. Entramos y en todo el camino no puro parar de babear al ver el interior. Me reí al pensar lo que sería al ver el palacio.Como era de imaginar, Fred puso un pie en el alfombrado y gritó: ¡¡¡¡ESTO ES GRANDIOSO!!!!! Tapé su boca con mi mano cuando todos los empleados se giraron al vernos, y lo arrastré lejos de nuestra escolta. Nos persiguió hasta que se cansó de buscarnos.Fuimos al cuarto de juegos y le mostré mis juguetes. Las doncellas procuraron que Olaf se mantuviese fuera de alcance para evitarle a Frederick un ataque al corazón. En seguida le mostré pinturas, armaduras, el jardín y le presenté algunos soldados. Al final, quedaba presentarles mis padres, y quizás después les robaríamos las bicicletas a mis primos. Frederick estaba más que excitado por conocerlos. Quería saber si eran tan altos como decían, y si es verdad que mi padre tiene barba, como decía su primo Jeff.Fuimos entonces a su oficina, donde me dijeron que estaban. Pero antes de tocar, las puertas se abrieron de par en par. Mamá salía de allí casi corriendo, ni siquiera nos vio del otro lado. Solo salió como estampida y dobló a la derecha. No pude ver su rostro, pero sí sus pisadas que dejaban huellas de escarcha. Mala señal.El pánico me inundó, y quise sacar a Frederick de allí, aunque fuese por la ventana. Pero a la vez sentía el reflejo de seguirla. Papá salió un segundo más tarde tras ella, y al igual, no nos prestó atención. ¿Qué tiene que hacer una hija para captar la atención de sus padres? Tomé a Frederick de la mano y eché a correr a por ellos. En un rápido vistazo, vi su cara de terror y confusión. No era el único. Los alcanzamos unos pocos metros más adelante. Me paré enfrente, no tenían opción más que mirarnos. –Mamá, papá, él es––Ahora no, Elise. – respondió tosca mamá y siguió de largo por el pasillo, cubriéndose el rostro. Papá me miró de soslayo, casi como una disculpa, y la siguió. Mamá era rápida, ya estaba al final del pasillo y estoy segura de que papá hubiese deseado perseguirla volando, pero ya nunca lo hacía.Frederick a mi lado soltó mi mano. Estaba decepcionado y un poco dolido, juzgando por cómo se arremangaba la camisa descolorida. ¿Qué clase de padres huyen del único amigo de su hija? –Lo siento, Fred. Esto nunca ha pasado. – intenté disculparme.A pesar de su repentina tristeza, quiso sonreírme en respuesta.–No hay problema. Pero... Tal vez sea mejor que vaya a casa. Mi tío quiere que regrese antes de las seis.– ¡Pero recién llegas! – le supliqué. Que se vaya podría significar una ruptura en nuestra recientemente forzada amistad.–En serio, Elise. Fue muy divertido. Tu casa está de lujo. Mi casa entra como cien veces aquí. – su risa se resplandeció para luego apagarse. – Pero debo irme. Saluda a tus padres– ¡El Rey y la Reina! – se corrigió. – por mí.Se dio la vuelta y empezó a caminar, cabizbajo. Corrí hacia él, lo tomé del brazo y le dije que le acompañaría. Nunca hallaría la salida por sí sólo. Cuando Frederick se subió al carruaje de regreso a casa, ya sin la emoción de la primera vez, corrí de nuevo a la segunda planta, a la habitación de mis padres. Me importó un comino la invasión a su privacidad y de que yo no tenía permitido entrar sin permiso, pero lo hice. No había nadie allí. Corrí a su oficina, aún más encrespada. Nada. Al comedor. Lo mismo, nada. Y así en todas las habitaciones que se me ocurrían hasta que mis piernas temblaban. Apenas logré llegar a mi cuarto para permitirme tumbarme. ¿Dónde estaban? ¿Qué rayos sucedía?Desarmé mis horribles coletas y me puse el pijama, aunque apenas eran las siete. Lo que significaba que no bajaría a cenar siquiera, no sin la ropa adecuada. Esa era mi rebelión. Abracé la almohada y ya no pude retener el llanto.Abrí los ojos en la oscuridad de mi cuarto. Miré el reloj y eran las diez y media. No recordaba haberme dormido, sin embargo. La cabeza me dolía, aún risueña por el mal momento. Limpié las lágrimas secas con mi manga y salí en busca de alguien. No me topé con ninguna doncella en el camino a su habitación, no solían haber sirvientes en esa ala, a excepción de las damas de compañía y mayordomos. Quise estar segura de que a mis padres no se los había comido la tierra. No antes de que les dijese lo que tenía que decir.Y fue ahí que pasó lo más extraño del día. Bostecé una vez más antes de tocar su puerta. Pero no fue necesario tocar. La misma estaba entreabierta. Nunca dejaban la puerta abierta.Me asomé con cautela por ella. Las velas salpicaban la habitación en tonos cálidos. No los veía a ellos, sino sus sombras, y algunos restos de escarcha en los muebles. Y luego, los oí gritar.–¡Ya para, Jack!–¡No, Elsa! ¡Tú para! ¿No te das cuenta lo que estás haciendo?–¡No es problema, sino mío! ¡Y dije que dejes el tema! –parecía que mamá tenía un nudo en la garganta. –¡Tus problemas se convirtieron en míos desde el día en que nos casamos, maldita sea! – me tapé la boca, aplastándome más contra la puerta. Papá hacía sonar algo tan lindo como un sermón.–¡PERO ESTE NO ES TUYO! ¿Qué problema?–¡¿Por qué no dejas de pensar en ti y piensas en nuestra hija?!–¡No metas a Elise en esto!–¡ES NUESTRA HIJA, JODER! ¡Claro que tiene que estar involucrada!¡¿No te importa acaso?! ¿No te importo yo?–¡DEJA DE DECIR ESO! – mamá lloraba. – ¿CÓMO NO ME VAN A IMPORTAR?–¡Demuéstralo entonces y sal por esta puerta– papá la abrió de un sopetón, enviando una brisa que sacudió su melena y la de mamá unos pasos más atrás. Ambos pares de ojos estaban abiertos como platos, y las bocas casi tocaban el suelo. Yo permanecía paralizada. Nunca los había escuchado discutir así. Nadie se movió por lo que me pareció una eternidad.Las lágrimas me cayeron como un reflejo de mamá.–Jack... – susurró ella aterrada.Papá se arrodilló lentamente y me abrazó, dejando de lado el velo afilado que los cubría unos minutos atrás. Posiblemente porque no quería que comenzara a hablar, a hacer preguntas que empeoraran la situación. Mamá nos apreciaba de lejos y no tardó mucho en unirse a nosotros, a contenerme. A contenernos. Como si no hubiese peleado con papá, me envolvió a mí y a él entre sus brazos. Con nuestras cabezas unidas, papá fue el único que se atrevió a hablar. Ni una lágrima le afectaba como a nosotras, pero no quería decir que no estuviese afligido. –Elise... Lo que oíste... Lo que oíste, – buscaba las palabras. – no fue más que una discusión. ¿Recuerdas el tema del que te hablé esta mañana? – me miró directo a los ojos, los suyos un poco más animados. Asentí. – Bueno, de eso se trata. Elsa y y... Tu madre y yo hemos estado estresados por ello, y por eso nos gritamos. ¿No es así... cielo? – se dirigió a ella.Mamá nos miró a los dos, y sacudió la cabeza en asentimiento con una media sonrisa. Le hubiese limpiado las lágrimas del rostro si no hubiese estado paralizada todavía por la angustia, estrujando mi vestido. –Pero todo está bien ahora. – me aseguró ella con un hilillo de voz, aunque dudaba de ello un poco. Pero podría confiar en sus palabras. Al menos eso suponía. – Eres joven para comprender ahora, pero algún día lo harás.–¿No se van a separar para siempre? – dije mientras me sorbía la nariz. Papá usó para limpiarme su pañuelo verde de traje que aún vestía pese a la hora.–No, hija, no. – dijo ella en un melodioso tono convencedor. – Jamás. Lo que tu padre y yo tenemos no se rompe simplemente por una disputa. –Jamás. – concordó él. –¿Y cuál es el problema entonces?–Ya lo dijo tu madre, Elise. Un problema político. Uno enorme. Que no entenderías. Pero estoy seguro de que tu madre lo podrá resolver. – por algún motivo, se esforzaba por resaltar cada palabra. Mamá solo fijaba su mirada en mí.–¿Están seguros que es eso? – pregunté. ¿Tanto problema por trabajo?–Por supuesto. –dijo él. Madre asintió a continuación. Y con ello bastó para que desaparecieran las manos invisibles que estrujaban mi corazón. Desaparecieron las dudas. La mayoría de ellas por lo menos. Yo les creía. Y todo debía estar bien entonces.–No volveremos a pelear por ello, Elise. Lo prometemos. – mamá impuso. – Ahora, ve a dormir. Acompáñala a dormir, Jack. Papá tomó mi mano y me sacó de allí con delicadeza. Vi cómo mamá se encerraba en su recámara cuando salimos. Me llevó a mi cama, me arropó y se despidió con un beso en mi frente. Lo vi irse y no volver la vista atrás. Entonces me imaginé que volvería a su habitación y seguirían gritándose hasta que les duelan las gargantas. O solo se abrazarían y dormirían, mamá llorando y el acariciando su pelo. O ambas. Como fuese... Esa noche no pude dormir.

Jelsa, Una Historia de Amor Verdadero (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora