8. El rostro humano

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L ROSTRO HUMANO EL ROSTRO HUMANO
Una estudiante de enfermería está sentada en una habitación a oscuras, mirando esa clase de película que se
considera digna de una pesadilla. En la pantalla se ve un ser humano que tiene la cara y el cuerpo horriblemente
quemados mientras soporta el agónico dolor ocasionado cuando le arrancan diferentes capas de piel.
La chica no está sola durante el experimento. Hay otra mujer encargada de entrevistarla, que está sentada en el
otro extremo de la habitación, enfrentando una pared blanca. Ha sido ubicada en ese lugar pues desde allí no
puede ver ni a la estudiante, ni a la pantalla.
El dramático filme continúa y la chica se revuelve en el asiento, mientras los segundos transcurren lentamente y
en silencio. Luego, por fin aparece un subtítulo en la pantalla: las instrucciones. Debe describir la película,
falseando la verdad, como si hubiera estado viendo flores, o niños jugando en un parque. Se oye el ruido de roces
de ropa, una silla que se corre y finalmente la mujer que la entrevista, respondiendo a una señal, se da vuelta y
enfrenta a la estudiante. La chica finge una sonrisa valiente y comienza: "Debe ser primavera; nunca he visto
tantas flores hermosas".
Este ingenioso experimento fue ideado por Paul Ekman, joven, dinámico, muy conocido, y probablemente el más
importante en el campo de la comunicación no-verbal. Su centro de investigaciones está ubicado en el Instituto
Langley Porter de San Francisco, en una antigua casona de ladrillos, de altos cielos rasos, de revestimientos de
roble y de largas escaleras de madera. La atmósfera es confortable; hay aproximadamente veinte investigadores
en mangas de camisa; el equipo que utilizan es formidable. Otros científicos se refieren casi con veneración a la
computadora, combinada con video tape que posee Ekman. Fue diseñada por él mismo y sus colaboradores que
sólo tienen que hacerle una consulta —solicitar por ejemplo todo material archivado acerca de gestos de la mano
hacia la boca— y en cuestión de segundos éstos aparecen en la pantalla de televisión. Se puede pasar las
imágenes más lentamente o detenerlas a voluntad, para estudiarlas en detalle.
El interés de Ekman por la comunicación se remonta a 1953, cuando empezó a buscar una forma de evaluar lo
que sucede durante una sesión de terapia de grupo. Se convenció de que lo que se dice durante ella no
proporciona ninguna respuesta real, así que comenzó a investigar el comportamiento no-verbal. Desde hace siete
años, Wallace Friesen ha estado colaborando con él en todos sus proyectos. A pesar de que han analizado juntos
todos los movimientos corporales, se han concentrado especialmente en el rostro.
El propósito que lo llevó a este experimento filmado fue tratar de aprender algo acerca del engaño. Cuando una
persona miente, ¿cuáles son en su expresión los detalles mínimos que la delatan? La estudiante de enfermería fue
filmada mientras hablaba sobre la película. Había hecho dos sesiones previas en el laboratorio, durante las que le
habían mostrado películas bastante inocuas y hasta alegres y se le dijo que las describiera tal como las veía. De
esta manera, podrían comparar los movimientos de su cuerpo en ambas sesiones; en la que dijo la verdad y en la
que se le pidió lo contrario, para ver si de alguna manera demostraba que estaba mintiendo.
Todas las personas seleccionadas por Ekman para este experimento eran estudiantes de enfermería porque,
según él dice "no es la clase de espectáculo que me gusta mostrar a cualquier persona, excepto a alguien que debe acostumbrarse a este tipo de cosas". La mayoría de las futuras enfermeras mentían apasionadamente
porque intentaban no reaccionar visiblemente ante la mutilación física. Los resultados, sin embargo, demostraron
que podían catalogarse en tres categorías: algunas eran extremadamente hábiles para fingir. Al principio, el
cuidadoso análisis de su comportamiento no dio ninguna clave que indicara que estaban mintiendo. Otras,
aparentemente incapaces de mentir, claudicaban rápidamente durante la sesión y decían la verdad. Otras, en
cambio, mentían pero no del todo bien. Una pista fueron los gestos. Realizaron menos de los que habitualmente
acompañan una conversación: marcar el compás, dibujando figuras en el aire, señalar, dar ideas de dirección o
tamaño. En cambio, la mayoría de los movimientos que hicieron tendían a ser nerviosos o sobresaltados: se
pasaban la lengua por los labios, se frotaban los ojos, se rascaban, etcétera.
Un análisis preliminar de las expresiones de las chicas sugirió que las claves se hallaban al comenzar, al terminar
y durante la sesión. En otras palabras, la mayoría de las personas sabe fingir una expresión alegre, triste o
enojada, pero lo que no sabe es cómo hacerla surgir súbitamente, cuánto tiempo mantenerla, o en qué instante
hacerla desaparecer. Lo que los novelistas llaman una "sonrisa estereotipada" es un excelente ejemplo de esto.
El hombre es capaz de controlar su rostro y utilizarlo para transmitir mensajes. Deja trasuntar su carácter puesto
que las expresiones habituales suelen dejar huellas. El rostro como transmisor de emociones ha interesado a los
psicólogos. Con el correr de los años, su interés se ha volcado fundamentalmente en dos aspectos: ¿Trasmite el
rostro emociones? Y si es así, ¿el género humano envía y comprende universalmente este tipo de mensajes? En
su reciente libro, Emotion in the Human Face, Paul Ekman examina los experimentos realizados sobre el rostro en
los últimos cincuenta años, y concluye que, reanalizados y tomados en conjunto, prueban que las expresiones
faciales son un índice confiable de ciertas emociones básicas. Para el lego, esto puede parecer como trabajar
sobre lo obvio; pero para Ekman es un punto de comprobación muy importante, puesto que gran parte de su
trabajo actual está basado en la creencia de que existe una especie de vocabulario facial.
Más de mil expresiones faciales diferentes son anatómicamente posibles. Los músculos de la cara son
extremadamente sensibles y en teoría una persona podría demostrar todas las expresiones en sólo dos horas.
Sólo unas pocas, sin embargo, poseen un sentido real e inequívoco y Ekman considera que esas pocas se ven en
toda su intensidad en la cocina, en el dormitorio o en el baño, puesto que la etiqueta exige que sean controladas en
casi todas las circunstancias. (Deténgase a buscar la diferencia entre un verdadero rugido de furia, una exagerada
expresión que muestra todos los dientes y que se ve sólo en momentos de emoción extrema, y el controlado
gruñido y la boca tensa que son más comunes.)
El problema de Ekman consistió en encontrar un método eficiente de codificar las expresiones. Eventualmente,
mientras trabajaba con Wallace Friesen y el psicólogo Silvan Tomkins, encontró una solución ingeniosa. Una
especie de atlas del rostro llamado FAST (Facial Affect Scoring Technique). FAST cataloga las expresiones
faciales usando fotografías en vez de descripciones verbales, dividiendo el rostro en tres áreas: la frente y las
cejas; los ojos; y el resto de la cara: nariz, mejilla, boca y mentón. Para la emoción de "la sorpresa", FAST ofrece
fotografías de frentes fruncidas por encima de las cejas arqueadas; de ojos muy abiertos, y de bocas abiertas en
distintos grados en el "oh" de la sorpresa. El que quiera catalogar una expresión facial, podrá comparar el rostro
que le interese, área por área, con las fotografías de FAST. No son necesarias las explicaciones escritas.
Ekman está empleando ahora el FAST en una especie de entrenamiento de sensibilidad visual. El objetivo es
enseñar a diferentes personas —vendedores, abogados o cualquiera que tenga interés— para que logren
reconocer las expresiones faciales en la conversación cotidiana. Ekman comienza enseñando las expresiones
básicas; luego las mezcla de manera que mientras un área del rostro denota una emoción, las otras presentan
emociones distintas. (Por ejemplo, unos ojos y cejas enojados sobre una boca sonriente.) El mismo efecto se
produce cuando las diferentes expresiones se suceden rápidamente. Se producen las mezclas cuando ambas
emociones son simultáneas o cuando la costumbre las liga entre sí. Para un hombre, la ira puede estar
íntimamente ligada al temor si su propia ira lo asusta; para otro, el temor puede estar ligado a la vergüenza.
Ekman entrena a sus alumnos para que identifiquen las diferentes expresiones, que son fáciles de confundir,
como ser la ira o el disgusto, el dolor y la sorpresa, y reconocer las emociones que se han tratado de disimular. La
piéce de résistance, sin embargo, es la que enseña a distinguir una expresión honesta de otra que no lo es. Para el
entrenamiento se emplean muchas imágenes, tanto en video tape como en fotografías. Luego se les toma una
prueba en video tape del experimento del engaño a los que se entrenaron. Al mostrarles las fotografías donde
aparecen exclusivamente las cabezas de las enfermeras, por lo general pueden distinguir por su expresión facial
cuándo las chicas mienten o cuándo dicen la verdad. Las personas no entrenadas, por lo general, no notan
ninguna diferencia.
Es probable que el FAST resulte un instrumento de inmenso valor para los psicólogos que estudian las
emociones. Es difícil estar seguro de lo que siente otro ser humano en un momento dado. Se le puede preguntar,
pero puede negarse a contestar; puede mentir o tal vez ni siquiera saber qué es lo que siente. En el laboratorio un
investigador puede medir el ritmo cardíaco o respiratorio de una persona mediante el sistema GSR (Galvanic Skin
Response), pero si bien estos datos indican la presencia de emociones, no logran diferenciar unas de otras.

El lenguaje de los gestos. Flora DavisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora